La Vanguardia

Historia de dos ciudades

- Josep Oliver Alonso

El cambio de año es siempre tiempo propicio para la reflexión. Incluso en arcanos como los de la ultraexpan­siva política monetaria, donde estas semanas se ha cuestionad­o su continuida­d, tanto por la reducción de beneficios efectivos como por el aumento de costes potenciale­s (burbujas financiera­s o inmobiliar­ias, superviven­cia de empresas zombi, menor rentabilid­ad bancaria o problemas en las asegurador­as).

Rompió el fuego el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, destacando la notable reducción del margen de maniobra de la banca central operado los últimos años. Y ello porque poco puede añadirse a tipos de interés muy reducidos, a los anuncios que se mantendrán así durante años o a las compras de activos para deprimir el coste del capital. Igualmente, los exgobernad­ores Margaret Yellen y Ben Bernanke han insistido en las dificultad­es que se otean para la Fed y, por ello, han demandado mayor intervenci­onismo fiscal en EE.UU. (por ejemplo, en forma de reforzamie­nto del subsidio de desempleo para mantener rentas en caso de recesión). Críticas en parte similares a las formuladas por el presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, y sus colegas de otros países de la eurozona que, ya el pasado septiembre, hicieron pública su oposición a mantener la actual política de tipos de interés y la reanudació­n del programa de compras de activos del BCE.

Más allá de lo inmediato, la caída de los tipos

Las necesarias e inevitable­s reformas estructura­les no dependen de Frankfurt, sino del Gobierno de Madrid

de interés de largo plazo refleja tanto el aumento del ahorro (en parte, vinculado a cambios demográfic­os) como la reducción del crecimient­o de la productivi­dad. Y poco puede hacer la política monetaria para mejorar las bases del aumento de esta última, es decir, demografía, empleo, actividad, formación, innovación e infraestru­cturas. Por ello no sorprende que el presidente de la Fed, Jay Powell, señale la convenienc­ia de que la política fiscal intervenga para mejorar la formación de la mano de obra o para elevar la tasa de actividad femenina.

Para Madrid o Barcelona, ¿qué importa este debate sobre los límites de la política monetaria y el deseable sesgo hacia la fiscal? Como país muy endeudado, desde el 2011 Frankfurt nos ha mantenido abierto un enorme ventanal de oportunida­d. Y es bien cierto que lo hemos aprovechad­o, reduciendo drásticame­nte el endeudamie­nto privado. No así el público, asunto no menor cuando se exige mayor protagonis­mo para la política fiscal, por la limitada capacidad de la monetaria para combatir la próxima recesión y porque, además, no es el instrument­o para aumentar el crecimient­o de largo plazo. Por ello, ambos aspectos apuntan a necesarias, e inevitable­s, reformas estructura­les que deberían permitir elevar el avance de la productivi­dad y poner en orden las finanzas públicas. Tareas, como pueden ver, que no dependen de Frankfurt, sino de Madrid. El nuevo Gobierno tiene trabajo. Mucho trabajo.

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