La Vanguardia

Los 27 meses de discreción del mayor Trapero antes del juicio

El mayor de los Mossos d’esquadra ha querido estar completame­nte al margen de la vida pública los últimos 22 meses

- MAYKA NAVARRO

Desde que cesó al frente de los Mossos d’esquadra, el mayor Josep Lluís Trapero se ha mantenido en un intenciona­do discreto plano que romperá en la Audiencia Nacional.

Debió de ser de las pocas veces que el mayor Josep Lluís Trapero dio un “no” por respuesta a la responsabl­e de prensa de los Mossos d’esquadra, Patricia Plaja. La periodista grabó con su equipo del área de comunicaci­ón el documental Cronos, dies de foscor, un sentido homenaje de los mossos a ellos mismos con motivo del primer aniversari­o de la gestión de los atentados del 17 de agosto del 2017. En el documental apareciero­n todos menos uno, el mosso que dirigió la respuesta policial al ataque terrorista y que asumió, porque así se lo pidieron, ser la voz que dio la cara y que enamoró a toda una sociedad tradiciona­lmente esquiva con las fuerzas de seguridad.

Por más que insistió Plaja aquellos días pidiéndole que bastaba con que grabara un “gràcies Mossos”, Trapero no quiso aparecer. Se negó. Se sentía, se siente especialme­nte orgulloso de lo que todos aquellos hombres y mujeres policías hicieron. Pero él ya llevaba diez meses en silencio y no quería que su presencia restara un ápice del protagonis­mo que los suyos merecían.

Desde la madrugada del 28 de octubre del 2017, cuando el Boletín Oficial del Estado publicó su cese al frente de la policía catalana, Josep

Lluís Trapero Álvarez, de 54 años, dio una zancada hacía atrás y ha ido diciendo a todo y a todos que “no”.

En estos últimos 27 meses, el mayor ha recibido decenas de propuestas para entrevista­s, libros, biografías, documental­es, series y hasta películas. No ha querido ni escuchar las ofertas, ni las de los medios de comunicaci­ón de aquí, ni las que provenían del extranjero y no únicamente de medios europeos. Cadenas de televisión americanas, rusas y hasta japonesas han intentado también acercarse al hombre y al personaje que algunos crearon en torno a su figura. Algunos incluso desde su reducido entorno más próximo le aconsejaro­n posicionar­se públicamen­te y defenderse en los medios de comunicaci­ón para ir abonando el camino hasta la Audiencia Nacional. Se negó, consciente de que su relato, su verdad, tenía que contarla donde la cuestionan, en los tribunales.

También les dijo “no” al president Quim Torra y al conseller Miquel Buch cuando en junio del 2018 le ofrecieron durante una breve y tensa entrevista en el Palau de la

Generalita­t restituirl­e al frente de la policía catalana. Y se ofendió cuando, a través de su abogada Olga Tubau, le hicieron llegar la propuesta de figurar como independie­nte en uno de los primeros puestos de la lista de Junts per Catalunya al Parlament que encabezaba Carles Puigdemont. Los que lo intentaron demostraro­n lo poco que le conocían.

En estos últimos dos años y dos meses, el mayor ha acudido cada mañana a trabajar al despacho que ya tenía en la última planta de la comisaría de la Travessera de les Corts, en Barcelona. Cuando podía, trataba de comer en su casa y regresaba todas las tardes a completar su jornada.

Al año de su cese, primero Miquel Esquius y después Eduard Sallent, al frente de los Mossos, le ofrecieron un despacho acorde a su rango de mayor en el complejo central de Egara, en Sabadell. Le pidieron que empezara a participar en el formato en el que él se sintiera más cómodo en las reuniones de la jefatura.

No quiso. Como tampoco quiso rechistar ni que su fiel entorno reglamenta­rio plicara ni en público ni en privado cuando se contó con la intención de humillarle que el todopodero­so Trapero había sido degradado a tareas administra­tivas en la policía.

Tampoco era verdad. El mayor ha seguido trabajando, plasmando en documentos de uso interno el modelo de policía de proximidad transversa­l que perfilaba cuando parte de su mundo se vino abajo. Tras su cese, decidió instalarse en su despacho de Barcelona y evitar cualquier contacto con los mandos que pudiera ser interpreta­do como una injerencia. Solo volvió un par de veces a Egara y ni pisó su antiguo despacho que, tras dos años cerrado, finalmente ha ocupado Sallent.

Trapero no se ha escondido. Ni lo hizo cuando era jefe, ni ahora en el momento más complejo de su carrera. Se le puede acusar de muchas cosas, pero no de cobarde. Hace años, en mayo del 2007, en medio de otra crisis tras varios episodios protagoniz­ados por Mossos, fue el único mando que se ofreció a acudir en directo a TV3 con Mònica Terribas. La polémica estaba servida a raíz del kubotán, un artilugio no reque llevaban algunos policías. Sin guion se sometió al tercer grado de la periodista y defendió a los Mossos no dejando pasar la oportunida­d de criticar a los medios de comunicaci­ón que, en su opinión (que varió poco con el tiempo), estaban en su mayoría más interesado­s en destruir a la policía que en construir. Trapero era en aquel momento un simple inspector de Barcelona y ya apuntaba maneras. Entre otras la de decir siempre lo que pensaba y creía, asumiendo las consecuenc­ias.

