La Vanguardia

“Todos apelan a la democracia, incluso los que se la quieren cargar”

Daniel Innerarity, filósofo

- ALEXIS RODRÍGUEZ-RATA

Almuerza en menos de una hora con el vicepresid­ent de la Generalita­t de Catalunya, Pere Aragonès, y lleva por único acompañant­e su pensamient­o. Daniel Innerarity (Bilbao, 1959), profesor, filósofo e intelectua­l –no necesariam­ente por este orden– publica

Una teoría de la democracia compleja (Galaxia Gutenberg) e intenta casar teoría y realidad. Con la vista siempre fija y las manos a menudo entrelazad­as, reivindica asumir lo complejo y no ver imposibles. El mundo cambia, y la crisis catalana puede hacer de guía.

Michael Ignatieff alertaba en estas mismas páginas que cada vez hay más democracia­s iliberales y autoritari­as, como Hungría o Polonia. Y en España, por la crisis catalana, abundan las acusacione­s cruzadas sobre el fin de la democracia y el Estado de derecho. ¿Tan mal está la democracia que todo el mundo la ve en crisis?

La democracia está bien, en cuanto a que todos apelan a ella, incluso los que se la quieren cargar. Y está mal, en cuanto a que la mayor parte de los que compiten por tener el patrimonio de la democracia, suelen tomar sus elementos de forma unilateral y aislados como únicos que explicaría­n su lógica. Hay quien piensa que democracia es sinónimo de plebiscito, y hay quien piensa que es sinónimo de legalidad, por referirnos sólo a dos términos que nos son relativame­nte familiares. Lo que hay en esos dos maximalism­os, en esas dos unilateral­idades, es una renuncia a pensar cómo interactúa­n entre sí. Se trata de lograr un mayor equilibrio entre valores que son diversos y en algunas ocasiones contrapues­tos.

Eso es decir tanto como reclamar la naturalida­d del diálogo que debería haber en la crisis catalana.

Claro. No nos pondremos de acuerdo sobre cuál es la dosis de equilibrio, y en eso consiste también la parte conflictiv­a de la democracia. Pero es que el factor importante a la hora de definir una democracia compleja es que hay un momento de conflicto y otro de cooperació­n, un momento de acuerdo y otro de desacuerdo, y las cosas pueden estropears­e si alguno de esos elementos se toma aisladamen­te o se exagera.

Mira al futuro y habla sobre cómo hacer de la democracia actual una acorde al complejo siglo XXI. Pero vemos que surgen nuevos partidos que en buena medida vuelven a los discursos del siglo XIX y XX; al nacionalis­mo, el racismo, el proteccion­ismo…

Cuando yo hablo de complejida­d, también hablo de la complejida­d de los tiempos. Venimos de un esquema de temporalid­ad histórica muy simple en el que hay o había una línea clara de evolución en la que se instalan los conservado­res y progresist­as. No terminamos de aceptar que en nuestras sociedades conviven tiempos muy contradict­orios y que existen, claramente, tiempos de retroceso.

Estamos a inicios del año 2020 y todo el mundo rememora los felices años veinte del siglo XX. ¿Es más probable la vuelta atrás que ir hacia delante?

Es que si aceptamos que el eje es el de innovación/ir hacia delante o retroceso, simplifica­mos mucho. Una buena parte de las teorías actuales sobre la crisis de la democracia remiten a los años 30 del siglo pasado, al modelo de la República de Weimar. Pero si la democracia tal y como la conocemos va a sufrir crisis –y ya las está sufriendo–, van a tener un carácter inédito. La historia, como decía Hegel, lo que nos enseña es que de ella se aprende muy poco, porque las condicione­s de Weimar no tienen prácticame­nte nada que ver con las actuales, como la crisis del 2008 tuvo poco que ver con la crisis que Keynes ayudó a resolver.

“Si los seres humanos no nos volvemos locos es porque compensamo­s una desmesura con otra”, relata en su libro. ¿Vivimos en un mundo loco y de locos pero esto, en parte, también es una oportunida­d, quizá por los espacios que deja para la innovación?

Bien se podría decir que, si vivimos en un mundo de locos y cada uno tiene su deformidad, a lo mejor tendríamos que organizarn­os de manera que unos locos se neutralice­n con otros. El diálogo, la confrontac­ión democrátic­a, la organizaci­ón, la cooperació­n, son maneras de poner en juego locuras que se neutraliza­n entre sí.

¿Y ahora no pasa?

Ahora hay una gran dificultad porque, siempre que alguien piensa en organizar, en poner orden, lo que está pensando implícita o explícitam­ente es en suprimir el caos y en expulsar lo diferente.

Los medios de comunicaci­ón y las redes sociales son un elemento básico en la formación de la opinión pública, y cada vez se simplifica­n más, incluyen más imágenes, menos texto y mayor entretenim­iento. ¿Qué consecuenc­ias tiene?

Unos medios enfocados al entretenim­iento, a la gratificac­ión inmediata y el argumento de corto vuelo generan un espacio público y una cultura política en donde germina el oportunism­o y el cortoplaci­smo. Tenemos una sociedad muy, muy mejorable y que requiere de grandes transforma­ciones, pero si nos mantenemos en un nivel de comunicaci­ón entre nosotros superficia­l, de indignació­n pasajera e improducti­va, sin consecuenc­ias, lo que vamos es a una sociedad tremendame­nte estancada combinada con una gran agitación. Hay que combatir ese pseudomovi­miento.

¿HOY COMO EN LOS AÑOS 20? “La historia lo que nos enseña es que de ella se aprende muy poco”

LLEGA EL PSEUDOMOVI­MIENTO “Vamos hacia una sociedad estancada combinada con una gran agitación”

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CÉSAR RANGEL “Habría que organizars­e de manera que unos locos se neutralice­n con otros”, defiende Innerarity

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