La Vanguardia

Los pies de plomo

- Fernando Ónega

Llama la atención la extrema cautela con que el Gobierno trata de instalar en la opinión pública la idea de reformar el Código Penal. “Se anda con pies de plomo”, escribían ayer Juan Carlos Merino y Àlex Tort en estas páginas. Primero hubo un asomo enigmático de Pablo Iglesias en su sonada entrevista en Antena 3. Después, el presidente Sánchez hizo una referencia más enigmática todavía en Televisión Española cuando habló de un código que no responde a las necesidade­s de este tiempo. Ahora se ve claro que no se dirigía al conjunto de los espectador­es, sino a los participan­tes en la próxima mesa de negociació­n. Y sólo el martes la portavoz Montero descorrió el telón al relacionar la reforma “con los acontecimi­entos producidos en Catalunya”.

La cadencia de la informació­n oficial demuestra una buena planificac­ión, mezcla de tiento, temor y prevención ante un material altamente inflamable, como se demostró inmediatam­ente: los partidos Popular y Ciudadanos, que hace nada reclamaban el 155, saltaron con toda rapidez a denunciar un “indulto oculto” de los independen­tistas condenados. Ayer, varios periódicos editados en la capital de España se hacían eco de esos mensajes con portadas que hablaban también de indulto encubierto, rehabilita­ción de Junqueras o incluso de amnistía por la puerta de atrás.

El Gobierno, pues, se encontrará, se encuentra ya, con una fuerte oposición política que ahora mismo no permite afrontar la reforma con la mayoría absoluta requerida y con una importante resistenci­a mediática que no garantiza el plácet de toda la opinión publicada.

Quienes todavía sostienen que los hechos de septiembre y octubre del 2017 han sido una rebelión o un golpe de Estado no

La reforma del Código Penal no debe pasar como fruto de un pacto con Esquerra Republican­a

pueden aceptar al primer asomo que el delito de sedición sea disminuido o desaparezc­a, como propuso el Síndic, Rafael Ribó. Esos son los elementos contra los que Pedro Sánchez tendrá que enviar sus barcos. La cautela y los pies de plomo están justificad­os.

Para el resto se requieren otras reflexione­s. La trascenden­te, de momento, es esta: ¿debe pasar la reforma como fruto del pacto con Esquerra? Entiendo que no. Eso abriría un nuevo frente crítico en que las palabras más hirientes, pero habituales, como rendición o entreguism­o, serían las más utilizadas y embarraría­n el campo de juego. La razón objetiva más presentabl­e debe ser la acomodació­n a las socorridas necesidade­s cambiantes y a la legislació­n europea, ya insinuada por Carmen Calvo. Si esa acomodació­n adelanta la libertad de Oriol Junqueras y los demás, se habrá adelantado algo en la tarea de desjudicia­lizar la política.

Y si resulta útil para objetivos políticos, y el gran objetivo político es abrir cauces a la solución del conflicto, se puede aplaudir. Lo más urgente ahora mismo es expulsar del debate el tono belicista del lenguaje. Por ambas partes, porque tan belicista es acusar de indultos encubierto­s como de Estado represor.

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