Pero con su causa judicializ­ada, el mayor optó por guardar silencio y hablar única y exclusivam­ente en los tribunales. Una norma que asumió su entorno, al que prohibió hablar ni de él ni en su nombre. Ninguno de los suyos le ha traicionad­o.

No tuvo ni la más mínima duda de acudir a declarar al Tribunal Supremo en la causa del procés. Pese al riesgo que suponía responder como testigo, con la obligatori­edad de decir la verdad, aceptó preguntas de todas las partes. Respondió a todas. Y lo hizo consciente de que el relato que hilvanó sobre lo que hicieron los Mossos y las advertenci­as a los políticos de lo que pasaría si seguían

ALGUNAS DE LAS OFERTAS Rechazó la propuesta de volver a mandar la policía y ni quiso oír hablar de ir en una lista

SU NUEVA RESPONSABI­LIDAD El que fuera jefe de la policía catalana acude a diario a trabajar a su despacho de Les Corts

UN FÉRREO SILENCIO

El fiel entorno del mayor se ha blindado y nadie habla en público ni de él, ni en su nombre

adelante o al asegurar que incluso habían planificad­o cómo detener a los miembros del Govern, abriría un cisma en el sentimient­o de muchos independen­tistas que creyeron en algún momento que aquel hombre era uno de los suyos.

Recibe cartas casi a diario. No con la intensidad de los primeros meses, pero el goteo es constante. Le llegan de todos los rincones del territorio, especialme­nte de Catalunya, y aunque trata de responder a mano a casi todas, no termina de leer aquellas en las que el remitente le ensalza a la categoría de súper hombre, héroe o líder de causas en las que no milita.

Josep Lluís Trapero nunca tuvo entre sus planes ser policía, pero desde que entró en los Mossos d’esquadra hace 30 años quiso ser única y exclusivam­ente eso, un policía. Que no es poco. Convertido en jefe, quiso mantener a los Mossos d’esquadra firmes en su compromiso de servidores públicos sin ataduras, ni deudas, ni prebendas.

Ese era el modelo que Trapero perseguía para los Mossos cuando la judicializ­ación del procés se lo llevó por delante. Tremendame­nte desconfiad­o y previsor, capaz de adelantars­e al mínimo suspiro de sus enemigos, que los tuvo y los peores en Mossos, fue incapaz de prever la que se les venía encima. Hay que remontarse al 2017. Cerrar los ojos, guardar silencio por los asesinados en los atentados de agosto, y recordar aquellos días en los que muchos ciudadanos lanzaban flores y piropos a los mossos y lucían camisetas con el rostro embarbecid­o de Trapero convertido en icono.

La gestión policial del atentado y la empatía comunicati­va que catapultó al mayor a la esfera internacio­nal avanzaba en paralelo con la que iba a ser la eclosión del procés: la convocator­ia del referéndum del 1 de octubre. La situación en aquel momento era de una complejida­d y tensión extrema para los Mossos. La cúpula policial tenía el deber de guardar lealtad a un Gobierno que estaba dispuesto a saltarse la legalidad y, al mismo tiempo, obedecer a unos jueces y fiscales que le ordenaban frenar esas conductas delictivas. El mayor, pero no sólo él, la jefatura de la policía en ese momento, con los comisarios Ferran López y Joan Carles Molinero al frente, entendió que, pese la complejida­d, sería posible hacerlo. Y lo hicieron, convencido­s de que hacían lo mejor que podían en ese momento.

De las acusacione­s que se han vertido contra él le duele especialme­nte que digan que actuó consciente­mente fuera de la ley. Que desobedeci­ó y arrastró a su organizaci­ón policial a delinquir. Su capacidad de seducción y mando eran incuestion­ables, pero parece difícil que un solo hombre fuera capaz de conseguir que la cúpula de comisarios se sumara al plan secesionis­ta. Todo lo que la policía catalana hizo aquellos días se discutió, planificó y diseñó, para bien y para mal, por los mandos. Y ninguno tuvo la conciencia de que las decisiones que se tomaron el 20 de septiembre frente a la Conselleri­a de Economía y el 1 de octubre formaban parte de un plan ilegal diseñado en connivenci­a con los políticos.

Tras su declaració­n en el Supremo ,volvió a guardar silencio. No escondió ningún as en la manga. Que nadie espere conejos blancos en las chisteras. La semana que viene en la Audiencia Nacional se juzgará si las órdenes que se dieron aquellos días formaban parte de un plan. Siempre que un juez le ha preguntado, Trapero lo ha negado y lo seguirá negando. Es su única verdad.

 ?? ANA JIMÉNEZ ?? Trapero, con uniforme, de espaldas. El mayor, al margen de los políticos y de Diego Pérez de los Cobos en la junta de seguridad antes del 1-O
ANA JIMÉNEZ Trapero, con uniforme, de espaldas. El mayor, al margen de los políticos y de Diego Pérez de los Cobos en la junta de seguridad antes del 1-O

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