Víctimas de la subida del mar en el Delta
La situación “fue terrible. Sentí una mezcla de impotencia e indignación”, explica María Cinta Otamendi al recordar cómo rugía el mar el domingo y el lunes ante su restaurante (Vascos), situado junto a la playa de la Marquesa (Deltebre). El lugar está rodeado de una escollera que le protegió de los embates del mar. Su hermana, Marcela Otamendi, recuerda que cuando era niña, la playa de Marquesa tenía más de kilómetro de ancho y la completaba una franja de dunas y una vegetación espléndida. “Ahora casi no queda nada. Todo se lo ha tragado el mar”, dice.
Pese a estar en una de las puntas de lanza de la subida del nivel del mar, ambas hermanas van a seguir con el restaurante. “El Delta sufre tres enfermedades: la regresión, la subsidencia (hundimiento) y el cambio climático. Pero lo peor es la inacción de la Administración, que ha hecho dejación de funciones. Nunca debimos llegar hasta este extremo”, dice.
Discrepa de quienes invocan que hay que dejar que actúe la naturaleza por sí sola. “Eso es condenarnos a no existir. Pero si se rechaza la idea de intervenir (preventivamente), por la misma razón yo podría pedir que se echaran abajo los embalses y todo lo que ha levantado hombre. Sí, se puede actuar; lo hacen otros países”, añade.
El delta del Ebro, y muy especialmente la isla de Buda, ha sufrido una de sus inundaciones más graves. Un temporal de levante enfurecido y precipitaciones de 200 l/m2 lo anegaron. El clima extremo está cambiando la geografía catalana.
La subida del mar y el aguacero cubrieron 3.000 hectáreas, mientras que la línea costera retrocedió entre 2 y 3 kilómetros. Esta situación se ha ido normalizando en gran parte las últimas horas. Pero ya no puede ser obviada la reiteración de sucesos.
Guillermo Borés, propietario de la finca de la isla de Buda, sostiene que ha sido un mordisco de unos 150 a 200 metros en la línea costera de Buda. La regresión del Delta se ha acelerado de manera alarmante, a causa de los grandes temporales, algo que ha sido relacionado con el cambio climático. “Los temporales son ahora más frecuentes y producen una mayor devastación. Su impacto es mayor porque actúan sobre playas que están muy debilitadas. Cada vez hay menos playas y menos dunas”, se lamenta Borés, convencido de que ahora ya solo es posible salvar Buda con soluciones “duras”. “Lo que le está pasando a la isla de Buda es un anticipo de lo que puede acabar ocurriendo en todo el Delta”, pronostica vehemente a pocos metros de la nueva línea costera de Buda, que mostrarán pronto los mapas actualizados.
Antes, había una barrera ancha
ACTUALIZAR LOS MAPAS El embate del mar ha provocado el retroceso de otros 150 metros en la isla de Buda
PLAYAS DEBILITADAS Los temporales son ahora más frecuentes y producen una mayor devastación
MARCELA OTAMENDI “Lo peor es la inacción de la administración, que ha hecho dejación de funciones”
formada por arenas que separaban el mar de las lagunas interiores (Calaixos), pero cada vez más esa franja de protección se ha estrechado (antes del temporal era ya de menos de 100 metros en algunos tramos); y en muchas ocasiones se ha roto.
La consecuencia es una entrada de bocas de agua, hasta las lagunas, básicamente de agua dulce. Para Borés, éste es el principio del fin. En respuesta a la entrada de agua marina en las lagunas, la Administración central ha ido tapando estas bocas con actuaciones de emergencia. Se han hecho aportaciones de miles de metros cúbicos de arena para reforzar esta protección. Pero todo esto ha sido insuficiente, pues las murallas de arena han vuelto a ser sobrepasadas. Y el Delta sigue en retirada
El gran embate del mar (entre lunes y martes) superó las playas, rebasó las lagunas de la Albacada, Tancada y Encanyissada, y saltó hasta los campos de arroz, distribuidos en parcelas. El avance del mar fue de más de dos kilómetros.
Las bombas de agua que tradicionalmente permiten evacuar los campos no pudieron funcionar; retornaban los caudales; y todo se encharcó, puesto que las olas embravecidas estaban por encima del nivel de los campos. Así nos lo comenta Joan Trias, propietario del arroz Illa de Riu, con quien recorremos sus parcelas anegadas.
