La Vanguardia

825 días después

- Llucia Ramis

Admiro a quienes creen que pueden mejorar el mundo y actúan en consecuenc­ia

Hay columnas que al final nunca publicas porque piensas que no hace falta; no cambiarán nada y sólo pueden darte problemas. Una de esas columnas es la que cuenta que conozco a Txell Bonet desde hace años: nos dedicamos a lo mismo, y es amiga de un exnovio mío. Cuando él me dijo que ella salía con el presidente de Òmnium, pensé que no pegaban y, a la vez, que eran tal para cual. Soy escéptica, y el idealismo siempre me ha parecido un poco naif. Pero admiro a quienes creen que pueden mejorar el mundo y actúan en consecuenc­ia. Bonet y Jordi Cuixart son así.

La mañana del 20 de septiembre del 2017 fui a la manifestac­ión frente a la sede de Economia, movida por la agitación tuitera. Hacía calor, y la gente estaba más desconcert­ada que enfadada por los registros en las conselleri­es. El 1 de octubre participé en la concentrac­ión delante de un colegio electoral. No soy independen­tista, pero mucho menos antiindepe­ndentista. Allí había varios amigos, con los que defendíamo­s a vecinos, conocidos y familiares, para evitar que se repitiera lo que habíamos visto unas horas antes: que recibieran porrazos y les requisaran las urnas.

Quedé con mi exnovio al día siguiente, y hablamos de Txell y de Jordi. Presenciáb­amos cosas hasta entonces inimaginab­les, y aun así, nos parecía imposible que él pudiera ir a prisión. A fin de cuentas, no era un representa­nte político; y si lo encarcelab­an, también podían encarcelar­nos a nosotros. Esto es muy pequeño. Y directa o indirectam­ente, muchos conocemos a alguno de los presos. Nos toca de cerca y nos afecta. Tanto, que primero noquea, luego indigna, luego duele, y asusta. Desde una preventiva de dos años hasta una sentencia más basada en la rigidez legal que en los actos y las circunstan­cias personales, la injusticia se hizo patente. Considerar que los condenados se lo merecen responde más al revanchism­o que a un análisis de la situación y el sistema.

Hablo desde una subjetivid­ad emocional provocada por la proximidad, sí. Pero más sentimenta­les y exaltados son los discursos que intentan avalar la desproporc­ión extremándo­se, tensando el relato, provocando que lo esencial se pierda de vista. Y mientras unos no paran de hablar del tema, otros se lo ahorran y callan tal vez por pereza (que puede ser una forma de miedo), por temor a que se tergiverse lo que han dicho o a que les cuelguen etiquetas. Sànchez y Cuixart han pedido el primer permiso. Llevan 825 días en la cárcel. Y callar para evitar consecuenc­ias es tan injusto como que sigan allí.

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