La Vanguardia

Por los recuerdos dulces

- Xavier Aldekoa

Mador y Ariuk eran del Barça por los recuerdos dulces. Era casi lo único que les quedaba. Meses atrás, después de que las primeras bombas estallaran en Malakal, su hogar había dejado de ser una ciudad para convertirs­e en un rugir de tripas descomunal. En apenas unos días de combate, la mayor urbe del norte de Sudán del Sur, de 140.000 habitantes, se convirtió en una población fantasma, llena de edificios saqueados, cadáveres abandonado­s y paredes agujereada­s. Una marea humana desesperad­a se desperdigó a lo largo del Nilo en una huida despavorid­a que contagió el miedo y el cólera por sus orillas.

Wau Shilluk era uno de esos lugares sin suerte. Había pasado de ser un apacible pueblo de 10.000 habitantes a ser refugio para 50.000 almas aterradas. Para una localidad rural, con infraestru­cturas humildes, aquel súbito aumento de población fue un volcán en erupción: el hambre y las enfermedad­es se desataron. Wau Shilluk era también el lugar donde Mador y Ariuk intentaban seguir siendo niños de once años. Pasaban las horas muertas pescando, dando patadas a un balón hecho de bolsas o bañándose en el río hasta que las tripas dejaban de rugir. Eran, pese a las circunstan­cias, dos niños alegres. Cuando me vieron aparecer sobre una barca por el río, empezaron a gritar y a mover los brazos para que les viera. No hacía falta: Mador llevaba la camiseta blaugrana con el nombre de Xavi y Ariuk la segunda equipación, amarilla y roja, y el apellido de Iniesta. En cuanto pisé tierra se acercaron a charlar.

Al preguntarl­es por sus camisetas, sacaron pecho. Eran culés razonados.

–Por Messi y Xavi, porque van al ataque y porque juegan bien.

En Wau Shilluk no había electricid­ad y no podían ver los partidos, pero su lealtad a los colores estaba sellada.

–Cuando acabe la guerra y volvamos a

Malakal, veremos los partidos otra vez.

Esta semana, me acordé de Ariuk y Mador al escuchar las primeras palabras de Quique Setién como nuevo entrenador del Barça. El técnico cántabro las deslizó con la paz interior de quien el día anterior estaba paseando entre vacas y prados verdes. “Prometo que jugaremos bien”, dijo.

No tengo ni idea de dónde estarán ahora Mador o Ariuk. Si habrán podido volver a Malakal o habrán sucumbido a la violencia o las epidemias que asolan el país más joven del mundo. O si habrán cogido las armas. Prefiero imaginárme­los igual de amigos que entonces, ya adolescent­es, frente a un televisor y expectante­s antes de que su equipo salga a jugar contra el Granada. Felices pero sobre todo orgullosos. Porque quieren ganar, claro, pero si son del Barça a miles de kilómetros, en un país devastado por la guerra y el odio, es por esa pizca de belleza cuando su equipo juega bien. Y por los recuerdos dulces.

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