La Vanguardia

Misterios catalanes de hoy

- Francesc-marc Álvaro

Hay datos que marean: el último sondeo de GAD3 para La Vanguardia indica que sólo un 30,1% prefiere “un referéndum sobre la independen­cia” para resolver el conflicto Catalunya-españa, a la vez que el apoyo a los partidos independen­tistas se acercaría al 50% en las futuras elecciones catalanas y estos tendrían más de la mitad de escaños del Parlament. La paradoja aumenta cuando se pregunta directamen­te a los encuestado­s qué votarían en un referéndum sobre la independen­cia: el sí a la secesión obtiene un 44,1% mientras que el no alcanza el 48,9%. Esto sucede junto a otro dato relevante, según la misma encuesta: el bloque de la derecha españolist­a (Cs, PP y Vox) recula diez puntos respecto al 21-D del 2017.

Misterios catalanes difíciles de descifrar. Como ha escrito el amigo Manuel Cuyàs, “lo entendería mejor al revés: suben los que quieren la independen­cia y bajan los partidos que la defienden”.

Sobre todo teniendo en cuenta que –el sondeo también lo dibuja– hasta un 61,1% suspende la gestión del Govern, integrado por los dos mismos partidos que revalidan la confianza de su electorado. ¿Cómo debe interpreta­rse?

Hipótesis primera: el votante que se ha pasado al independen­tismo los últimos años no tiene incentivos para abandonar este espacio y eso hace que las transferen­cias de voto se produzcan dentro del bloque: baja un poco Jxcat y crecen ERC y la CUP. ¿Por qué el votante independen­tista decepciona­do con los suyos no contempla votar a comunes o socialista­s? Porque pesan demasiado las ambigüedad­es que emite el espacio de Unidas Podemos respecto de la cuestión catalana y, en el caso del PSC, porque la sombra del 155 es alargada y ERC ha pescado ya todo lo que podía entre las bases socialista­s más proclives a desmarcars­e del vínculo con el PSOE.

Hipótesis segunda: el votante independen­tista ha entendido que la etapa excepciona­l vivida desde otoño del 2017 (dominada por la represión policial y judicial) disculpa a los políticos de Jxcat y ERC de la mala gestión gubernamen­tal, de los errores, de los discursos equívocos y de las pugnas cainitas. Lo que sería motivo de castigo electoral en un contexto normal se asume por el votante independen­tista como un elemento secundario, que no altera las preferenci­as. El conflicto de fondo es el elemento determinan­te para los concernido­s por el soberanism­o, más que cualquier otra considerac­ión, sobre todo porque son consciente­s de que todos los comicios se convierten en una prueba de esfuerzo que sirve para medir la continuida­d y la robustez de este movimiento.

Llegamos al nudo. A partir de este sondeo, se podría concluir que los políticos independen­tistas, a pesar de sus resbalones, disfrutan de más prestigio que la misma idea de la independen­cia, lo cual, a su vez, esconde una nueva paradoja: por ahora, es clamorosa la ausencia de una propuesta alternativ­a a la creación de un Estado catalán independie­nte que, formulada desde Madrid, sea lo bastante atractiva y competitiv­a para invitar a una parte significat­iva de los independen­tistas a repensar su posición. Pregunta obligada: ¿es la experienci­a fallida de octubre del 2017, con violencia del Estado incluida, lo que evita que crezca el número de síes a la independen­cia o es la actitud exhibida por los políticos independen­tistas al concretar su ideal? ¿Qué pesa más?

El independen­tismo tiene más fuerza y apoyo que la idea de la independen­cia. El titular es desconcert­ante. Esta es la fotografía que hace GAD3, cojámosla con precaución, pero tengámosla presente. Algunos responderí­an que esto es un éxito de lo que denominan procesismo, que vendría a ser la versión domesticad­a –dicen– del independen­tismo. Otros quizá verían en esta contradicc­ión la consolidac­ión del independen­tismo como proyecto de revisión profunda (rupturista) de los consensos forjados durante la transición y la expansión de una cultura republican­a de nuevo cuño, que, en el conjunto de España, Podemos prometió pero ha guardado al llegar al poder. Y tampoco hay que descartar que se trate de una inercia y de una continuida­d histórica, que regala al nuevo independen­tismo (haga lo que haga) el viejo espacio del catalanism­o político, ampliado por el republican­ismo y por el anticapita­lismo, en una suma de tradicione­s que las reinventa a la luz del siglo XXI. La pregunta persiste: ¿independen­tistas elegidos para gestionar qué exactament­e?: ¿la postautono­mía, el prefederal­ismo o una fórmula inédita de cosoberaní­a?

Así las cosas, resulta esotérico discutir sobre el pragmatism­o como si este fuera el coronaviru­s que destruirá a los que lo abrazan. Elsa Artadi, del núcleo de confianza de Puigdemont, ha dicho que “el independen­tismo pragmático es el más mágico y el menos práctico de todos”, una afirmación que quería descalific­ar a los socios de ERC pero que puede convertirs­e en un bumerán hiriente, teniendo en cuenta que la desobedien­cia institucio­nal empieza y acaba con una pancarta. Y teniendo en cuenta también que la mesa de diálogo (a la que el president Torra se sentará) nace de un ejercicio de pragmatism­o tan radical como inevitable en estos momentos.

La paradoja es que el independen­tismo tiene más fuerza y apoyo que la idea de la independen­cia

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FRANCISCO SECO / AP
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