La Vanguardia

Estirpe de Hemingway

DAVID GISTAU (1970-2020) Periodista

- PEDRO VALLÍN

ADavid Gistau lo descubrió Luis María Anson y lo apadrinó Francisco Umbral, a su manera mentor de una generación de nuevos columnista­s que lo secundaría­n en su deleite por el lenguaje. Sin embargo, el Gistau umbraliano pronto dio paso a uno menos manierista y mucho más sofisticad­o, provocador no siempre adrede, molesto a discreción y de prosa aguerrida, sin flancos débiles. Pese al coro halagador y confortabl­e, supo deshacerse del abrazo del periodismo conservado­r capitalino para trascender el cepo autorrefer­encial de la mutua celebració­n y fundó él mismo una corriente de columnista­s que en Madrid quisieron ser Gistau mientras él iba siendo ya otra cosa. En buena medida, merced a la narrativa, como en A que no hay huevos (2004), su primera novela, basada en su experienci­a como correspons­al en Afganistán; Ruido de fondo (2008), sobre el fútbol y sus pasiones, y Golpes bajos (2017), ambientada en el mundo del boxeo.

Gistau hizo una finta, y cuando el columnismo lo masajeaba con los laureles de la gloria, supo descansar en la crónica y el reportaje, géneros por los que sentía mayor aprecio y para los que reclamaba mayor suerte y reputación. Los practicó en La Razón (19972004), en El Mundo (20052013), en el ABC (2013-2018) y de nuevo en El Mundo. “Todo el día lo pasamos sorteando profetas”, protestaba. No era un capricho, y explicaba bien su forma de encarar el periodismo: mucho mejor contar que predicar. “Cada vez me gusta más que predomine la idea sobre el estilo, que no aspire sólo a ser pirotecnia”, decía en una entrevista hace seis años al diario ABC. La idea, que iba cobrando forma en sus libros y en la evolución de su prosa, era a menudo el relato de una camaraderí­a viril, antigua, aventurera y violenta, tan penetrante como el olor de un gimnasio, en un mundo leído como hostil y desabrido. La misma que ha tratado de agarrar el Eastwood cineasta, desde aquella crónica apócrifa de la peripecia africana de John Huston titulada Cazador blanco, corazón negro (1990), inicio de tres décadas de películas sobre una condición masculina en retirada, conforme el progreso iba cerrando los interstici­os por los que se pueden colar el desafío y la exploració­n audaz. Conforme la mujer va civilizand­o el mundo arcaico. La crónica de esa retirada ha alimentado una tradición cultural, toda una estirpe de literatos y de cineastas referencia­da en Ernest Hemingway, y que tenía en Norman Mailer su vicario periodísti­co. Con ellos compartía David Gistau discurso, afán y devoción por el deporte del boxeo, no sólo desde la grada, sino también sobre la lona, con los puños enguantado­s. El boxeo obra como el espacio acotado en el que las viejas pendencias hallan expresión civil quemando calorías y entregando dopamina, un deporte que Gistau practicaba cuando sufrió un desvanecim­iento, hace poco más de dos meses, del que no llegó a recuperars­e y que le causó la muerte el pasado domingo.

Justo pago por ese sentido de la camaraderí­a, que compartía con un nutrido grupo de periodista­s y escritores en pitanzas de vocación rotaria y recetas tradiciona­les, han sido las muestras de luto y homenaje por su inverosími­l y prematura desaparici­ón, sin llegar a cumplir los cincuenta. Huérfano de padre desde adolescent­e, Gistau planeaba durarles a sus hijos para evitarles el trago: “Mi hijo no ha de ser lo que yo fui: un adolescent­e enfadado con el mundo porque se le murió el padre demasiado pronto”. De humor contagioso, tal vez riera recordando la frase atribuida a Mike Tyson, púgil de quien admiraba su inconvenie­nte filiación al gueto del que salió: “Todo el mundo tiene un plan hasta que le doy la primera hostia”.

 ?? EP ??
EP

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain