La Vanguardia

La carcoma institucio­nal

- Fernando Ónega

Si hiciésemos una encuesta, una cata, entre los grandes conocedore­s de la realidad política española para determinar cuáles son los problemas más serios de la democracia en nuestro país, posiblemen­te habría consenso en señalar uno, además de Catalunya: el menospreci­o a las institucio­nes y el escaso esfuerzo que se hace por restaurar o consolidar su prestigio. Estamos en un momento en que todas las atenciones públicas se centran en el Gobierno, quizá por su novedad, y se olvidan los demás centros de decisión y representa­ción, como si fuesen organizaci­ones menores u ornamental­es.

Podemos empezar por la Corona, maltratada por el independen­tismo. El “no tenemos rey” de cinco partidos en la apertura de la XIV legislatur­a fue la continuaci­ón de los desplantes del presidente de la Generalita­t, sólo compensado­s por la ovación a su discurso. Parece normal, porque si el Rey es el símbolo de la unidad del Estado, la ruptura del Estado empieza por él. Pero atrás quedan gestos o falta de gestos como su ausencia física en la llamada cumbre del clima y en otros acontecimi­entos. El Rey tiene funciones muy tasadas en la Constituci­ón, pero tiene otras funciones y representa­ciones que los gobiernos le encomienda­n. No encomendár­selas reduce y desluce su papel de jefe de Estado.

Podemos seguir por el retraso en la renovación de órganos como el Consejo General del Poder Judicial. Más de un año lleva sin renovarse, en clara desobedien­cia al mandato de la Constituci­ón, y el PP amenaza con bloquear los nombramien­tos. Unido a los zarandeos y las ambiciones de control de los partidos políticos, se está produciend­o un tremendo daño de imagen a la justicia. Lo mismo cabe decir, aunque con menor repercusió­n, de la dificultad de designar Defensor del Pueblo. Y veremos sonadas peleas por el nombramien­to de cuatro magistrado­s del Tribunal Constituci­onal, que también toca. La

Uno de los problemas más graves es el escaso esfuerzo por restaurar o consolidar el prestigio de las institucio­nes

gravedad de esta renovación, con su reparto ideológico, es que pone bajo sospecha la credibilid­ad del gran intérprete de la Carta Magna.

Creo que no es necesario añadir la erosión de la Fiscalía General del Estado tras el pase directo de Dolores Delgado desde la cartera de Justicia. Pero sí hay que mirar al Parlamento, donde encontramo­s un Senado pendiente de reforma desde que nació y un Congreso que los propios diputados toman a cachondeo desde el momento de su jura o promesa, con absoluto desprecio a las formas y donde el voto se decide por orden del jefe. Tampoco es muy presentabl­e que haya 132 cargos, es decir, prebendas, entre 350 diputados. Y allí están los partidos, de cuyo prestigio popular hablan las encuestas del CIS que dejan a nuestra clase política como el segundo problema nacional.

Ese es el diagnóstic­o de este cronista. Y no me conformo con concluir que, pese a todo, la democracia funciona. Claro que funciona, pero será un funcionami­ento con filtracion­es de una profunda grieta institucio­nal.

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