Concurso de globos
Primer domingo de junio de 1907; soleado. En un enorme terreno vacío del Poblenou se han congregado unas 15.000 personas. El centro del lugar aparece colmado de globos aerostáticos.
Se había anunciado el primer concurso y la curiosidad despertada era enorme, mucho mayor de lo que cabía esperar. Se habían inscrito doce pilotos, no sólo locales; era un notable resultado, habida cuenta que en el recién organizado en París habían contendido quince.
Puesto que el lugar no era céntrico ni bien conocido, la prensa, que había detectado la expectativa despertada por semejante novedad entre la ciudadanía, estimó razonable aportar ayuda informativa.
Unos días antes se daba a conocer el mejor itinerario que seguir por los automóviles a partir de la plaza Catalunya. Y sabido que el interés era transversal, también se aportaba información destinada a quienes optaran por el tranvía e incluso por el ferrocarril.
Una iniciativa significativa fue la del Real Club Aéreo de España, al ofrecer a sus socios coches Hispano-suiza con chauffeur para facilitar el traslado. Un lujo.
El punto de encuentro estaba en la calle Taulat y muy cerca de la fábrica de gas Lebon. Era lógico, pues la mencionada industria se responsabilizaba del hinchado fiable de los globos participantes, operación harto delicada.
El jurado estaba presidido por el acreditado científico Josep Comas i Solà. Hacía poco que su categoría había sido reconocida al confiarle la dirección del Observatori Fabra, inaugurado en 1904. La presencia del astrónomo significaba no tanto la garantía de la seriedad del jurado, ya muy previsible, sino que sin duda otorgaba a la competición una categoría y modernidad muy bien recibidas.
Desde hacía días, se habían estudiado los vientos dominantes en la zona, puesto que era conveniente evitar a toda costa que una fuerza eólica dominante pudiera condenar a alguno de los globos a ser arrastrados hacia el mar, tan cercano; el problema era no tanto que una dirección contraria a la exigida impidiera recortar las posibilidades de vencer en la competición, cuanto sobrevolar la gran agua a poca altura y a merced de un viento que podía provocar un accidente trágico.
Todos los participantes iban equipados con palomas mensajeras para establecer contacto con tierra en caso de necesidad extrema.
La competición consistía en cumplir un itinerario fijado, en dirección de ida y vuelta hacia los Pirineos.
El espectáculo deportivo tenía su mayor atractivo en el ritual de las maniobras de toma de posición, seguida de la inmediata subida ascendente. Para que los espectadores pudieran contemplarlo sin cansancio, había asientos de diversas clases y palcos. La curiosidad por lo novedoso impulsaba a sobrellevarlo todo con paciencia.
Era la primera vez que se celebraba la competición, que congregó a unos 15.000 espectadores