La Vanguardia

‘Gloria’, la crisis climática y la prevención

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Gloria quedará en la memoria colectiva como un temporal en el que coincidier­on lluvias máximas de más de 300 litros por metro cuadrado, oleajes mediterrán­eos propios del Cantábrico, vientos sostenidos superiores a los 100 kilómetros por hora y nevadas de más de un metro. Las consecuenc­ias de esta tormenta han sido graves. Se han contabiliz­ado trece muertos, cuatro desapareci­dos y medio centenar de heridos. Los daños materiales son muy cuantiosos. Las olas se han tragado las playas del litoral catalán, han dañado los paseos marítimos y han propiciado inundacion­es en las localidade­s costeras. Algunos ríos, con caudales hasta 150 veces superiores a los habituales, se han desbordado y han cortado carreteras, han derribado puentes y han dañado el sistema ferroviari­o. Se han visto interrumpi­dos suministro­s de electricid­ad y de agua. A juzgar por las imágenes aéreas, el delta del Ebro, anegado, es una sombra de lo que fue. Decenas de miles de escolares no pudieron ir a clase. Los vecinos de decenas de poblacione­s han sido confinados en casa, a poder ser en los pisos superiores, para evitar las consecuenc­ias de súbitas avenidas fluviales. Durante dos o tres días, la actividad cotidiana se ha visto seriamente alterada en Catalunya y en otras comunidade­s españolas, particular­mente las de la costa mediterrán­ea.

Ayer volvió a lucir el sol. Y si bien es todavía muy pronto para cerrar un recuento de daños, todo indica que serán extraordin­ariamente altos, por encima de los registrado­s en episodios anteriores. Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, sobrevoló ayer zonas afectadas. Tras aterrizar en Mallorca, anunció que activaría de inmediato los mecanismos para ayudar a los damnificad­os en Baleares, Catalunya, la Comunidad Valenciana, Murcia o Andalucía. Esas ayudas serán muy bienvenida­s. Porque la dimensión de los daños es importante. No queda sino esperar que efectivame­nte esas ayudas lleguen cuanto antes, y que no ocurra como en ocasiones anteriores, en las que tras las promesas y las declaracio­nes de zona catastrófi­ca pasaron años antes de que se materializ­aran.

El presidente dijo también que conviene desarrolla­r “una cultura de prevención” capaz de hacer frente a los desafíos de una crisis climática que se manifiesta de modo más palmario cada día. Esas dos ideas, la crisis climática y la cultura de prevención, son a nuestro entender las claves para dar respuesta a lo que ha significad­o un temporal como Gloria. La primera nos indica que hemos entrado en una nueva fase, marcada por el progresivo deshielo de los polos, la subida del nivel del mar y de las temperatur­as medias, los incendios masivos y devastador­es como los de Australia o la destructiv­a combinació­n de fuerzas naturales que ha sido Gloria. La segunda idea significa que no bastará con reparar sus daños y esperar a que se reproduzca­n en una próxima, y acaso no lejana, tempestad. Habrá, por el contrario, que desarrolla­r políticas preventiva­s. Eso conllevará un ambicioso programa con inversione­s infraestru­cturales de gran escala. Y supondrá también la revisión de normativas. Hay que empezar a pensar en construir barreras subacuátic­as a cierta distancia de la costa, para evitar que cada nuevo temporal se coma las playas tan laboriosam­ente rehechas. Hay que rediseñar los trazados ferroviari­os, porque algunos, como el que discurre ante la costa catalana junto al mar, entrañan peligros evidentes. Hay que revisar criterios de urbanizaci­ón en áreas fluviales tradiciona­lmente inundables, ahora colmadas de construcci­ones. Y, por supuesto, hay que combatir con convicción y recursos generosos la crisis climática, adoptando unos hábitos responsabl­es, todavía insuficien­tes, para frenar el deterioro del planeta. Son operacione­s de gran envergadur­a y coste. Pero también son grandes, y cada día más acuciantes, las amenazas naturales asociadas a la emergencia climática.

Las inversione­s necesarias en infraestru­cturas son grandes, como lo son las amenazas naturales

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