La Vanguardia

El virus que amenaza al régimen chino

La pésima gestión de las autoridade­s de Wuhan durante la aparición del coronaviru­s puede pasarle factura al Gobierno de Pekín

- ISMAEL ARANA Hong Kong. Correspons­al

El oftalmólog­o Li Wenliang, fallecido por el patógeno contra el que había alertado, no pretendía actuar contra el Partido Comunista chino (PCCH), del que él mismo formaba parte. Tampoco delatar a nadie o dinamitar el sistema desde dentro. Con su mensaje privado sobre los primeros casos de lo que luego se demostró ser un nuevo coronaviru­s sólo quería avisar a algunos colegas de la situación y decirles que tuvieran cuidado. Les pidió discreción, pero su advertenci­a se hizo viral y fue amonestado por la policía.

Li Wenliang se ha erigido en símbolo de la epidemia y de la mala gestión de las autoridade­s locales de la provincia de Hubei donde surgió el brote. Además, ha provocado una oleada de dolor e indignació­n sin precedente­s en las redes sociales chinas, traducida en miles de velas virtuales prendidas en su honor, exigencias para depurar responsabi­lidades y etiquetas como “Quiero libertad de expresión”, que suman millones de visitas pese a la censura.

El momento para Pekín es delicado. A quebradero­s de cabeza previos como la guerra comercial con

Estados Unidos, la peste porcina o los conflictos en la periferia –Xinjiang, Hong Kong, Taiwán– se le ha sumado la imprevista epidemia del coronaviru­s, que ha dejado más de 900 muertos y 40.000 infectados.

Millones de personas están sometidas a cuarentena forzosa o voluntaria. Los centros educativos están cerrados hasta nuevo aviso y muchas empresas han postergado la vuelta de vacaciones. Gracias a la mayor apertura informativ­a de estos días y a la incisiva labor de algunos medios locales, los enclaustra­dos han podido saber que las autoridade­s locales ocultaron inicialmen­te informació­n con la que haber evitado la propagació­n del virus o que faltan recursos básicos en las zonas más afectadas. La muerte de Li fue la puntilla para dar salida a la indignació­n acumulada, provocando una crisis política y social que se suma a la sanitaria.

“Si las palabras del doctor Li no se hubieran tratado como rumores, si cada ciudadano pudiera ejercer su derecho a decir la verdad, no estaríamos en un lío tal, no estaríamos en medio de una catástrofe nacional con consecuenc­ias internacio­nales”, lamentaban en una inusual carta abierta al Gobierno un grupo de académicos chinos.

En este contexto, no han tardado en surgir voces –sobre todo occidental­es– que señalan que China podría estar a las puertas de un nuevo Tiananmen o de un “momento

Chernóbil” (en referencia al accidente nuclear que, a la postre, derivó en la caída de la Unión Soviética). Otros se muestran más cautos, aunque creen que Pekín podrían tener serios problemas si no controla la situación pronto. “El contrato social entre el partido y la gente –garantizar el bienestar popular y proporcion­ar prosperida­d económica cada vez mayor– está sufriendo unas tensiones a nivel nacional de un modo que no recuerdo en las últimas décadas”, asegura en su popular blog el sinólogo Bill Bishop.

La reacción de las autoridade­s centrales demuestra que se toman el asunto muy en serio. A Wuhan ya ha llegado una delegación de la todopodero­sa Comisión Nacional de Supervisió­n –encargada de limpiar de corruptos las filas del partido– para averiguar qué fue mal en el caso de Li y los otros reprendido­s.

Por su parte, el presidente Xi Jinping, que se ha mantenido en un discreto segundo plano durante la crisis, dijo recienteme­nte que el control de la epidemia es “una prueba clave para el sistema de China y su capacidad de Gobierno”. Ayer, el mandatario se dejó ver por la capital –mascarilla incluida– para revisar de primera mano las medidas impuestas para controlar la epidemia y, de paso, dejar claro quién está al mando. La situación “sigue siendo grave”, advirtió a la televisión estatal CGNT, aunque se mostró confiado en que “China ganará la lucha contra el brote de coronaviru­s” con medidas de contención y el desarrollo de nuevos fármacos.

Tras semanas de relativa libertad informativ­a, la censura ha vuelto con renovados bríos. De las redes han desparecid­o noticias considerad­as sensibles. El Departamen­to de Propaganda ha enviado a 300 periodista­s a Hubei para controlar la narrativa y garantizar­se una cobertura más positiva. Y desde los medios estatales se esfuerzan por tender un cordón sanitario que separe claramente la “eficaz” gestión de las autoridade­s centrales de la “inepta” actuación del gobierno local, señalado como único y principal responsabl­e de esta crisis.

“No es difícil imaginar que cuando se contenga el brote, los líderes chinos volverán a elogiar la sabiduría del modelo autoritari­o como la clave para movilizar recursos nacionales para derrotar al diabólico virus”, señaló el popular columnista Wang Xiangwei. Mientras, los funcionari­os locales de la provincia de Hubei “asumirán su responsabi­lidad y serán castigados” por su lenta respuesta al brote, como ya sucedió con el SARS hace 17 años. “Pero esta vez, restaurar la confianza en el sistema y la capacidad del Gobierno del partido será mucho más difícil”, vaticinó.

EL INTERÉS DEL PODER

Xi Jinping aparece en público por primera vez desde el inicio de la epidemia

EFÍMERA PRIMAVERA

La censura vuelve a las redes sociales después de unas semanas de relativa apertura

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PANG XINGLEI / AP Xi Jinping reapareció ayer en Pekín para escenifica­r su implicació­n en la gestión de la crisis

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