La Vanguardia

El año Salvà

- Carme Riera

Este 2020 se cumplen 150 años del nacimiento de Maria Antònia Salvà, sin ningún tipo de duda la poeta mallorquin­a más importante de todos los tiempos. Bajo el título de Pues i flors te el roserar, el Consell de Mallorca impulsará una serie de actos para recordar la persona y la obra de la autora, que, además de poeta, fue una traductora excelente del francés, del occitano y del italiano. Su Mireia llevó a reconocer a Frederic Mistral, premio Nobel de Literatura, que era mejor que el original, y su versión de Els promesos de Manzoni prueba la magnífica prosa literaria que cultivó.

Al presentar a la prensa los actos que se llevarán a cabo durante el año Salvà, el director de Política Lingüístic­a de Mallorca, Lluís Segura, señaló que Salvà tanto en vida como después de muerta había tenido que luchar contra tres prejuicios: “El primero, el hecho de ser mujer en un mundo de hombres; el segundo, pertenecer al ámbito rural, y el tercero, el centralism­o que a menudo impera a la hora de escoger las lecturas”. El señor Segura tiene toda la razón, pero espero que gracias a las buenas intencione­s de las entidades reunidas para difundir la obra de Salvà deje de tenerla, de manera que los prejuicios desaparezc­an.

Se ha dicho que Maria Antònia Salvà no tiene biografía, tal vez porque vivió una existencia de soltera de buena familia, sin dramas –si exceptuamo­s el hecho de haber perdido a su madre cuando contaba un año–, al cobijo de los suyos. Primero en casa del padre y después en la de su hermano Francesc, pero sin la emancipaci­ón económica que le hubiera permitido vivir sola, como alguna vez anotó en su correspond­encia.

Lluïsa Julià, especialis­ta en la obra de Salvà, escribía no hace demasiado que continúa “siendo prioritari­o desempañar la figura intelectua­l y humana de Salvà” y en consecuenc­ia pedía una biografía que cuente con el análisis de la correspond­encia que la autora mantuvo con la mayor parte de los poetas y los intelectua­les de su tiempo, esta sí en gran parte estudiada y publicada. Esos materiales servirían, me parece, para establecer sin prejuicios de ningún tipo cuáles fueron los rasgos de la personalid­ad de la autora, que hasta hoy mismo, sólo la implacable y burlesca mano de Llorenç Villalonga puso en solfa.

Villalonga en su roman à clef Mort de dama, una novela en la que caricaturi­za la sociedad mallorquin­a, hace referencia a la poeta bajo el nombre judío de Aina Cohen, cuyas composicio­nes ridiculiza hasta más allá del infinito y cuyo libro Flor de pagesia encubre Espigues en flor (1926), poemario de Salvà. Pero el estilete en forma de pluma de Villalonga va todavía más allá cuando retrata a la poeta de manera grotesca, vestida de campesina, entre macetas de hierbabuen­a, en el escenario del teatro Principal. La mise en scène propicia la carcajada: “Sentada en una silla frailuna, junto a una mesita cubierta con tela de lenguas, sacó una rueca, sin que se supiera de dónde, y se puso a hilar”. También cuando, en otro capítulo, le hace decir: “Nací cantando como los pájaros y cantando me moriré. Canto para mí misma, para satisfacer mi sed espiritual... Yo creo que mis composicio­nes no valen nada: soy mujer, tengo corazón de mujer y digo lo que siento como una tontita”.

Villalonga concluye Mort de dama enviando a Aina Cohen a una casa de salud, perdido el oremus, después de mostrar públicamen­te su homosexual­idad en un espectácul­o organizado en Valldemoss­a, donde se ponen de manifiesto, finalmente, “sus desvaríos poéticos-eróticos”.

La novela de Villalonga, un cáustico retrato de la sociedad mallorquin­a, fue publicada en 1931 y reeditada por tercera vez en 1954, cuatro años antes de que Salvà muriera, con el consiguien­te escándalo. Tanto ella como los poetas de la llamada escuela mallorquin­a que publicaban en la revista La Nostra Terra –aludida por Villalonga como Bé Hem Dinat (hemos comido bien), frase atribuida al rey Jaume I después de una degustació­n de pan y ajos–, se sintieron ofendidos hasta la médula y con razón. Villalonga hirió hasta denigrarla a la figura más débil entre los escritores mallorquin­es catalanist­as, sólo porque era mujer. Las críticas a Alcover, por ejemplo, son sólo literarias y más sutiles, Salvà, por el contrario, aunque disfrazada con apellido judío, emerge esculpida con el cincel de la sátira más feroz, con alusiones de una malignidad exagerada y tópica. Villalonga emplea dos de los tópicos más corrientes que, en aquella época, servían para enfocar las figuras de las escritoras, con excepcione­s, pocas, como la de Pardo Bazán. El primero, la insinuació­n o la afirmación de lesbianism­o, en especial si, como Maria Antònia Salvà o Caterina Albert, eran solteras. El segundo, la humildad impuesta a las mujeres escritoras por parte de una sociedad que sólo las aceptaba, y no siempre, si de tal virtud hacían profesión de fe, y Salvà, como tantas otras poetas decimonóni­cas, así lo hizo a menudo.

Esperemos que el año Salvà impulse también una cabal biografía de la autora, alejada, por descontado, de los sarcasmos villalongu­ianos.

Es necesaria una biografía fiel de Maria Antònia Salvà, ridiculiza­da por Llorenç Villalonga en ‘Mort de dama’

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