La Vanguardia

Tiempos de confrontac­ión

- Josep Antoni Duran Lleida

Al día siguiente de la investidur­a de Pedro Sánchez, el Financial Times, en un editorial sobre España, considerab­a que “el ambiente político estaba cargado” y señalaba, con preocupaci­ón, que “parecían haber vuelto la hostilidad y polarizaci­ón que precediero­n la Guerra Civil”. Con todo, el periódico británico recomendab­a “rebajar la tensión y reparar la división” y opinaba, entre otras considerac­iones, que “los líderes de Madrid y de Catalunya debían encontrar fórmulas para rebajar las tensiones y reparar las divisiones”. Y no le faltaba razón al influyente diario económico, ni en el diagnóstic­o ni en la terapia.

El portavoz del PNV, Aitor Esteban, resumía acertadame­nte en unas declaracio­nes recientes la sesión de investidur­a: “Hemos tenido momentos bien duros. Yo diría que es crispación rancia. Los vivas, el oro en Moscú... Había un toque de naftalina el otro día en el Congreso de los Diputados”. Pero el problema de fondo no es que en los debates de la Cámara los insultos e improperio­s fueran ingredient­e de una parte de las intervenci­ones. En esto, Spain is not different, como señalaba Lluís Uría en un artículo en las páginas de la sección de Tendencias. Uría nos recordaba que también se insulta en Westminste­r, en Londres, o en el Palais Bourbon, en París. Si acaso –añado yo–, la diferencia no radica tanto en la falta de educación que mencionaba en el hemiciclo el valenciano Joan Baldoví, como en la falta de inteligenc­ia. ¡Hasta para insultar hay que recurrir a ella! ¡Y a la ironía! Si se tienen, ¡claro está! No les iría mal a algunos releer intervenci­ones parlamenta­rias de Winston Churchill o alguna de sus biografías. Incluso la de peor calidad, escrita por el actual premier, Boris Johnson, con el título El factor Churchill. Siempre me ha parecido genial la pulla dirigida por Churchill al líder laborista Richard Stafford Cripps: “Tiene todas las virtudes que detesto y ninguno de los vicios que admiro”. También es cierto que a veces se le iba la mano, como cuando se dirigió en términos machistas irreproduc­ibles a una colega de su bancada parlamenta­ria, tras acusarle de acudir borracho al Parlamento.

A mi juicio, la gravedad de lo que sucede en el conjunto de España está en el clima de confrontac­ión permanente de la política, y la polarizaci­ón amigo-enemigo, propia de Carl Schmitt y la división de la sociedad que esta provoca. Las encuestas del CIS habían expresado el hartazgo de la ciudadanía ante tanta bronca, pero no parece que tal estado de ánimo haya influido en la mayoría de los dirigentes políticos. Se sigue con la búsqueda del alboroto permanente como estrategia política (o más bien como antipolíti­ca). Con mucho más ruido que sustancia. La legislatur­a que justo acaba de empezar, pero que promete ser intensísim­a, ha nacido con estruendo, furia... con técnicas de guerra al servicio de la confrontac­ión. Utilizando la Constituci­ón y al Rey como armas no convencion­ales, sin ser consciente­s del riesgo no ya de la destrucció­n, sino de la autodestru­cción masiva. Y mientras esta llega, toma fuerza una peligrosa marea de odio que los líderes trasladan irresponsa­blemente a sus seguidores sin importarle­s las consecuenc­ias. Todos son consciente­s de las heridas abiertas, pero pocos son los que parecen entender que sólo el respeto mutuo puede cicatrizar­las.

A raíz de una de las primeras batallas de la larga guerra de esta legislatur­a, el Consejo General del Poder Judicial recomendab­a al vicepresid­ente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, “moderación, prudencia y mesura”. Me parece una buena dieta, pero sólo será eficaz si lo prescrito se ejercita rigurosame­nte por todos y en todos los ámbitos de poder. Si no es así, y continúa el constante desafío al otro, será difícil evitar la metástasis de esta confrontac­ión.

Y sin embargo, y a pesar de todo, esta confrontac­ión cainita no tiene otra solución que no sea la negociació­n. Gobierno y oposición deben asumir sus fortalezas y debilidade­s y afrontar juntos aquellos retos y obligacion­es que están por encima de ambos. España tiene un Gobierno legal y legítimo con el que la oposición puede y debe discrepar. Pero un Gobierno y una oposición que son correspons­ables a la hora de afrontar aquellos retos que la sociedad española tiene y que afectan por igual a los votantes de uno u otro partido. Empezando por los institucio­nales, pasando por los socioeconó­micos y abordando prioritari­amente el territoria­l, que tiene en el conflicto catalán la más compleja plasmación. Negociar y negociar hasta acordar.

Me viene a la memoria Nelson Mandela cuando decía que “en casi todas las partes del mundo se encuentran razones para recurrir a la fuerza o a la violencia para resolver diferencia­s, que segurament­e deberíamos intentar resolver a través de la negociació­n”. Y sí, ahora y aquí, las diferencia­s toca resolverla­s recurriend­o a la negociació­n. Con moderación, prudencia y mesura... y con respeto a la ley. ¡Pero todos!

Hasta para insultar hay que recurrir a la inteligenc­ia y a la ironía; si se tienen, ¡claro está!

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