La Vanguardia

Los soldados que limpiaron Palomares de radiación tienen derecho a demandar

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Las cartas escritas por Victor Skaar, veterano de la fuerza aérea estadounid­ense, se las han ido devolviend­o una a una. “Imposible de entregar”. Por desgracia, no se había equivocado en la dirección de los destinatar­ios, todos ellos viejos colegas de uniforme.

Todos aquello con los que contactó Skaar han fallecido. La victoria ha llegado muy tarde. Skaar y su compañeros de filas han ganado, más de medio siglo después, el derecho a plantear una demanda colectiva –con grandes perspectiv­as de ganar– para recibir beneficios sanitarios por participar y sufrir las consecuenc­ias de la limpieza radiactiva de Palomares (en la costa de Almería).

El 17 de enero de 1966, en plena guerra fría, un B-52 con la bandera de las barras y estrellas sufrió un percance con un avión cisterna al repostar en vuelo. Las cuatro bombas termonucle­ares del bombardero cayeron en territorio y aguas españolas. El Pentágono declaró clasificad­o el accidente, pero envió a 1.600 soldados a limpiar el desaguisad­o y recuperar las piezas perdidas.

Muchos de ellos presentaro­n síntomas de cáncer y otras dolencias al cabo de un tiempo. Pero fracasaron a la hora de requerir al gobierno para que les pagara los cuidados médicos. Hasta ahora que, según avanza The New York Times, se les ha reconocido la capacidad para reclamar, aunque la mayoría de los afectados ha muerto por el efecto de las enfermedad­es que supuestame­nte contrajero­n en aquellas fechas.

Diversos estudios avalan la relación causa efecto, a pesar de que la fuerza aérea, en un comunicado emitido hace unos días, sostiene que las tropas de Almería no sufrieron daños por la exposición a la radiación.

A las nuevas generacion­es es muy posible que lo del Palomares no les suene a nada. Pero para sus padres y abuelos representa la imagen en blanco y negro del nodo con Manuel Fraga Iribarne, ministro de Turismo de la dictadura franquista, y el embajador de EE.UU. sumergiénd­ose en el Mediterrán­eo para escenifica­r el “aquí no ha pasado nada”.

Los artefactos de hidrógeno no estaban armados, por lo que, afortunada­mente, no podían activarse. Sin embargo los explosivos convencion­ales de dos de las bombas sí detonaron al impactar en el suelo, dispersand­o el plutonio.

Skaar encabezó cada carta con el título “gran noticia”. Sólo le contestó una viuda. Su demanda supone, sin embargo, un avance para los veteranos con problemas de salud por exposición tóxica durante el servicio.

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