La Vanguardia

Alien y el Joker inician la catarsis

- Justo Barranco Barcelona

Un potente ritual repleto de fango y pintura, de amor y muerte, de humor y de un repaso por la historia del arte, del cine –Alien y el Joker incluidos– y, en general, por las imágenes que pueblan nuestros miedos y pesadillas ha sido el encargado de abrir el ciclo Katharsis en el Teatre Lliure. El ciclo dedicado al teatro más puntero ha abierto con una propuesta nada tecnológic­a, muy física, en la que los dos protagonis­tas, sentados tras una mesa, encienden un pequeño fuego que perfuma la sala, se lavan las manos y comienzan un ritual en el que se embadurnan con kilos de un fango que les convierte en esculturas, en figuras que la audiencia trata una y otra vez de identifica­r, disparando continuame­nte su imaginació­n, proyectand­o una y otra vez su imaginario en las caras cubiertas de un barro plástico que nadie sabe cómo les permite respirar a lo largo de los 50 minutos que dura Hybridatio­n.

Fango y pintura, roja y negra, con la que mojan sus manos y penetran y colorean el fango que cubre siempre sus rostros, creando en él ojos y bocas, incluso narices. Ojos con los que se miran el uno al otro aunque no ven nada, porque los reales están bajo el fango que se amontona sobre sus rostros, al que dan forma una y otra vez como si fueran niños jugando con plastilina. Sólo que las imágenes que crea Olivier de Sagazan, que es escultor, junto a Stéphanie Sant, aunque causan risas a una parte del público –mientras la mayoría guarda un silencio de iglesia–, evocan la carne, sangre y todo lo que el que lo vea lleve en la cabeza.

Por lo menos, en la primera media hora, que para algunos espectador­es –ayer estaban desde Àlex Rigola y Oriol Pla a Frederic Amat, Blai Mateu, Josep Abril o Semolina Tomic– resultó la más potente.

Otros salieron totalmente entregados e incluso alguna espectador­a se mostró escéptica porque el montaje se parecía a las performanc­es rituales de Hermann Nitsch en la Austria de los sesenta, aunque, por suerte, sin descuartiz­ar animales.

No, Sagazan y Sant se convertirá­n ellos mismos –y prodigiosa­mente– en animales, sean ratas, elefantes o cerdos, siempre levemente inquietant­es. Pero primero, tras la mesa, son una pareja que, quizá, vive una historia de amor, a veces casi violenta. Una pareja que funde sus dos cabezas gracias al fango. Se convierten en uno. Cuando se separan, la ruptura es aparatosa, caen trozos enteros, y la mitad de su cara queda como después de una catástrofe, con barro y pintura resecos. Con los dedos manchados de pintura abren hendiduras en los puñados de fango que se adhieren a la cara y de repente ahí está el Joker, y una y otra vez están los monstruos de Alien. Crean caras lisas, inexpresiv­as, incomunica­tivas, que pueden recordar a películas de ciencia ficción, pero también a los rostros desmadejad­os, desenfocad­os, en movimiento, de los cuadros de Francis

Bacon, o a los rostros múltiples de Picasso, o a los personajes de Giacometti. Luego pasan a la acción, Sagazan acaba desnudo y enfangado sobre la mesa, quizá La lección de anatomía de Rembrandt, y Sant le amontona más barro en el cuerpo, y lo abre y lo tiñe de rojo: una autopsia. Pero él, que también parece un Prometeo al que el águila le come eternament­e las entrañas, vivirá una metamorfos­is, nacerá de nuevo, elevará su puño al cielo, caerá... y estará Sant para cogerlo como en una emocionant­e pietà final en un escenario que parecen los restos de una guerra. O quizá era otra cosa. Hybridatio­n quizá es un viaje muy físico al interior del espectador.

Sagazan y Sant se llenan de fango con el que se funden, se rompen y proyectan el imaginario de cada espectador

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TEATRE LLIURE Una escena de Hybridatio­n, que abre el ciclo Katharsis en el Lliure
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