“La situación no es irreversible”, sostiene Manuel Ferré, presidente de la Comunitat de Regants del Canal de la Dreta de l’ebre. Las aguas volverán, en cierta manera, a su cauce; pero el riesgo ahora es que el suelo de los campos (que aún no han sido sembrados), sufran un proceso de salinización, lo que comportaría la pérdida de productividad en las cosechas. Las aguas de las parcelas (regadas con agua del Ebro) registran ahora altísimos niveles de salinidad; hasta 40 milisiemens de conductividad, casi el mismo grado que el agua de mar (50 milisiemens). “Habrá que entrar agua dulce para limpiar toda esta sal”, explica Trias.
Joan Castor, alcalde de Sant Jaume d’enveja (PSC), observa que en “50 años no hemos visto nada parecido, un temporal con tanta virulencia”. “En la isla de Buda, la franja que separa el mar de las lagunas es muy estrecha y cada vez lo es más”, recalca. Una línea costera de unos 14 kilómetros de playa (un arco que incluye Deltebre, l’ampolla, Amposta y Sant Carles de La Ràpita) necesita amparo y protección.
Manuel Ferré se queja de que durante muchos años en la Administración ha primado una cierta consideración de laissez faire, de dejar a la naturaleza que actúe según su evolución natural: una estrategia no explicitada, pero cuyo resultado ha sido la inacción. Las partidas presupuestarias para los caminos de guarda desaparecieron de los presupuestos del Gobierno del PP.
La consecuencia es que el mar sigue ganando la batalla. También Ferré censura algunas propuestas (salidas de centros universitarios) que han ido encaminadas a aceptar la idea de un cierto sacrificio de parte de la zona costera, como una retirada discreta o una manera de ganar tiempo como respuesta al avance del mar. “Eso es una rendición. No lo aceptamos. Pero las decisiones no se deben tomar en Madrid o Barcelona de mano de presuntos especialistas, sino que hay que contar con la gente, que tiene familias, haciendas... Los científicos y técnicos deben estar al servicio de la sociedad”, añade.
La épica del Delta echa raíces en una población que combatió el paludismo durante generaciones, que quiso dominar un medio natural agreste y adverso, y que ahora quiere hacer las paces con la naturaleza convencida de que no hay más remedio que adaptarse al cambio climático. Y eso es lo contrario de cruzarse de brazos.
El debate sobre cómo actuar en el Delta del Ebro ha quedado enquistado muchas veces por la disyuntiva entre partidarios de acciones duras (espigones, diques..) y otras de actuaciones suaves o light. Pero esa dicotomía sólo ha conducido a la parálisis. “Fenómenos como el que hemos visto evidencien que es necesario implantar soluciones como la recuperación de los sedimentos fluviales que quedan retenidos en los embalses de Riba-roja y Mequinensa”. Así lo creen Carles Ibáñez y Nuno Caiola, investigadores del programa de Aigües Marines i Continentals de L’IRTA. Por eso, proponen movilizar los materiales retenidos en los embalses. Cuantos menos sedimentos se aporten desde el río, más erosión se produce en la desembocadura, destacan.
En este contexto, en los dos últimos años se ha creado la Taula de Consens, mediante la cual las instituciones representativas (comunidades de regantes, los siete ayuntamiento de Delta y otras entidades) han redactado un documento que sienta las bases para que la Administración central pilote la acción.
“No existe disyuntiva de acciones. Es falso. Y tampoco proponemos soluciones duras”, dice Rafael Sánchez, secretario técnico de la Taula, convencido de que se puede actuar a medio y largo plazo (estudiando el rescate de los sedimentos del río) y afrontar “la urgencia del día a día” plantando la batalla a la regresión ya. La Taula no propone una solución única, sino segmentar la línea costera con acciones a la carta. Sánchez ve posible combinar propuestas basadas en la naturaleza (crear dunas y arenales, potenciar las zonas húmedas...) y hacer diques sumergidos en el medio marino para frenar al potencia de los temporales. “La urgencia es tal que no podemos esperar la solución de los sedimentos, sobre todo porque está rodeada de muchas incógnitas”, dice Manuel Ferré. El tiempo se ha echado encima. El clima extremo no permite esperar más.
Temor a que lo que ha ocurrido estos días sea un preludio de lo que puede pasar en el futuro