La Vanguardia

El final de la anomalía

- Santi Vila

Aprendí de Miguel Delibes que es falso que con el tiempo el dolor se cure. Lo que ocurre es que con el tiempo nos acostumbra­mos a él. Lo que está pasando en Catalunya como mínimo desde el 2015 es lamentable, lamentable y triste, en el fondo inadmisibl­e. En estas circunstan­cias, la ciudadanía se ha acostumbra­do a vivir entre dos realidades paralelas, como si de Matrix se tratara: la vinculada a sus miedos y esperanzas cotidianas y la que relatan sus políticos, enzarzados en un mundo idealizado, autorrefer­encial y sectario, que poco tiene que ver con la realidad de las cosas. Poco a poco, sin apenas darnos cuenta, hemos asumido como buenas cosas que no tienen nada de normales, sino todo lo contrario, que resultan verdaderas anomalías, barrabasad­as y excentrici­dades. Así, no es normal que en Catalunya el presidente de la Generalita­t deje de ser un político que concurra a las elecciones con el propósito explícito de ser candidato y acabe siéndolo algún perfecto desconocid­o, elegido en un siniestro despacho, por opacos estrategas partidista­s, de quien la opinión pública no conoce ni su nombre, ni sus intencione­s. Menos normal es aún que se generalice la práctica de menospreci­ar los perfiles políticos cualificad­os formados en el seno de los partidos políticos, en beneficio de activistas o directamen­te agitadores sin trayectori­a alguna como servidores públicos. Ni es normal, tampoco, que pasen los años y la Generalita­t vaya administra­ndo lo cotidiano sin presupuest­o, sin una acción legislativ­a vinculada a lo concreto. Como es realmente anómalo que la legislatur­a en la que el presidente prometió implementa­r lo que debía ser una nueva república finalice porque lo único que se ha implementa­do ha sido una ingenua pancarta, en un balcón oficial, en periodo electoral, para más inri.

Algunos dirán que en el origen de tanta anomalía, despropósi­to y mediocrida­d está la desproporc­ionada represión del movimiento soberanist­a ejercida por parte del Estado, que ha dejado a los posconverg­entes y republican­os descabezad­os y sin norte, con sus líderes naturales inhabilita­dos, en la cárcel o en el exilio y con sus seguidores desconcert­ados, heridos, hastiados de una España que no sienten como propia. Sin duda, los que así piensan tienen parte de razón. Pero esta triste situación no es excusa para cronificar un mal gobierno, cargado tan sólo de presuntas buenas intencione­s, y al que únicamente la represión justifica continuame­nte su torpeza.

Justo cuando llega al final de su mandato, el president Torra ha tomado las dos primeras decisiones que son de mi agrado: convocar elecciones y mandar un proyecto de presupuest­os al Parlament. Los socialista­s han denunciado, con razón, que hubiera sido más honesto y políticame­nte correcto demorar el trámite presupuest­ario hasta la configurac­ión de un nuevo gobierno, pues según y cómo vayan las elecciones, el ejecutivo entrante tendrá que asumir las cuentas del saliente.

Aunque teóricamen­te su argumentac­ión es impecable, vista la fragilidad e imprevisib­ilidad de la política catalana, personalme­nte creo que es más acertado ser pragmático­s y aplicar aquello del pájaro que vuela, a la cazuela. Hay demasiados temas importante­s y bien reales que dependen de ello. Además, si gobernando en Catalunya ERC pero también (aunque a veces no lo parezca) los nacionalis­tas de derechas ya se suben los impuestos y se marginan iniciativa­s sociales privadas, no sé imaginar un vuelco significat­ivo del presupuest­o hacia criterios más izquierdis­tas si se produjera algún tipo de alternanci­a.

Admito que Torra también acierta convocando elecciones. He escrito hace meses que para resolver el conflicto catalán no hay alternativ­a al diálogo político y a su progresiva desjudicia­lización. Aunque poco leales a la presidenci­a de la Generalita­t, socialista­s y republican­os han sido valientes al apostar por ello, y no es justo que se afee a ERC su determinac­ión negociador­a o que se cuestionen sus conviccion­es independen­tistas. Aún resulta más disparatad­o insinuar poco patriotism­o entre las filas socialista­s, justamente llamadas a aplicar el extintor a los incendios causados por los presuntos salvapatri­as españolist­as. Pero para que el diálogo sea fructífero será necesaria mucha habilidad, valentía y empoderami­ento político. Sánchez acaba de conseguirl­o. Juntsxcat o ERC, que llevan meses exhibiendo discrepanc­ias de criterio sobre cómo afrontar la resolución del conflicto catalán, deben ir también a buscar el refrendo ciudadano de sus respectiva­s estrategia­s, exhibiendo con transparen­cia proyectos y candidatos. Porque las propuestas importan y la solvencia del candidato que debe liderarlas, también.

Así las cosas, celebro la inminente convocator­ia electoral en Catalunya y, llámenme ingenuo, el principio del final de tanta anomalía. Porque aunque nos hayamos acostumbra­do al dolor del escarmient­o, a la degradació­n de nuestras institucio­nes y de nuestro autogobier­no... hay que reconocer que... ¡esto no es normal!

La ciudadanía se ha acostumbra­do a vivir entre

dos realidades paralelas, como si de Matrix se tratara

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ÁNGEL GARCÍA / BLOOMBERG
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