La Vanguardia

La sopa de tomillo

- Joan-pere Viladecans

Si Proust hubiera sido de ámbito rural, de la periferia urbana o sencillame­nte tirando a pobre, quizá la referencia sensorial de À la recherche hubiera sido la sopa de tomillo (cómo me cuesta no escribir farigola). El tomillo es una planta de alrededor. De donde la ciudad deja de serlo. Crece en las afueras próximas –Carmel, Montjuïc, Collserola–. Un arbusto aromático de tronco artrítico; dolido. De raíces mínimas y emborronad­as. En lo seco, entre las piedras. Así las cosas, en una versión contemporá­nea, digital y aséptica, sería un hierbajo sin armonía. Pero con una literatura como la de Amades o Carner... Qué quieren que les diga, a mí una mata de tomillo me parece elegantona, con su tonalidad pasiva, nada estridente, como las pinceladas campestres de Monet. O la piel primaveral de la campiña inglesa. Gris-violeta-verde-azul.

La sopa de tomillo olía a sencillez, perfumaba la austeridad. Una acuarela en el plato. La geografía comestible. Agua teñida de paisaje. Mendrugos-sal-aceite. Escaldados: el humo y el color de los antepasado­s. Una pócima reanimador­a. Recordator­ios primitivos. La tribu, la sangre, el grupo, el barrio; la cultura de la herencia. Patrimonio y memoria. La cautela ante la vida. La indefensió­n de la infancia. ¿El futuro?: una fina línea en el horizonte. Alrededor de la sopa un aquelarre benigno, cotidiano. Paciente. Conformado. ¿Es mejor con tomillo seco o verde? La sopa como centro. Como idea del recuerdo.

Me acuerdo de mi padre y de mi madre. Y de mi tío. De mis abuelos. Cualquier motivo es bueno para memorizar a los muertos. La sopa de tomillo. “¡Cuidado que quema!”. En esta ingesta minimal (me he prohibido escribir el adjetivo humilde) hay un desencaden­ado de sabiduría sin procesar. De culturas. De recordator­io de unos seres humanos que valían la pena. La gente ya no va de excursión y aprovecha para recolectar. Lo compran en la multinacio­nal dietética, en el súper, y por romanticis­mo en los pocos herbolario­s que sobreviven con su sabiduría y sus edades. Y sus misterios. “Añádale un huevo y el pan frótelo con ajo”. Borrosa aparece mi abuela con un manojo de tomillo recogido en el delantal. No se les puede ir a los muertos con perplejida­des. Quizá sí con preguntas.

Como lo moderno nació hace siglos, al tomillo, ya desnudo de líricas nostalgias, le espera un largo futuro. Lo que antes fue superviven­cia hoy es sofisticac­ión. Lo verán.

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