La Vanguardia

José Luis Durán

Director de la Escola del Treball

- CARINA FARRERAS

La entrega de Durán y su equipo docente ha conseguido que un estudiante de FP con parálisis cerebral realice sus prácticas de diseño gráfico en un pequeño pueblo de Polonia, mediante la obtención de una beca Erasmus+.

“Marc, no quiero volver”. Empezamos la historia desvelando el final. Unos días antes del pasado mes de agosto el estudiante Cristhofer Torres tecleaba en su móvil esta frase, sentado sobre la cama de su habitación en la residencia universita­ria de Zielona Gora (Polonia). El tiempo de Erasmus se acababa y este alumno de diseño gráfico de la Escola del Treball de Barcelona debía empezar a preparar las maletas. Le dio al botón de enviar con la esperanza, lejana pero real, de que su psicólogo, al recibir el mensaje, se movilizara para prolongar su estancia en el pequeño pueblo polaco.

Marc Griful sonrió. Es su tutor en el Servei Educatiu Específic de Pont de Dragó, del Ayuntamien­to de Barcelona, que apoya a chavales como Cristhofer, escolariza­do en un centro ordinario, a ganar una autonomía dificultad­a por sus problemas de movilidad. Compartió el

mensaje-triunfo con el director de la Escola del Treball, José Luis Durán, que a su vez lo transmitió a su equipo (Rosa Parella, Isabel Español, Albert Peiró, Manuel Fernández...) cuyo esfuerzo hizo posible que Cristhofer obtuviera una beca Erasmus+ y viviera una experienci­a internacio­nal única y especial.

Unos cuatro millones de estudiante­s europeos se desplazan cada año a universida­des, centros de formación o trabajo de otros países para seguir sus estudios o realizar prácticas con los programas Erasmus+. De éstos, unos 650.000 jóvenes cursan Formación Profesiona­l (FP). La agencia estatal que gestiona los fondos europeos, Sepie (Servicio Español para la Internacio­nalización de la Educación), reserva unas plazas para aquellos proyectos con alumnos con necesidade­s especiales y riesgo de exclusión social, aumentando la dotación de recursos.

La Escola del Treball, que el curso pasado firmó convenios para una cuarentena de plazas, consiguió cuatro para personas con discapacid­ad. Tres en proyectos vinculados con jóvenes con déficit auditivo (la escuela es un centro de referencia en Catalunya para sordos) y uno, de diversidad funcional. “Cuando planteamos a los estudiante­s con algún tipo de discapacid­ad, física o psíquica, si querían acogerse a un programa de movilidad internacio­nal nos vimos abrumados por la respuesta: casi todos levantaron la mano”, explica el director. El equipo docente reflexionó sobre esa respuesta y concluyó que en un futuro había que dar la oportunida­d de salir a todos los alumnos, sin distinción, para que vivan esta experienci­a y ganen en empleabili­dad. El curso pasado probaron con una plaza. Y mimaron la ejecución de principio a final.

El candidato elegido fue Cristhofer, 23 años, alumno de 2º curso de grado medio de FP en diseño gráfico, movilidad funcional reducida, motivado y un gran deseo de abrirse al mundo. No había salido de España, a excepción de una visita a Hamburgo, cuando era niño. Caminaba lentamente, pero se desplazaba mejor en silla de ruedas. Y la dificultad en el habla se suplía

PRIMERAS SENSACIONE­S

“Me dio un poco de miedo quedarme solo al principio y no dejaba de chatear con Barcelona”

TRABAJO Y VOLUNTARIA­DO

“Yo ayudaba a los deportista­s que venían de todas partes del mundo, fue increíble”

UN SUSTO SUPERADO

Tuvo una pequeña fisura: “¿Cómo llamo al médico si yo no hablo polaco?”

con sus deseos de comunicars­e.

Su candidatur­a era un desafío para el equipo de Durán. Se buscó un convenio con un ciudad pequeña, donde todo lo importante, como el centro de trabajo y los lugares de ocio, tuviera distancias humanas, y ofreciera, también, transporte y alojamient­o adaptado. Al mismo tiempo, había que encontrar un centro adecuado a sus prácticas.

La Universida­d de Zielona Gora resultó ser perfecta. La localidad, situada entre el río Oder y la frontera alemana, cuenta con una población de 100.000 habitantes. es una antigua ciudad, alemana en sus orígenes, de calles adoquinada­s y casas alegres con fachadas de color pastel. El campus alberga en invierno a 23.000 estudiante­s.

Para terminar de cuadrar el círculo, el verano pasado se celebraban unos juegos paraolímpi­cos en el campus y la copistería necesitaba personal. El convenio se firmó por dos meses. La beca del Sepie, que se calcula en función de la distancia y el nivel de renta del país de destino, fue de 2.091 al mes.

Cristhofer llegó a principios de junio acompañado de su psicólogo. Juntos exploraron el campus, recorriero­n la ciudad, los lugares de interés y las cafeterías. Hasta que al quinto día el estudiante despidió al último adulto de referencia de su país. Y se quedó solo.

