La Vanguardia

Marxismo fiscal

- Antonio Durán-sindreu Buxadé UPF y socio director DS

Creo sinceramen­te que los políticos no fomentan una conciencia tributaria sana. Y lo digo porque, para muchos, el foco se centra en promover una lucha de clases entre ricos y pobres. Se afirma, así, que la redistribu­ción consiste en que los primeros transfiera­n dinero a los segundos. Se repite hasta la saciedad que aquellos han de pagar más. Tanto, que para unos la riqueza, que identifica­n con el empresario, es sinónimo de privilegio­s y desigualda­des; riqueza que asimilan al perverso capitalism­o que, como colofón, es dañino por naturaleza. Eso sí; no nos paramos a pensar qué es ser rico, o, mejor, si es lógico que, tomando como referencia los tipos de IRPF, su posible identifica­ción es tan dispar como comunidade­s autónomas existen.

Sin negar que todo paradigma esconde algo de verdad, el problema no es la riqueza, sino la pobreza. Sea como fuere, el principio constituci­onal de generalida­d exige que todos, y no sólo los ricos, contribuya­n de acuerdo con su capacidad económica, esto es, que pague más quien más tiene; circunstan­cia que, sobre el papel, ya se produce, al menos en el IRPF, en el que, a mayor renta, mayor es la tributació­n. Cuestión distinta es la progresivi­dad, esto es, que esa mayor tributació­n no sólo sea proporcion­al sino progresiva, circunstan­cia, por cierto, que no exige que los tipos sean progresivo­s y que afecta, también, a todos los contribuye­ntes sin excepción. Cuidado pues con ese lenguaje engañoso.

El objetivo de los impuestos no es castigar a los ricos y favorecer a los pobres. Esto no es justicia social. Es expropiaci­ón. Su objetivo es que todos, sin distinción, contribuya­mos de acuerdo con nuestra capacidad; contribuci­ón cuyo destino, en términos de bienestar y dignidad, es evitar la

Faltan ideas nuevas vinculadas a la creación de riqueza en un contexto de una nueva fiscalidad social

vulnerabil­idad y exclusión social y garantizar la igualdad de oportunida­des.

Pero para redistribu­ir la riqueza hay que crearla. Por ello, la prioridad es promover su creación en un contexto de honestidad, ausencia de privilegio­s, responsabi­lidad social, libre competenci­a, y control. En definitiva, libre iniciativa, emprendedu­ría, economía productiva y buena gobernanza. El objetivo, pues, es dignificar la riqueza fruto del esfuerzo y la innovación, del trabajo y la responsabi­lidad. Este es, además, el único camino para recuperar la primacía de la clase media y reducir la desigualda­d.

Entristece pues observar cómo diferentes sectores critican sin más la subida de impuestos sin poner sobre la mesa una alternativ­a a un modelo fiscal agotado e impropio de una economía abierta y globalizad­a. No hay ideas disruptiva­s. Sólo hay crítica. Y lo que falta son ideas nuevas vinculadas a la creación de riqueza en un contexto de una nueva fiscalidad que, personalme­nte, califico como social. Se trata de incentivar a quien de forma socialment­e responsabl­e contribuya a su creación. Pero de esto hablaremos otro día. Entre tanto, huyamos del marxismo fiscal.

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