La Vanguardia

Contra el silencio

- Sara Sans

En este espacio tan increíble y desbordado de naturaleza combatiero­n a muerte más de 200.000 hombres. Prácticame­nte la mitad contra la otra mitad. Más de 35.000 murieron y más de 100.000 resultaron heridos. “Lo he calculado, la batalla del Ebro duró 115 días... sale a 305 muertos diarios... es una bestialida­d”, dice el periodista y escritor Víctor Amela desde la cota 705, en lo más alto de la Serra de Pàndols, en la Terra Alta. A sus pies, el escenario de la batalla más cruenta de la Guerra Civil, el telón de fondo de su último libro, que no ambiciona datos ni fechas, sino vestir ese dramático y callado capítulo con las emociones y las vivencias de sus más jóvenes protagonis­tas: los supervivie­ntes de la quinta del biberón.

“Aquel frente de la Serra de Cavalls era tierra quemada, no había un metro de ella en que no hubiera caído un proyectil. Algunos supervivie­ntes que bajaron de las posiciones de arriba estaban heridos, otros con ataques de locura que teníamos que sujetar y meterlos para dentro de los escondrijo­s (...) Es muy duro presenciar todo esto”, lee Amela mientras recorre el Monument a la Pau. Es un fragmento de uno de los siete cuadernos que escribió el biberón Enric Sanahuja y que su nieta prestó al periodista.

En Nos robaron la juventud (Plaza&janés en castellano y Rosa dels Vents en catalán) Amela se alimenta de cartas, diarios personales y las 25 entrevista­s que ha realizado desde 2005 a los más jóvenes supervivie­ntes de aquella matanza, algunas de ellas publicadas en “La Contra” de La Vanguardia. Se sirve de los recuerdos de aquellos chavales de apenas 18 años, que crecieron de golpe con un fusil entre las manos, e hilvana esos relatos con el del protagonis­ta de fondo, que no es otro que su tío, Pepito.

“Él nunca me contó nada y tampoco le pregunté más porque no quería hablar”, explica el sobrino. Apenas tres veces se habló de la batalla del Ebro en casa de los Amela. La primera en una sobremesa navideña, cuando Pepito se desabrochó la camisa para mostrarle a un joven Amela una herida de bala en el pecho izquierdo. La entrada y la salida.

“Se la hicieron cuando apenas tenía 18 años, como yo en aquel momento”, recuerda. Una vez fallecido el tío Pepito, en 2005, aparecen las cartas y las fotos.

Probableme­nte el escenario del disparo puede verse desde el Monument a la Pau, el que levantaron los supervivie­ntes de la quinta del biberón. “Cuando lo inauguraro­n en 1989 asistieron un millar de ellos, el verano pasado eran cinco”, dice Amela. Más de 27.000 muchachos nacidos en 1920 fueron llamados a filas y enviados al frente del Ebro. El periodista y uno de los grandes conocedore­s de los escenarios de la batalla del Ebro, Andreu Caralt, cuenta a Amela que entre inútiles, desertores y emboscados cruzaron el Ebro unos diez mil. Entre ellos Pepito y el resto de protagonis­tas de libro. La mitad de los 10.000 biberones no sobrevivió.

El libro construye la charla que Amela, y tantos otros, nunca tuvieron con sus tíos, sus padres o sus abuelos. Los testimonio­s sitúan la vida y la muerte en unos escenarios que el periodista ha recorrido una y otra vez y que ayer volvió a pisar y a explicar. Con él, el editor que le empujó con esta historia, Joan Riambau. En Vilalba dels Arcs, por ejemplo, Andreu Canet no puede evitar llorar cada vez que relata la brutal matanza de requetés del 19 de agosto de 1938, en la que murieron 59 soldados y 172 resultaron heridos. “Caían como moscas, les dejaron dos horas de tregua para retirar a sus muertos”. En Corbera d’ebre, con las banderas nacionales colgando de los balcones, un imponente brigadista internacio­nal llama a la puerta de una casa: “Però xiquets.. Què veniu a fer ara?”, le recibe con tristeza una anciana. Luego, el bombardeo incesante. Desesperac­ión.

Historias de traiciones y también de generosida­d. El horror y quizás un instante de belleza. “Tendido en la trinchera, toqué mi piano imaginario”, le cuenta Pere Godall. “Enterré a doscientos compañeros en la Venta de les Camposines”, recuerda Gabriel León. “La bondad y la maldad se dan la mano, y yo lo he visto”, asegura Vicenç Ibàñez. Y todo esto, ¿para qué? “Al final todos murieron para nada... Quería entender por qué no quisieron explicar, todos venimos y estamos marcados por aquello, hay que levantar el velo del olvido y recordar”, mantiene Amela.

“Quería entender por qué no quisieron explicar la batalla del Ebro, hay que levantar el velo del olvido”

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XAVI JURIO Víctor Amela, que acaba de publicar Nos robaron la juventud, con el Ebro y Miravet al fondo
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