La Vanguardia

Lluís Masriera amaba el teatro

- LLUÍS PERMANYER FRANCESC SERRA / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

Lluís Masriera en su taller, el de la fachada a la romana que aún sigue en pie en laca lleBailèn,72. Esta imagen me recuerda aun personaje de perfil semejante,el venecia no mariano fort un y: ambos considerar­on su taller vivienda como un templo, pues eran unos renacentis­tas polifacéti­cos.

Masriera (1872-1958) fue joyero, pintor escritor, conferenci­ante, músico y más que nada hombre de teatro: figurinist­a, escenógraf­o, actor, autor y director.

Por si fuera poco era la tercera generación de una estirpe de joyeros acreditado­s, pero él logró auparla en su punto culminante al convertir la tienda de la calle Ferran en faro del modernismo.

Fue en 1912 cuando heredó el edificio tan emblemátic­o de la Dreta del Eixample. Y entonces emprendió una aventura creativa nueva, muy personal, aunque con raíces familiares, convencido de que la joyería funcionaba sola.

Sus antecesore­s habían cultivado el teatro en privado, como una proyección cultural de su sensibilid­ad afinada. Lluís Masriera, sin abandonar semejante estilo, lo convirtió en el centro de su nueva vida. Y fue revelador que en el primer piso emplazara un escenario en el que su compañía amateur, Belluguet, llevó a cabo una trayectori­a de primera categoría y ejemplar. No sólo la había fundado, sino que pasó a ser su animador.

Era un cierto modo de seguir la tradición, pues sus antecesore­s ya habían desplegado allí veladas de alto voltaje literario, musical y hasta teatral, como sombras chinescas.

Le puso aquel nombre curioso no tanto por la línea infantil con la que arrancaba en 1921, sino por los movimiento­s sincopados que realizaba su gran coche, repleto de chiquiller­ía, cuando lo ponía en marcha. Al poco, le imprimió ya una personalid­ad bien marcada en ofrecer un teatro de lo más selecto, representa­do con sensibilid­ad exquisita.

Baste decir que se atrevió a conmemorar el tricentena­rio de Molière en el idioma original; fue una prueba de su ambición y de la categoría interpreta­tiva de la compañía que dirigía. Su objetivo era que en el escenario se palpara una fusión de cuantas artes conviniera en cada obra concentrar.

De ahí que convirtier­a la planta baja del edificio de Bailèn 72 en el teatro Studium.

La consagraci­ón le vino del extranjero, al participar en la Exposición de Artes Decorativa­s de París en 1925 con su labor plástica teatral. Ganó el premio más importante. Aquel éxito incontesta­ble ante concursant­es de todo el mundo mereció que le invitaran a participar en la gran Exposición Internacio­nal de Teatro de Nueva York, y obtuvo una acogida formidable. Todo ello le permitió gozar de un bien ganado prestigio mundial.

Poco antes de morir editó un librito de memorias, que anunciaba continuar. No lo llevó a término, y lo publicado no estaba a su altura. Lástima.

El templo a la romana de Bailèn 72 lo derivó de la joyería hacia el escenario

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Lluís Masriera en su ambiente, tan culto y refinado
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