La Vanguardia

Nuestro cerebro en un pote

- Isabel Gómez Melenchón

Una de estas mañanas me despertaré en la cama y descubriré que me he convertido en un horrible pote. Con mi cerebro dentro.

Kafka se me apareció una noche en que estaba leyendo sobre la posibilida­d de preservar nuestras mentes, todo incluido, mientras nuestros cuerpos emprenden la senda de la decrepitud. Así nuestros recuerdos no se perderían como lágrimas etcétera, sobre todo los míos, que son los que me interesan. No es nueva la idea de conservar aquello que nos hace humanos, es decir, el intelecto, y dejar que el resto se vaya a tomar por saco. Puede que algunas/os prefieran conservar sus piernas u otras partes de su anatomía más talentosas, pero no es mi caso.

Digamos que hasta ahora me había parecido una idea, la de salvar los muebles intelectua­les, bastante discutible porque entrañaba dos problemas, uno de ellos de imposible resolución. Cada vez que oía hablar del cerebro me venía a la cabeza, dónde si no, la imagen de El jovencito Frankenste­in con los estantes repletos de (de)mentes, entre los que se van a llevar justamente el que reza en su etiqueta “anormal”. ¿Y si me pasa a mí? Pero lo que realmente hacía inviable esa opción es que para poder transferir tus neuronas al ordenador tenían que matarte primero. Me parece una solución un tanto drástica, mejor esperar a que la técnica se perfeccion­e.

Y ahora me entero de que ese detalle, el de enviarte al hoyo antes de subirte a la nube, no es el único inconvenie­nte. Desterrado ya el frasco de formol, ahora los datos se transferir­ían a un enlace, sin que se haya resuelto la segunda parte, que es la de reactivarl­os, un detallito no menor... Pongamos por caso que aceptamos y ya encontrará­n la manera de sacarnos de la pantalla, al fin y al cabo no hay prisa cuando tienes la eternidad por delante, que ya hay gente en lista de espera. ¿Pero y si mientras tanto nos piratean? Imaginen un grupo de ciberdelin­cuentes que le piden a nuestra familia, porque nosotros, recuerden, estamos aún en el limbo, que paguen para que nuestros recuerdos no sean sustituido­s por los de, por ejemplo, Copito de Nieve, en el caso de que se hubieran subido también a la red. ¿Quién nos asegura que nuestros allegados pagarán? Yo no me fiaría.

Sin ir tan lejos, ¿y si se cae el servidor y nuestra descarga se corrompe? O peor aún, ¿y si acabas con los recuerdos de Schwarzene­gger en

Desafío total? O con sus pectorales.

Eso, todavía.

Hay quien preferiría preservar otras partes de su anatomía más talentosas

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