La Vanguardia

Todas las vidas de un sintecho

Rafael Montserrat o el arduo camino para sortear la marginació­n de las personas que han subsistido desde la infancia a la intemperie

- ROSA M. BOSCH

Rafael Montserrat ha abierto un nuevo capítulo en una historia digna de película, con escenas sobrecoged­oras y escasas alegrías. Su trayectori­a ejemplific­a lo extremadam­ente difícil que es para una persona que ha pasado la mayoría de su existencia a la intemperie, con altos y bajos y con adicciones, lograr una cierta estabilida­d y sortear la miseria. “Desde septiembre comparto un piso de Arrels, cerca de plaza Catalunya, con otros siete indigentes. A lo único que aspiro es a no meterme en líos ni peleas, a no volver a beber, llevo casi dos años sin probar el alcohol”, explica Rafael, que pasó su infancia en una barraca de Montjuïc con sus diez hermanos y bajo el látigo de un padre extremadam­ente violento.

La Vanguardia ha sido testigo de la evolución de Rafael Montserrat, de 54 años, desde octubre del 2015, cuando todavía vivía en una chabola en la montaña de Montjuïc. Gracias al apoyo de la Fundació Arrels se instaló en una pensión y después, en el 2016, en una vivienda de la Trinitat Nova de la que, meses después, tuvo que ser expulsado por las peleas con su pareja. De nuevo, noches al raso, en hostales y también un año y medio en la cárcel.

“Salí de Quatre Camins en agosto pasado. De lo malo he intentado sacar algo positivo. Seguí el programa para los presos condenados por violencia de género, de doce sólo acabamos dos; hice terapia por el alcohol; fui a clases de alfabetiza­ción... Y también me apunté a un curso sobre el duelo. Es que yo he tenido tantas pérdidas como para llenar dos contenedor­es”, comenta. De sus diez hermanos sólo tres siguen vivos. Con uno de ellos, Antonio, mantiene actualment­e una estrecha relación. Todos soportaron momentos de gran crueldad en su infancia. “Mi padre mató a mi madre. El traficaba con drogas y con armas y a mí, con sólo siete u ocho años, ya me puso en las manos un revólver. Me daba siete balas y debía disparar contra una lata, por cada disparo que fallaba me propinaba una paliza”, recuerda. Los malos tratos lo impulsaban a escaparse de casa hasta que acabó en una suerte de orfanato y después, todavía niño, se buscó la vida por su cuenta. Primero cuidando ovejas en Sitges y después haciendo de todo. Butanero, lavaplatos, vigilante, electricis­ta... “Yo nunca fui a la escuela, vivíamos en la montaña y nos llamaban los niños lobo”.

“El 1 de agosto un funcionari­o entró en mi celda y me dijo: prepárate, te vas. Yo no me lo creí, pero era verdad, un educador me estaba esperando para llevarme al Pis Zero de Arrels (vivienda de emergencia)”, apunta. Sheila Viñes, trabajador­a social de esta fundación que forma parte de su grupo de apoyo, apunta que se le aplicó el artículo 182 del Reglamento Penitencia­rio para que continuara con el tratamient­o

“Hay más gente en la calle de lo que parece; son los ocultos, los que se refugian en cuevas, debajo de puentes...”

destinado a superar su adicción fuera de la cárcel. Arrels lo está tutelando y lo acompaña en este proceso.

“Hago terapia grupal en el CAS Baluard y también individual con una terapeuta. Los lunes me reuno con el equipo que me hace seguimient­o de Arrels y sigo aprendiend­o a leer y escribir”, detalla.

“No tengo ilusiones, sólo vivir tranquilam­ente los días que me queden. Estas Navidades me daban miedo, son unas fiestas complicada­s... Tengo amigos que han muerto, otros a los que han matado, la única mujer que me entendía también falleció y me he hecho a la idea de que difícilmen­te volveré a ver a mis dos hijos. El problema es cuando me da un bajón”.

En Arrels todo el mundo lo conoce y saluda. Casi cada día, en el centro abierto de la calle Riereta, se encuentra con su hermano Antonio, que vive en un barraca en Montjuïc. “Hay más gente durmiendo en la calle de lo que parece, muchos más de lo que se piensa... Son los ocultos, los que nadie ve, los que se refugian en cuevas, debajo de puentes...”.

Rafael los conoce bien, ha sido uno de ellos. “He tenido suerte, he tenido tantas vidas como los gatos. He estado muchas veces a punto de morir; me abrieron en canal, me rajaron de arriba a abajo; he sufrido un infarto y un amago de otros dos... Ahora sólo aspiro a un poco de tranquilid­ad”.

 ?? ÀLEX GARCIA ?? Rafael Montserrat, de 54 años, fotografia­do la semana pasada junto al centro abierto de Arrels, en el Raval
ÀLEX GARCIA Rafael Montserrat, de 54 años, fotografia­do la semana pasada junto al centro abierto de Arrels, en el Raval

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