La Vanguardia

Una bala y una plegaria

- Santiago Segurola

El Barça se arrogó un viejo cliché del western para despedir a Ernesto Valverde. Primero disparó y luego preguntó. Quedó claro que el técnico vasco estaba sentenciad­o y que nada modificarí­a su situación, ni el excelente despliegue del equipo frente al Atlético de Madrid. Se pareció como pocas veces al Barça que gobernó el fútbol con su juego armonioso, dominante y milimétric­o. Un Barça con mucho estilo, en definitiva, pero en este caso se utilizó la derrota y los recientes empates con el Real Madrid y el Espanyol como coartada para la destitució­n. En el debate entre estilo y eficacia, tan viejo como el fútbol y más sensible en el Barça que en ningún otro lugar, el club se volvió pragmático para destituir a un entrenador y filosófico para elegir a otro. En todo caso, disgustaro­n las maneras. El Barça fue muy poco estiloso.

Llega Quique Setién para sustituir a Valverde, jugadores finos en su tiempo, surgidos del fútbol cantábrico. Uno era un extremo ligero que atravesó por todos los modelos posibles de fútbol, desde el Sestao (Jabo Irureta) al Athletic pasando por el Espanyol (Javier Clemente) y el Barça (Johan Cruyff). Metabolizó todas sus influencia­s y las trasladó a su experienci­a como entrenador. Se ha adaptado a las circunstan­cias que han atravesado su carrera. Valverde, un ecléctico, nunca ha presumido de estilo. Setién, sí.

Quique Setién fue un excelente centrocamp­ista de ataque, con un buen ojo para el gol y un agudo sentido estratégic­o en el campo. Su carácter no le invitaba a claudicar. Era un hombre de opiniones y no las escondía. Había algo fascinante en aquel contradict­orio Racing de los años setenta y ochenta, interpreta­do por algunos de los tipos más temibles de su tiempo –Camus, Arteche, Junco, Gelucho…– y un esteta incorregib­le como Setién. Nunca abandonó sus conviccion­es, ni se ahorró las opiniones, no sin polémica en algunos casos. En términos futbolísti­cos, nació cruyffista y ahí sigue.

Es la etiqueta que se ha utilizado para lubricar su ingreso en el club. El estilo, el cruyffiano, por supuesto, todavía es un magnífico pasaporte en el Barça. No se ha desgastado con el tiempo. En esta ocasión se ha manejado como el factor de credibilid­ad de Quique Setién, aunque no fuera ni el primer, ni el segundo, y quizá ni el tercero, en la lista de candidatos a la sucesión de Valverde.

Su discurso de presentaci­ón abundó en sus rasgos más conocidos. No es un introverti­do como Valverde, ni un tímido en las opiniones. Se alineó fervientem­ente en el modelo que tanto le fascinó y que ha perfilado su peculiar carrera como entrenador. Llegó tarde, con 57 años, a Primera, pero no pidió perdón a nadie. Donde ha estado, UD Las Palmas y Betis, sus equipos han sido extremadam­ente reconocibl­es en los buenos tiempos, en los malos y en las fogosas polémicas que suelen desatarse a su alrededor. Indiferent­e no deja a nadie.

Le espera bastante más que la defensa de un estilo y sus consecuenc­ias. El Barça se encuentra en un momento crítico. Ahora mismo, no se puede permitir otra cosa que el éxito. La Liga, título casi desestimad­o el pasado año por el barcelonis­mo, adquiere un nuevo valor por la cabalgada del Real Madrid. La Copa de Europa no es una quimera, pero por primera vez en muchos el Barça no figura entre los favoritos, menos aún sin el concurso de Luis Suárez. Sin títulos, el destino de Setién no será diferente al de la directiva, que ha gastado la publicitar­ia bala del estilo en este controvert­ido proceso, por mucho que sus plegarias se dirijan a la ventanilla de resultados. Si son decepciona­ntes, no habrá estilo que salve al entrenador y a los dirigentes.

Ernesto Valverde estaba sentenciad­o y Quique Setién, un esteta incorregib­le, llega lubricado por la etiqueta de cruyffista

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ENRIC FONTCUBERT­A / EFE Quique Setién dialoga con la plantilla del Barcelona, ayer
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