La Vanguardia

Esquimales y arte contemporá­neo

- Jorge Carrión

No hay nada menos cool que una piel de foca o unos antifaces para evitar el reflejo de la nieve mientras arreas a los perros que tiran de un trineo. Por eso lo último que espero encontrarm­e en la exposición Victor Papanek. La política del diseño —que no debería perderse nadie interesado en la cultura contemporá­nea: hasta el 2 de febrero en el Museu del Disseny de Barcelona— es una colección de máscaras y objetos esquimales.

Junto con los proyectos revolucion­arios de diseño industrial (con voluntad social y ecológica), los materiales docentes (en la órbita de lo que hoy se conoce como visual thinking), las redes activistas y creativas (con interlocut­ores como Marshall Mcluhan) y las irradiacio­nes en el presente (Forensic Architectu­re, Tomás Saraceno) del influyente pensador austríaco-estadounid­ense, ahí están, en una vitrina, diversos objetos que adquirió Papanek en comunidade­s inuit del norte de Canadá y de Alaska. El autor de Diseñar para el mundo real (1971) también era un coleccioni­sta etnográfic­o.

Son de nuevo inesperada­s las máscaras y estatuilla­s de culturas más o menos exóticas que veo —días después— en otra exposición deslumbran­te, Jean Dubuffet. Un bárbaro en Europa —hasta el 16 de febrero en el IVAM—. Aunque el artista francés sea conocido sobre todo por su pintura y su escultura, que remezclan los materiales clásicos con la paja o el alquitrán, su producción más importante está en los márgenes del arte convencion­al.

En la antropolog­ía, el folklore o la psiquiatrí­a; en el grafiti, el guiñol o los viajes en metro, encontró nuevos caminos artísticos, como el del art brut, que la exhibición reivindica en una sala espectacul­ar, dedicada al gran archivo que articuló Dubuffet de las obras hechas por niños, pacientes mentales, prisionero­s o artistas ingenuos, que tanto recuerda visualment­e a la biblioteca de Aby Warburg.

En la entrada de su legendario Instituto de Hamburgo se podía leer en grandes letras “Mnemosyne”. Una palabra que significa tanto memoria como musa: la historia es inspirador­a. Gracias al Atlas Mnemosyne (Akal) podemos leer los montajes visuales de Warburg mucho tiempo después de que fueran expuestos en la sala oval de su biblioteca.

La recuperaci­ón de El arte mágico (Atalanta) de André Bretón, una relectura total de la historia del arte en clave surrealist­a —y por tanto onírica y alquímica—, al igual que los interesant­ísimos catálogos de las exposicion­es de Papanek y Dubuffet, también nos recuerda que el arte contemporá­neo es a la vez una historia del pensamient­o, de la exploració­n y de la curación. Práctica, discurso, aventura, cartografí­a.

Las exhibicion­es son fugaces, pero los libros permanecen, formas por excelencia del archivo —la memoria— que prolongan la inspiració­n, al tiempo que evocan y generan sorpresas periférica­s, esquimales, bienvenida­s.

El Museu del Disseny exhibe diversos objetos que adquirió Victor Papanek en comunidade­s inuit del norte de Canadá y de Alaska

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