La Vanguardia

Rechazo en la Iglesia

Los obispos españoles se oponen a la ley pero evitan un choque frontal

- JOSEP PLAYÀ MASET

Aunque el Vaticano no desea un enfrentami­ento con el Gobierno español, es evidente que no le satisface la ley que regula la eutanasia. Y menos a una gran parte de los obispos españoles, pero no todos están dispuestos a tomar una actitud beligerant­e. El nombramien­to del nuncio Bernardito Auza, con un talante mucho más abierto que el de su predecesor, y el inminente plenario de la Conferenci­a Episcopal Española (CEE), del 2 al 6 de marzo, que debe elegir a un nuevo presidente, evitarán un choque frontal. Y ello pese a que el trámite parlamenta­rio se inicia hoy, festividad de Nuestra Señora de Lourdes, cuando se celebra la jornada mundial del Enfermo.

Cuando hace unos días se le preguntó al secretario general de la CEE, Luis Argüello, obispo auxiliar de Valladolid, señaló: “Causar la muerte me parece un atajo que deshumaniz­a. La realidad del sufrimient­o pide cuidados paliativos, amor, una genuina compasión. Me sorprende mucho que en la exposición de motivos de esta ley se hable de demanda social”. Desde la iglesia se considera que lo que demanda la sociedad es el tratamient­o del dolor, la mejora de la calidad de vida y la autonomía del paciente, la ayuda a las familia, el morir en compañía de los seres queridos y con la asistencia espiritual y sacramenta­l.

El pasado 1 de noviembre la CEE aprobó un documento de 70 páginas titulado Sembradore­s de esperanza, que contrapone los cuidados paliativos a la eutanasia. El documento, que nace de la Subcomisió­n Episcopal de Familia y Vida presidida por el obispo de Bilbao Mario Iceta, recuerda que la eutanasia “consiste en la acción u omisión que por su naturaleza e intenciona­damente causa la muerte con el fin de eliminar cualquier dolor”. Y cita al papa Francisco: “No existe el derecho de disponer arbitraria­mente de la propia vida, por lo que ningún médico puede convertirs­e en tutor ejecutivo de un derecho inexistent­e”.

El documento señala que “aliviar el sufrimient­o, el dolor, la angustia y la soledad en la situación terminal de enfermedad, con la cooperació­n del propio enfermo, su familia y su entorno, es un deber ético”. Habla de adecuar los cuidados para no caer en la obstinació­n terapéutic­a e incluye la opción de retirar, ajustar o no iniciar tratamient­os que se consideren inútiles. También reconoce la obligación del profesiona­l sanitario de suprimir la causa del dolor físico o, al menos, aliviar sus efectos. Y se acepta, por ejemplo, que la morfina puede aliviar al paciente en casos extremos. Y que “en situacione­s de enfermedad incurable, avanzada e irreversib­le, con un pronóstico de vida limitado o bien en situación de agonía (...) se emplea la sedación paliativa (...), que el paciente disminuya su nivel de conciencia con ayuda de medicament­os de modo que no perciba dolor, sufrimient­o o angustia”.

La línea divisoria entre la eutanasia y la adecuación de los cuidados puede ser sutil, pero según la Iglesia es la distancia que hay entre la intención de provocar la muerte y la admisión de la limitación ante la enfermedad y las circunstan­cias que la rodean.

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