El traje nuevo del emperador
Una vez escuché decir a José Luis Cuerda, al que tanto echamos de menos, que, si vas a hacer una película que no mejora el mundo, no la hagas. Teniendo en cuenta que películas correctas, blancas e inocuas se han impuesto en premios y carteleras durante los últimos años, las nominadas en el 2020 merecen que aplaudamos a un grupo de directores y una directora que en ningún caso han sido cobardes a la hora de afrontar la responsabilidad de su trabajo. Y Bong, el gran triunfador, lo hace con una audacia y determinación mayor que ningún otro.
Si las películas son diagnóstico, espejo, testimonio, signo o sueño de nuestro mundo, deberíamos celebrar la lucidez y valentía de quienes han sabido afrontar este año las brechas del momento: las desigualdades, la memoria histórica, el género, y la deriva neofascista de una sociedad maniquea, amante del trazo grueso. Cada una, desde su forma y su código, afrontan con sorna, amargura, fuerza o delicadeza esas heridas. Con capacidades y aciertos diversos, resultan valientes en lo plástico, lo narrativo y lo dramático.
Es imposible no reconocer en 1917 un prodigio técnico que se estudiará en las escuelas de cine, pero también que esa experiencia ininterrumpida es un ejercicio de memoria y cicatrización individual y colectiva. Ni tampoco eludir el esfuerzo de Greta Gerwig al revisar Mujercitas desde las contradicciones asociadas al género. O la maestría de Tarantino en el dominio completo de su oficio. Un canto al cine que se celebra a sí mismo.
Pero si hablamos de aquellos que han intentado mirar con arrojo la grieta que nadie quiere, debemos destacar el acto sobrehumano de Joaquin Phoenix, transmutando las fragilidades de la cordura para dibujar, con sus carcajadas, lo más sombrío del alma. O quizás mi favorita a cierto nivel cinematográfico, El irlandés, por una contundencia narrativa, emocional y ética que pocos autores alcanzan. La historia de una gran derrota, de la futilidad de las victorias de quienes se creían reyes.
Pero Parásitos era la película más redonda, inteligente y transgresora. Un bisturí sin clemencia. Un preciso mecanismo capaz de atravesar sin paternalismos los abismos de las clases sociales, subvirtiendo varios géneros cinematográficos para que escuchemos el tictac de la bomba social que nos atenaza. Un relato donde cada gesto técnico, dramático, sonoro o plástico, cada movimiento de cámara o corte de montaje está construido con una consciencia, un pulso y un ingenio que sitúan a Bong Joon Ho como el mejor director del año.
A menudo los premios se supeditan a intereses estratégicos y comodidades culturales. Este año hemos de celebrar la valentía de la Academia al premiar la película que se ha atrevido a mirar fijamente al emperador para denunciar que va desnudo.
‘Parásitos’ era la película más redonda, inteligente y transgresora; un bisturí sin clemencia