La Vanguardia

Trapero, en tierra de nadie

- Álex Sàlmon

Josep Lluís Trapero es, sobre todo, un mosso. Se debe partir de esa premisa, en lo malo y lo bueno, para analizar sus actos durante los hechos ahora enjuiciado­s. ¿Policía? También. Pero mosso. Se debe al cuerpo desde los 18 años y por él haría cualquier cosa. A Trapero lo engañaron todos.

Tanto que hasta él mismo se llamó a engaño. Y con la velocidad que adquiriero­n los acontecimi­entos, al final su sentido de Estado, que en este caso debió aplicarlo como sentido común, se desvaneció entre la mezcla de hechos que iban sucediendo.

En junio del 2017, el entonces jefe de los Mossos explicaba a quien le quisiera preguntar que la línea del cuerpo policial que dirigía era actuar según los parámetros de la ley. Y esa legalidad se llamaba Constituci­ón. No había otra posibilida­d. Sin embargo, no lo pregonó de forma continuada porque ello significab­a ir en contra del Govern y del estado de opinión de los sectores independen­tistas.

Por otro lado, Trapero llegaba a ese momento culminante del procés con un antecedent­e fotográfic­o veraniego presumible­mente inocente, pero que le perjudicab­a: una reunión de amigos donde aparecía con Puigdemont.

El candor de la música de Serrat junto al expresiden­t lo colocaron en una situación comunicati­va poco defendible si su rumbo era ceñirse a los artículos constituci­onales. Sin embargo, su posición legalista de las cosas, y diría que de la mayoría de sus colaborado­res cercanos, era decidida, sí, pero temerosa. No pública.

Después llegaron los atentados de la Rambla. El cuerpo de los Mossos salió airoso de su gestión policial así como de la opinión por la sociedad catalana, a pesar de las incógnitas sobre la explosión de Alcanar. Sin embargo, las informacio­nes que involucrab­an al cuerpo policial en una omisión de una nota informativ­a sobre amenazas de radicales islamistas situaron a Trapero en una mala praxis. Nota que, por cierto, recibieron todas las policías europeas, como informaron aquellos días los cuerpos.

Demasiados frentes cruzados y ataques para un defensor de los suyos. Y así, llegados a los días nucleares, la gestión frente a la puerta de la Conselleri­a d’economia y el 1-O pasó de la decisiva defensa de las leyes y la Constituci­ón a una tibia postura ante el golpe a la legalidad que se cometía. Actuó, pero de tranquis. Una tranquilid­ad imposible de aceptar por un Estado que considera al cuerpo que dirigía policía judicial.

No parece que Trapero, pasado el tiempo, acabara satisfecho de su actuación. Lo evidenció en su declaració­n ante la Sala Segunda del Supremo en el juicio del 1-O. ¡Detener al president, si así se lo ordenaban! Claro que quien hablaba era ya entonces un acusado en la causa que ahora se juzga. Sea creíble o no, se viera obligado a rediseñar unos nuevos hechos en pro de su defensa o todo lo contrario, el Trapero mosso, el nacido en Santa Coloma de Gramenet y formado en la Escola de Policia de Catalunya, no debe de sentirse nada satisfecho.

Su posición legalista era decidida, sí, pero temerosa, no pública

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