“Me dio un poco de miedo sentirme solo”, reconoce. “Al principio, escribía a al grupo de Whatsapp por cualquier cosa que me pasaba. No a mis padres, a los que costó un poco convencer de mi viaje y estaban muy pendientes de mí, pero yo prefería no preocuparl­os con mis problemas”.

En cambio, al finalizar su estancia, las últimas semanas, los profesores coincidían en sus mensajes: ‘¡Cristhofer da señales de vida!...”.

Los días pasaron volando. Por las mañanas, cooperaba en el diseño de carteles de la competició­n deportiva. Almorzaba en el comedor de estudiante­s. La cocinera, sabedora de que su falta de movilidad le impedía sostener un plato o cortar con cuchillo y tenedor, troceaba los

pierogis (pasta rellena) y se los llevaba a la mesa.

Por la tarde, se ocupaba de los deportista­s en la piscina, la pista de atletismo, la de hípica... “Venían de todas partes del mundo, era increíble cómo lo hacían. A mí me encantaba ayudarles y poner las puntuacion­es”. Disfrutaba también viendo su propio trabajo visible a ojos de los demás. Después, algunas noches, salía a divertirse.

Este ritmo, más intenso que el habitual, junto al traqueteo del bus (con plataforma) y la irregulari­dad de los adoquines del suelo acabaron pasándole factura. Tuvo un dolor. “Que te vea un médico”, aconsejaro­n desde Barcelona. “¿Cómo llamo al médico por teléfono si no sé polaco?”, respondió asustado.

Los habitantes de Zielona Gora hablan, además de polaco, alemán y ruso. Pero no castellano ni tampoco inglés. Esta eventualid­ad ya estaba prevista y en el móvil de Cristhofer tenía una aplicación de traducción simultánea. “Nie mowie polsku...”. Pero el teléfono era otra cosa.

“Nosotros, aquí, sufríamos”, recuerda el director de la escuela. “Cuando envías a chavales al extranjero siempre se producen percances inesperado­s, ya cuentas con ello, pero en el caso de Cristhofer reconozco que todos conteníamo­s la respiració­n”. El joven puso a prueba sus competenci­as sociales y resolvió la visita al médico de forma efectiva. Siguió el tratamient­o recomendad­o. Susto superado. “A mi madre no le contaba nada y eso que hablaba con ella cada día, se lo explicaba a toro pasado, para que estuviera tranquila”.

Llegó la última semana después de dos meses. “Marc, no quiero volver”, tecleó. Resultó que la adaptación más difícil no fue en Polonia sino en su lugar de residencia. “Soy el único hijo que mis padres tienen en casa (la familia es de Ecuador). Me cuidan y, por mi situación, me sobreprote­gen. Yo ya no quería eso”. Luego llegó septiembre y empezó el grado superior de diseño. Su siguiente meta es encontrar trabajo, independiz­arse. Pero, antes, repetir un Erasmus.

El equipo de apoyo en tierra de este vuelo metafórico fue una de las claves del éxito del Erasmus. “Hemos aprendido mucho con esta experienci­a”, indica Durán. “La preparació­n y la gestión exigen un enorme esfuerzo, mayor si es la primera vez, y no está remunerado –los profesores implicados tienen una hora de reducción lectiva”.

Mucho papeleo, solicitud de proyectos, contactos en varios países, seguimient­o, resolución de problemas, rendimient­o del trabajo... y todo eso es voluntario. “Pero merece mucho la pena, no pensamos en que los alumnos con más dificultad­es y menos recursos deben poder ir también fuera. Me gustaría que otros centros se animaran. Mis puertas están abiertas para los docentes interesado­s”.

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Cristhofer abrazó a sus padres en el aeropuerto de Barcelona y se embarcó a su aventura polaca. Aterrizó en Berlín, donde subió a un furgón
adaptado que lo condujo Zielona Gora, a 200 kilómetros de distancia. En su destino, deshizo la maleta con nervios e ilusión
MARC GRIFUL PREPARADO PARA VOLAR Cristhofer abrazó a sus padres en el aeropuerto de Barcelona y se embarcó a su aventura polaca. Aterrizó en Berlín, donde subió a un furgón adaptado que lo condujo Zielona Gora, a 200 kilómetros de distancia. En su destino, deshizo la maleta con nervios e ilusión
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El psicólogo Marc Griful pasó los primeros días en el pueblo polaco de Zielona Gora, cercano a la frontera alemana. Cristhofer se instaló en una habitación
adaptada en la residencia de estudiante­s, comía en el campus y viajaba en transporte público. Los adoquines, un inconvenie­nte que tuvo que sortear
MARC GRIFUL DÍAS DE ADAPTACIÓN EN ZIELONA GORA El psicólogo Marc Griful pasó los primeros días en el pueblo polaco de Zielona Gora, cercano a la frontera alemana. Cristhofer se instaló en una habitación adaptada en la residencia de estudiante­s, comía en el campus y viajaba en transporte público. Los adoquines, un inconvenie­nte que tuvo que sortear
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Trabajó en la copistería del campus elaborando carteles informativ­os para los Juegos Paralímpic­os
MARC GRIFUL PRÁCTICAS EN EMPRESA Trabajó en la copistería del campus elaborando carteles informativ­os para los Juegos Paralímpic­os
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MARC GRIFUL

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