Ni tótem ni tabú
El público del Lliure se carcajea con el ingenio de ‘It don’t worry me’
Se conocieron en el festival Fringe de Edimburgo, donde ambas compañías participan con asiduidad y se cayeron bien. Hicieron match, dicen. Y en una cena en uno de esos pisos de estudiantes en que los artistas pasan en grupo los días del festival, descubrieron que los límites de la corrección política eran muy diferentes en sus países: si en Barcelona puede resultar común “ir a comprar a un paqui”, en el Reino Unido una expresión así resulta una herejía, racismo, sean o no pakistaníes los que regentan la tienda. Las dos compañías en Edimburgo eran la barcelonesa Atresbandes –Mònica Almirall, Miquel Segovia y Albert Pérez Hidalgo– y el dúo formado por el francés Bertrand Lesca y el británico Nasi Voutsas, y decidieron que ahí había una obra: querían explorar la tensión entre lo políticamente correcto y la libertad que necesita un artista. El resultado, que han ido cocinando en ensayos en Madrid,
Londres y Barcelona, se titula It don’t worry me –canción que cierra el Nashville de Robert Altman– y se estrenó anoche con un gran éxito en el Teatre Lliure de Montjuïc, donde está hasta el domingo.
El aplauso fue sonoro quizá porque el público no paró de reír con las procacidades y las pequeñas provocaciones, incluido, claro, que un personaje británico se atreva con lo más políticamente incorrecto hoy en Catalunya, el independentismo, y defienda que, a diferencia del Reino Unido y Europa, siga unida esa España de cañas y pinchos que adora. Pero, sobre todo, rio con la particularísima estructura de la obra. Un inteligente hallazgo que causa continua comicidad. Inicialmente el escenario del Espai Lliure está vacío y sólo resuenan en él las voces de dos comentaristas que explican lo ven en escena. Y avisan de que de llegará la obra. La sorpresa es mayúscula cuando los actores que aparecen son los propios comentaristas con dos micrófonos y siguen hablando de ellos mismos como si estuvieran viéndose desde fuera, como si siguieran radiando el montaje.
Explican cada gesto que hacen como si fuera un partido de fútbol y las carcajadas son continuas. Sobre todo porque lo que hacen es reírse del teatro contemporáneo explicando a los espectadores qué significa –quizá o sólo en su loca imaginación– cada movimiento, cada luz, cada paso de los que dan. La conclusión final de lo que ven –por supuesto, sexual, como cuando Quentin Tarantino en la película Sleep with me analiza el Top Gun de Tom Cruise y determina que es claramente un filme gay– es de traca, pero la obra va más allá y se mete con el teatro actual que lleva a protagonistas reales y, sobre todo, se atreve incluso con ese tótem tan difícil de llevar a escena que es el mal gusto. Y todo narrado con muy buen pulso y cerrado con un aplauso que no necesitó explicación.
Más allá de la mirada a lo políticamente incorrecto, el montaje es en sí mismo un feliz y divertido hallazgo