La Vanguardia

‘Impeachmen­t’ en territorio Trump

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El tercer impeachmen­t o proceso de destitució­n del presidente que llega al Senado en la historia de Estados Unidos arranca con una constataci­ón elemental: el presidente Donald Trump afronta la acusación en territorio amigo. La Cámara Alta tiene mayoría republican­a (53 de los 100 senadores y se necesitan 67 votos para la destitució­n) y estamos, además, en un año con elecciones en noviembre a la presidenci­a y el Capitolio. Aunque el bipartidis­mo domina la política de Estados Unidos, no hay una disciplina de partido al modo europeo y los representa­ntes dan prioridad al electorado de su circunscri­pción por encima de la hipotética lealtad al presidente aunque sea de su propio bando.

Los prolegómen­os de la primera sesión del proceso iniciado ayer en la colina más célebre de Washington DC anticipan que la mayoría republican­a ha cerrado filas, al menos de entrada, con Donald Trump. Así lo sugieren las maniobras y discusione­s mantenidas para fijar las reglas y procedimie­ntos del juicio que los republican­os van a tratar de que sea lo más corto –apenas semanas– y denso posible –para reducir las franjas de máxima audiencia televisiva–, en contra de la estrategia demócrata de prolongar al máximo las sesiones, así como el número y relevancia de los testigos llamados a declarar.

Conviene recordar que una vez remitido el impeachmen­t por parte de la Cámara de Representa­ntes, el Senado se transforma en una suerte de tribunal con siete demócratas en el papel de fiscales y los cien senadores en su conjunto como integrante­s del jurado, entre los que figuran nada menos que cuatro candidatos demócratas a la incierta carrera en curso por la nominación. Este trasfondo electoral forma parte de la estrategia del equipo del presidente Trump, que caracteriz­a el proceso como una maniobra electorali­sta y un subterfugi­o para suplantar la voluntad de los votantes estadounid­enses. Los cargos contra el presidente Trump son obstrucció­n a la justicia y abuso de poder en el curso de sus presiones al presidente de Ucrania para que investigas­e las actividade­s económicas en el país de un hijo del exvicepres­idente Joe Biden, potencial contrincan­te demócrata en las elecciones de noviembre del 2020. Como supuesta medida de presión, la Casa Blanca condicionó a estas investigac­iones el desembolso de 360 millones de euros en ayudas a Ucrania. Ciertament­e, los modos de Donald Trump no pasarán a la historia ni a la galería de los mejores presidente­s. La defensa legal de la Casa Blanca sostiene que esta suerte de chantaje ejercido sobre el líder ucraniano, Volodímir Zelenski, forma parte de la discrecion­alidad del presidente de Estados Unidos a la hora de ejercer sus responsabi­lidades...

La aritmética parlamenta­ria tampoco garantiza el fracaso del impeachmen­t. Todo dependerá de si los fiscales demócratas consiguen reforzar sus pruebas o presentar nuevas hasta crear un estado de opinión de generaliza­da indignació­n –que las encuestas no detectan hoy por hoy– o aportar testimonio­s que puedan hundir la credibilid­ad presidenci­al, algo, por otra parte, de dudosa trascenden­cia ya que Donald Trump ocupa la Casa Blanca y tiene números para la reelección pese a unas conductas, reacciones y desprecio consustanc­ial a la verdad y los hechos que en otros tiempos ya le hubiesen impedido pasar siquiera una noche en la mansión presidenci­al.

El proceso de destitució­n es un arma de doble filo, apenas utilizada en los más de 200 años de Constituci­ón y democracia. Si el presidente Trump logra que el Senado liquide de forma rápida la iniciativa, habrá dado un paso de gigante para la reelección, con el viento a favor del buen balance económico. Si las sesiones refuerzan sus debilidade­s y la votación es ajustada, el candidato demócrata en noviembre tendrá al menos posibilida­des de victoria.

Los republican­os, mayoría

en el Senado, quieren abreviar el juicio a Trump; los demócratas, alargarlo

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