Lluís Masriera amaba el teatro
Lluís Masriera en su taller, el de la fachada a la romana que aún sigue en pie en laca lleBailèn,72. Esta imagen me recuerda aun personaje de perfil semejante,el venecia no mariano fort un y: ambos consideraron su taller vivienda como un templo, pues eran unos renacentistas polifacéticos.
Masriera (1872-1958) fue joyero, pintor escritor, conferenciante, músico y más que nada hombre de teatro: figurinista, escenógrafo, actor, autor y director.
Por si fuera poco era la tercera generación de una estirpe de joyeros acreditados, pero él logró auparla en su punto culminante al convertir la tienda de la calle Ferran en faro del modernismo.
Fue en 1912 cuando heredó el edificio tan emblemático de la Dreta del Eixample. Y entonces emprendió una aventura creativa nueva, muy personal, aunque con raíces familiares, convencido de que la joyería funcionaba sola.
Sus antecesores habían cultivado el teatro en privado, como una proyección cultural de su sensibilidad afinada. Lluís Masriera, sin abandonar semejante estilo, lo convirtió en el centro de su nueva vida. Y fue revelador que en el primer piso emplazara un escenario en el que su compañía amateur, Belluguet, llevó a cabo una trayectoria de primera categoría y ejemplar. No sólo la había fundado, sino que pasó a ser su animador.
Era un cierto modo de seguir la tradición, pues sus antecesores ya habían desplegado allí veladas de alto voltaje literario, musical y hasta teatral, como sombras chinescas.
Le puso aquel nombre curioso no tanto por la línea infantil con la que arrancaba en 1921, sino por los movimientos sincopados que realizaba su gran coche, repleto de chiquillería, cuando lo ponía en marcha. Al poco, le imprimió ya una personalidad bien marcada en ofrecer un teatro de lo más selecto, representado con sensibilidad exquisita.
Baste decir que se atrevió a conmemorar el tricentenario de Molière en el idioma original; fue una prueba de su ambición y de la categoría interpretativa de la compañía que dirigía. Su objetivo era que en el escenario se palpara una fusión de cuantas artes conviniera en cada obra concentrar.
De ahí que convirtiera la planta baja del edificio de Bailèn 72 en el teatro Studium.
La consagración le vino del extranjero, al participar en la Exposición de Artes Decorativas de París en 1925 con su labor plástica teatral. Ganó el premio más importante. Aquel éxito incontestable ante concursantes de todo el mundo mereció que le invitaran a participar en la gran Exposición Internacional de Teatro de Nueva York, y obtuvo una acogida formidable. Todo ello le permitió gozar de un bien ganado prestigio mundial.
Poco antes de morir editó un librito de memorias, que anunciaba continuar. No lo llevó a término, y lo publicado no estaba a su altura. Lástima.
El templo a la romana de Bailèn 72 lo derivó de la joyería hacia el escenario