La Vanguardia

Simplismo de café

- Clara Sanchis Mira

Atrapada en la cafetería del tren, remuevo un café en su vasito de plástico. Pido uno más grande para añadir agua, lo prefiero largo. No hay, dice la camarera sin levantar la vista del trapo. Pero yo veo vasos grandes en la repisa. Uno de esos está bien. Esos no son para café, dice. Con una sonrisa digo que no me importa. No da señales de haberme oído. Perdone, ¿me da uno de esos? No, no son para café. Ya, pero es que quisiera añadir un poco de agua y en este vasito no cabe. Silencio, dale que te pego con el trapo. Cuento que el café concentrad­o no me sienta bien, con cara de enferma. La camarera apenas levanta los ojos, sin duda atraviesa un mal momento. El que le he dado es el vaso para café. Lo sé, gracias. Y esos otros son para el Colacao. Ahá. Ella vuelve al trapo y yo a la carga. Sonrío. No me importa que sean para el Colacao, de verdad, no es problema, ¿me da uno? No. La camarera está atravesand­o un momento personal terrible. Tengo una idea, cóbreme el vaso de Colacao. No puedo hacer eso, dice. ¿Por qué? Usted ha pedido café. Ya. Me da la espalda. Mire, no entiendo qué más le da lo que yo introduzca en el vaso, una vez sea de mi propiedad. Silencio. Ya está, digo, pago el café y el Colacao, los contenidos y los continente­s. Oigo un suspiro. En serio, cobre las dos cosas, pero deme ese vaso grande. Ese vaso no es para café.

Me estoy empezando a hundir en la miseria cuando otro usuario atrapado en la cafetería me socorre. No me puedo creer todo esto, ¿quiere hacer el favor de darle el vaso grande? La camarera ni le ve. El señor está más dolido que yo: es que no lo entiendo, es que qué más le da, es que así va el mundo, ¿no ha oído que además le sienta mal el café concentrad­o? Pero la camarera atraviesa quizás el peor momento de su vida y es una estatua de sal. O un robot de camuflaje. El señor y yo vamos en busca del supervisor porque así va el mundo. Ese vaso es de Colacao, dice el supervisor, no de café. Para escapar de la tristeza ponemos una reclamació­n.

Mientras los días pasan, y espero la respuesta de Renfe, un analista explica en la radio por qué ganó el Brexit. La propaganda funcionó porque era de una simpleza absoluta. Igual que los relatos de Trump, Erdogan o Bolsonaro. Cuanto más compleja es la situación mundial, más éxito tiene el simplismo. Las ideas más fáciles de encajar, como juegos de piezas para bebés, arrasan. Cada bebida en su recipiente y florituras las justas, que yo con mi caos ya tengo bastante. Los matices nos revientan la cabeza.

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