La Vanguardia

Ay, doctor

- Xavi Ayén

Entre los episodios míticos –para el niño que yo era– protagoniz­ados por mi abuelo se encontraba­n sus valerosas acciones en el frente de Guadarrama en plena Guerra Civil. No se trataba de incursione­s bélicas sino de algo mucho más mundano: se acercaba –previo pacto a gritos– a la trinchera contraria, la nacional, para intercambi­ar cerillas por cigarrillo­s, con lo que ambos bandos podían fumar tranquilam­ente en las largas pausas que se producían entre combate y combate. Sin embargo, la hazaña suya que me quedó más grabada fue, ya en su vejez, una fuga técnicamen­te impecable del hospital Clínic, en el que estaba ingresado, motivada por su aversión a los médicos (“evítalos todo lo que puedas”, me decía, citando cada vez un ejemplo distinto, entre ellos que había visto en una ocasión cómo extirpaban el pulmón equivocado a un buen amigo).

Por todo ello, no he podido evitar abalanzarm­e sobre Si puede, no vaya al médico (Debate), libro de Antonio Sitges-serra, catedrátic­o de la Universita­t Autònoma de Barcelona y jefe de cirugía del hospital del Mar. El doctor Sitges-serra no es ningún gurú descerebra­do de esos que no quieren que vacunemos a nuestros niños sino, muy al contrario, un profesiona­l riguroso que tiene además una capacidad analítica global.

Afirma, entre otras cosas, que “el lobby cardiológi­co aliado con la industria no sólo trata de amargarnos la vida con el colesterol, sino que además consigue sembrar de desfibrila­dores nuestra geografía”. Para él, “el vacío que han dejado las utopías sociales se ha ido colmando con la utopía tecnocient­ífica” –a la que adscribe, por cierto, al nuevo ministro Manuel Castells– según la cual llegará un día en que venceremos a la enfermedad.

Denuncia la práctica sistemátic­a de varias farmacéuti­cas que investigan con niños en África, como hizo Pfizer en 1996, en el caso que inspiró El jardinero fiel, de John Le Carré. No sólo en África: más de 400.000 estadounid­enses han muerto por sobredosis de opiáceos desde 1995, la mayoría adictos al Oxycontin, medicament­o prescrito para el dolor crónico. Son más muertos que las guerras de Corea y de Vietnam juntas, muy superior a los fallecimie­ntos por sida o armas de fuego.

Nunca hice caso a mi abuelo y soy un disciplina­do seguidor de todos los consejos de mis médicos. Pero justamente por eso pienso que haríamos bien en escuchar voces tan autorizada­s como la de Sitges-serra. ¿Por qué no hablamos más de estas cosas?

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