Marxismo fiscal
Creo sinceramente que los políticos no fomentan una conciencia tributaria sana. Y lo digo porque, para muchos, el foco se centra en promover una lucha de clases entre ricos y pobres. Se afirma, así, que la redistribución consiste en que los primeros transfieran dinero a los segundos. Se repite hasta la saciedad que aquellos han de pagar más. Tanto, que para unos la riqueza, que identifican con el empresario, es sinónimo de privilegios y desigualdades; riqueza que asimilan al perverso capitalismo que, como colofón, es dañino por naturaleza. Eso sí; no nos paramos a pensar qué es ser rico, o, mejor, si es lógico que, tomando como referencia los tipos de IRPF, su posible identificación es tan dispar como comunidades autónomas existen.
Sin negar que todo paradigma esconde algo de verdad, el problema no es la riqueza, sino la pobreza. Sea como fuere, el principio constitucional de generalidad exige que todos, y no sólo los ricos, contribuyan de acuerdo con su capacidad económica, esto es, que pague más quien más tiene; circunstancia que, sobre el papel, ya se produce, al menos en el IRPF, en el que, a mayor renta, mayor es la tributación. Cuestión distinta es la progresividad, esto es, que esa mayor tributación no sólo sea proporcional sino progresiva, circunstancia, por cierto, que no exige que los tipos sean progresivos y que afecta, también, a todos los contribuyentes sin excepción. Cuidado pues con ese lenguaje engañoso.
El objetivo de los impuestos no es castigar a los ricos y favorecer a los pobres. Esto no es justicia social. Es expropiación. Su objetivo es que todos, sin distinción, contribuyamos de acuerdo con nuestra capacidad; contribución cuyo destino, en términos de bienestar y dignidad, es evitar la
Faltan ideas nuevas vinculadas a la creación de riqueza en un contexto de una nueva fiscalidad social
vulnerabilidad y exclusión social y garantizar la igualdad de oportunidades.
Pero para redistribuir la riqueza hay que crearla. Por ello, la prioridad es promover su creación en un contexto de honestidad, ausencia de privilegios, responsabilidad social, libre competencia, y control. En definitiva, libre iniciativa, emprendeduría, economía productiva y buena gobernanza. El objetivo, pues, es dignificar la riqueza fruto del esfuerzo y la innovación, del trabajo y la responsabilidad. Este es, además, el único camino para recuperar la primacía de la clase media y reducir la desigualdad.
Entristece pues observar cómo diferentes sectores critican sin más la subida de impuestos sin poner sobre la mesa una alternativa a un modelo fiscal agotado e impropio de una economía abierta y globalizada. No hay ideas disruptivas. Sólo hay crítica. Y lo que falta son ideas nuevas vinculadas a la creación de riqueza en un contexto de una nueva fiscalidad que, personalmente, califico como social. Se trata de incentivar a quien de forma socialmente responsable contribuya a su creación. Pero de esto hablaremos otro día. Entre tanto, huyamos del marxismo fiscal.