La consistencia discreta
JOAQUIM BADIA TOBELLA (1928-2020 Abogado y político
Hoy sé lo que me fascinó el primer día que hablé largamente con Joaquim Badia. La mezcla de ambición por el país y su humildad personal. No sé en qué momento de los años ochenta Joaquim Badia me invitó a comer en un restaurante de Barcelona que se llamaba Alt Berlin, al lado de las torres de La Caixa. Yo era joven y la comida con Joaquim Badia me impresionó mucho. Entendí que se podía compatibilizar una mirada desde encima de las organizaciones, él era un abogado importantísimo en La Caixa, y tener una alta sensibilidad social. Pero lo que más me impactó fue su mirada de luces largas. Yo le tenía respeto. Le tenía respeto todo Terrassa. Todo el mundo sabía lo que había hecho durante la dictadura. Los esfuerzos para sacar a gente del cuartelillo y defender a gente ideológicamente lejana por convicciones democráticas y cristianas. Era democristiano. Y practicaba.
Joaquim Badia había nacido en 1928 y había vivido los tremendos acontecimientos de La Barata y Can Prat, al norte de Matadepera. El asesinato de su padre, el notario Badia, es uno de los hechos más ignominiosos de una retaguardia que acumuló demasiados muertos en las cunetas. Y a pesar de este trauma familiar, creció sin perder la empatía ni militar en el rencor. Al contrario. Creció en la geografía natural de los Badia:
Terrassa, Olesa, Can Tobella, Matadepera. Abogado, movimientos católicos, Òmnium Cultural, Montserrat, la librería Àmfora para vender libros en catalán y un compromiso cívico que llevará décadas. Hoy, sin embargo, todos los reconocimientos que desde Terrassa y desde Catalunya se le han hechos nos saben a poco, si se considera lo que su personalidad representaba.
Joaquim Badia fue un político sin cargo, un hombre de compromisos no fáciles. Él pertenecía a lo mejor de la transición. Catalanista
por convicción, por tradición y por transpiración. Sabía pactar. Profesionalmente, era un constructor de acuerdos, de acuerdos entre la gente. Tenía una empatía propia de los que dominan los tiempos y no son sólo prisioneros del presente. Pero gran abogado como era, hombre de empresa y persona de Iglesia, sabía que los que no sintetizan la política con la condición humana acaban indefectiblemente en el sectarismo. Tomó decisiones arriesgadas en la incertidumbre de la transición y del popurrí de las primeras elecciones al Congreso. Siguió a Anton Canyellas en la candidatura formada por el Centre Català y Unió Democràtica de Catalunya en las primeras elecciones democráticas. Él iba el tercero de la lista, pero salieron sólo dos diputados. Este resultado truncó la trayectoria de alguien nacido con todas las condiciones para ser un gran factótum político.
Joaquim Badia se va con esta sensación de que una vez más hemos llegado tarde. Que a pesar de lo que ha escrito su hermano Oriol (a quien tenemos que agradecer mucho sus escritos de memoria de la familia y del país) tendríamos que haber aprovechado no sólo sus recuerdos, sino mucho más su sabiduría. La pequeña capilla de Can Prat guardará sus miradas, sus plegarias y sus anhelos. Joaquim Badia era sin embargo mucho Badia. Era el legado. Era el hermano. Era el padre y el patriarca. Estamos donde estamos porque gente como Joaquim Badia optaron por el compromiso y por la generosidad. La mejor versión de Terrassa y de Catalunya son fruto de gente así. Gente de consistencias diversas. Militar en el compromiso siempre y saber encontrar espacios de una cierta discreción siendo todo un referente, no está a la altura de todo el mundo. Descanse en paz.