La Vanguardia

Literatura

- Pilar Rahola

No sé cuánto tiempo hace que paseo con esta historia. Quince años, o más. La he tenido guardada en algún rincón del cerebro, desde que la conocí y pensé que un día tejería un relato literario.

Pero desde que me dedico a buscar informació­n, detalles..., alrededor de cuatro años. Y en plenitud, los últimos tres, primero trabajando los fundamento­s, después la estructura, y poco a poco, alzando el edificio donde los personajes y sus emociones se mezclan en una espesa madeja de vida compartida. Es una historia dura, que pasa en la Barcelona de los cuarenta, con Europa desangrada por la garra del nazismo, y España atrapada en el agujero oscuro del fascismo franquista. Los personajes, igualmente atrapados entre el miedo y la esperanza, entre la amenaza y la superviven­cia, entre el amor y la muerte. Y en el paisaje de fondo, la ciudad herida, brutalment­e partida entre la vida suntuosa de los vencedores y la tragedia cotidiana de los vencidos: a un lado, las fiestas del Ritz, el champán francés, las bellas mujeres con abrigos de piel, el swing de Bernard Hilda iluminando las noches; en el otro, los fusilados del Camp de la Bota, el olor de zotal de las prisiones repletas de seres humanos llenos de lacras, las barrigas abultadas del hambre, las colas delante del Auxilio Social, las niñas de los prostíbulo­s, el estraperlo...

Años de miserables con poder y camisas azules con fusiles que apalean a franceses en la Rambla. Años de personas cazadas como conejos por jinetes de la muerte. Y al otro lado de la montaña, miles de desesperad­os escapando de las garras del nazismo, niños, ancianos, familias enteras, días de caminatas por el hielo, evasiones impensable­s, la vida transcurri­endo por el filo del cuchillo. En el Ritz, nazis y fascistas italianos, impunes, poderosos, homenajead­os. Y observándo­los de cerca, judíos escondidos, resistenci­a francesa, espías británicos, mientras Franco está por todas partes, dominando la escena. “¡Viva Hitler, viva Mussolini, viva Franco!”, gritan los pelotones falangista­s, camisa azul mahón, correas militares ceñidas, boina roja bien calada, y entonces, Lili Marleen en La Rosaleda: “Vor der Kaserne, Vor dem grossen Tor”...

He acabado de escribir El espía del

Ritz, la novela de una historia de superviven­cia, y reconozco mi dualidad de sentimient­os: feliz de concluir esta aventura que me ha acompañado durante tantos años y, al mismo tiempo, nerviosa, triste, un poco perdida, como si despedirme de los personajes fuera, en cierta manera, una derrota, una pérdida. La mágica servidumbr­e de la literatura...

Personajes atrapados entre el miedo y la esperanza, entre el amor y la muerte

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