Estar en todas partes
A veces me pregunto si, del mismo modo que ellos nos marcan, queda algo de nosotros en los pisos en los que vivimos. Incluso tengo la tentación de volver a los nueve que he alquilado en Barcelona para ver quién hay ahora. ¿Habrán conseguido abrir la caja fuerte del de Sagrada Família? ¿Seguirán los duendes en el altillo de la Sagrera? ¿Repintarían el balcón del de Sant Pere Màrtir? Saludo a los dragones de Verdi, o miro a través de la ventana de Llibertat con miedo a que lo hayan convertido en un apartamento turístico. Y, por un momento, vuelvo a ser la que fui a los veinte años, o a los treinta y seis, a los veintisiete, cuando esos pisos eran el punto de partida de mi día a día.
Stefanie Kremser ha vivido en veintidós direcciones de cinco países distintos: Düsseldorf, Munic, Sao Paulo, Cochabamba, Nueva York y Barcelona. Las recorre en Si esta calle fuera mía (Entre Ambos/ Edicions 1984), y el jueves presentó el libro en la Laie. Lo hacía acompañada de Anna Ballbona, que cuatro días antes había recibido el Premi Anagrama de Llibres por la novela No soc aquí. El título tiene gracia, no solo porque esta semana Ballbona esté en todas partes. Sino también porque fue finalista del mismo galardón en su primera edición, en el 2015; así que, de hecho, sí que estuvo ya en la fiesta del bar del CCCB, con la diferencia de que entonces se llamaba 3C (creo) y ahora se llama Terracccita. Como indica Kremser en su libro, nunca vuelves al mismo sitio. A veces porque cambia el sitio, y otras porque no eres la misma.
La obra ganadora de aquel primer Anagrama de Llibres fue Jambalaia, de Albert Forns. Cinco años después, él se sentaba con aire melancólico en un rincón mientras Ballbona recogía su premio y se lo dedicaba al mejor paleta del mundo (su hermano Toni), y al hombre más guapo (su pareja, Albert Benzekry). Luego descubrí que no es que Forns estuviera melancólico, sino que se había roto el menisco persiguiendo a un ladrón que entró en la habitación de un hospital donde él estaba de visita, y por eso no podía estar mucho tiempo de pie. Iba con Gemma Ruiz, a punto de publicar nuevo libro. Y la editora Isabel Obiols agradecía efusivamente la asistencia de los invitados, dado que aquella tarde empezaba la gran tormenta de todos los tiempos.
La verdad es que faltaron muy pocos. Podría haber dicho “no sóc aquí” Jorge Herralde. Pero sí estaban Lali Gubern, los miembros del jurado y la nueva directora general de Anagrama, Eva Congil, así como la galardonada del año pasado, Irene Solà, a quien la entrega de aquel galardón la pilló en Laos. También estaba la premio Nacional de Narrativa, Cristina Morales, la directora del área de literatura del Institut Ramon Llull, Izaskun Arretxe, la presidenta de l’associació d’editors en Llengua Catalana, Montse Ayats, escritores como Toni Hill y Carlos Zanón, incondicionales como Jordi Amat, Oriol Castanys, Roser Amills y Guillem Terribas, o periodistas como Nacho Orovio y Anna Guitart, que venía de la Fundació Romea, donde Eduard Màrquez, en escena, arrasó explicando el bloqueo del escritor.
El cantante de Manel, Guillem Gisbert, llevaba seis semanas sin fumar, y hablaba con la agente literaria Mònica Martín, que dejó el tabaco hace seis años. Estaban los editores Joan Carles Girbés y Miquel Adam, de Ara Llibres, sello que refuerza equipo con el fichaje de Laura Rosel y Maia Conesa; también estaba la editora Eugènia Broggi, y los escritores Jordi Puntí y Stefanie Kremser que, como decía hace unas líneas, el jueves presentó Si esta calle fuera mía con la autora de No sóc aquí, que sí estaba ahí, en la Laie, como también estaban, entre el público, la especialista en literatura catalana Mita Casacuberta, Maria Bohigas y Alejandro Dardik, de Club Editor, y otros que habían estado en la fiesta de Anagrama, por ejemplo, Jordi Montilla de Les Punxes, Forns, Benzekry y, claro, Puntí.
“En Nueva York era más importante quién eras que de dónde venías”, lee Ballbona de una página de Kremser que ha marcado con un sobre de Espidifén. De hecho, mientras preparaban la presentación, han brindado, una con cava, y la otra con el analgésico. Ballbona confiesa que ha subrayado el libro de arriba abajo porque está lleno de reflexiones sobre la asunción de la propia lengua literaria y la identidad. ¿De dónde eres si, aun habiendo vivido en todas partes, no te sientes de ningún sitio? Pista: Kremser se dio cuenta de que todos los lugares en los que había vivido estaban relacionados a partir de una postal que le mandaron a Munich en 1991, y que recibió en Barcelona al volver de Nueva York, 24 años después. En la postal ponía: “Do you remember...?”.
Pantagruélica, gamberra, disparatada, sorprendente, coral, divertida, entretenida. Son algunos de los adjetivos que merece De lobos y corderos, la primera novela del restaurador Juan Carlos Iglesias, durante una comida en su restaurante Rías de Galicia/ Espai Kru. Al presidente de Edhasa, Daniel Fernández, el libro le recuerda la película Big Fish, mientras que la editora Penélope Acero lo ve más como 13 Rue del Percebe, donde pasados, antepasados y presentes se desarrollan en un mismo plano, y mezclan intrigas y crímenes en un menú tan exquisito como el que nos sirvieron en la presentación.
“En Nueva York era más importante quién eras que de dónde venías”, lee Ballbona de una página de Kremser