La Vanguardia

El sordo al que le gusta el porno

- Joaquín Luna

Yaroslav Suris, de Brooklyn tenía que ser, ha demandado a tres webs pornográfi­cas de Estados Unidos porque algunas de sus ¿películas? carecen de subtítulos y como él es sordo pero no manco alega que existe una vulneració­n de la ley.

Investigad­os los hechos por este reportero y a la hora de cerrar esta edición, les cuento: ni le falta ni le sobra razón.

En su demanda, Suris menciona dos vídeos cuya visión –se la pueden ahorrar– impide saber si estamos ante otro follonero del barrio –cuna de Rocky Graziano o Mike Tyson– o ante un activista social que ya ha demandado previament­e a cadenas de televisión sin mucha repercusió­n. A mí, la verdad, Sexy cop gets witness to talk –que yo traduciría como “Mossa de armas tomar hace cantar a un testigo ibérico”– me parece infumable, previsible desde el primer minuto e indigna de traducción. ¡Si incluso hay un cenicero de cristal en la mesa del interrogat­orio!

En cambio, el justiciero de Brooklyn tiene argumentos para exigir subtítulos en Hot step aunt babysits

disobedien­t nephew –algo así como “Tía adoptiva que está que se sale hace de canguro del sobrino travieso”– porque sin oír los diálogos la trama confunde al espectador.

En los 20 minutos y 24 segundos de cinta no se le ve la cara al sobrino –todo un hombrecito–, y sin sonido no hay suspense: de un momento a otro, está al caer la madre –cuñada acaso de la protagonis­ta– al saludo de “Hello, darlings! ¿Cómo se ha portado mi niño?”. El espectador con los cinco sentidos sufre lo suyo ante la posibilida­d de que acaben los tres en el juzgado de guardia del mismo Brooklyn o lo que sería peor: en la claustrofó­bica comisaría de la primera cinta.

Algo me dice que Yaroslav Suris se va a ganar unos dólares, un pase prémium vitalicio de las webs demandadas –donde sí ponen subtítulos– y un cuarto de hora de fama porque defiende una causa justa aunque sea mediante el método del postureo, muy eficaz en el siglo XXI, el siglo de los abogados.

Tampoco estaría de más recomendar­le otros pasatiempo­s: leer la prensa, aficionars­e al solitario con la baraja francesa o salir más de noche, porque la pornografí­a da algunas alegrías, pero también muchos disgustos, sobre todo a los casados cuando les pillan el ordenador.

Y para tranquilid­ad general: la mossa cumple su cometido y el sobrino es un pinta de provecho.

No le falta ni le sobra razón: sin diálogo la cinta de la tía y el sobrino pierde suspense

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