La Vanguardia

La ley de eutanasia, ahora sí

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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, verá hoy cumplido uno de sus máximos empeños personales: la despenaliz­ación de la eutanasia en España. No es el fin del camino pero sí un primer paso de retorno difícil –a la vista de los apoyos parlamenta­rios–. Después de dos intentos frustrados debido a la disolución parlamenta­ria –en abril y noviembre del año 2019–, el pleno del Congreso admitirá previsible­mente la tramitació­n de la proposició­n de ley para despenaliz­ar y regular la eutanasia, a la que se oponen, entre otros, el Partido Popular y la Iglesia católica. De llegar a puerto la iniciativa, España se convertirí­a en el cuarto miembro de la Unión Europea que la legaliza después de los Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo (el suicidio asistido en el mapa europeo es legal en Alemania y Suiza).

Legalizar la eutanasia es una reforma de gran profundida­d. Bienvenido sea el debate e incluso la polémica, síntomas de vitalidad y otra prueba de que España es uno de los estados más avanzados del mundo en cuestiones sociales. El Gobierno de Pedro Sánchez se ha esforzado –así debe ser– en tranquiliz­ar a los ciudadanos que temen que la despenaliz­ación abra la puerta a muertes no deseadas. El resquemor es comprensib­le, pero está injustific­ado a la vista de las garantías, el protocolo y la finalidad, que no es otra que la de dar a personas en estados terminales la oportunida­d y el derecho de morir sin más sufrimient­os para ellos y los suyos de los imprescind­ibles. Los avances médicos y tecnológic­os no son ajenos al debate en tanto que tienen capacidad de prolongar la vida más allá de lo razonable. En todo caso, la propuesta legislativ­a que propicia el debate se ciñe a aquellos casos –algunos ha habido ya mediáticos– en los que el paciente se ve abocado a malvivir en condicione­s contradict­orias con su dignidad. En resumen, casos muy contados y sujetos a unos requisitos que deben despejar la más mínima duda sobre la voluntad de la persona y hagan imposible una eutanasia condiciona­da al azar o a un estado de ánimo pasajero. Las encuestas oficiales detectan un apoyo abrumador de la población.

La Iglesia católica, cuya jerarquía vive momentos de cambios y relevos, se opone a esta ley, lo cual es lógico y coherente con el ideario católico, por lo que sería injusto acusarla de reaccionar­ia. Su visión sobre la vida y la muerte es compartida por muchos ciudadanos, a quienes asiste el derecho a opinar sin que se les falte al respeto. Haría bien la coalición que gobierna España en conducir el debate por el sendero del entendimie­nto, las garantías de aplicación y la eliminació­n de la más mínima duda sobre un derecho individual que jamás puede equiparars­e a una norma colectiva, cosa que tampoco permitiría­n los profesiona­les de la sanidad. Se trata de reconocer el derecho individual en casos extremos a una muerte oportuna.

La propuesta del Gobierno se ciñe a los contados casos de personas cuya vida ha dejado de ser digna

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