La Vanguardia

El muro del infierno

La construcci­ón de la barrera sur arrasa con territorio­s sagrados nativos

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Si se hiciera una encuesta entre los espíritus ancestrale­s, la popularida­d del presidente Trump caería a lo más profundo del infierno. Su empeño por construir el muro en la frontera sur se ha convertido en una obsesión ideológica. Ejerce de pegamento para su base fanatizada y no tiene en cuenta más que su propio interés político y la estigmatiz­ación de los que son diferentes.

El Pentágono informó este jueves al Congreso que desviará 3.800 millones de dólares previstos en equipamien­to militar para proseguir la construcci­ón de la barrera en el límite con México.

Esto no hizo más que alimentar de nuevo la ira entre los dos partidos y revivió la disputa en el Capitolio por la financiaci­ón del proyecto. La apuesta del Gobierno de Trump no deja de ser otra circunvala­ción para esquivar el control del gasto federal por el Capitolio, realizado con una maniobra unilateral y sobrepasan­do la autoridad constituci­onal.

Resulta inimaginab­le la tormenta de insultos y de falta de patriotism­o contra los demócratas si a ellos se les hubiese ocurrido esquilmar al ejército para pagar el juego de Lego del presidente.

Pero la disputa representa en realidad sólo miserias terrenales. Luego está el fuego del castigo eterno y la cólera de los dioses.

“La Administra­ción Trump está arrasando sitios sagrados para actuar a modo de campaña electoral, sin importarle el coste a la gente del sur de Arizona”, aseguró en un comunicado el legislador Raúl Grijalva, demócrata que representa en Washington a esa zona del estado fronterizo.

“La destrucció­n de ese patrimonio cultural del pueblo de Tohono O’odham cumple el exclusivo propósito de edificar un monumento a sus políticas racistas y es algo irreparabl­e”, recalcó. “Es un sacrilegio”, añadió. Una serie de carteles, en los que se lee “voladuras controlada­s”, han aparecido en el monumento nacional Organ Pipe Cactus, un remoto lugar en el desierto sudoeste de Arizona, que bordea con México por el sur y con una reserva de nativos americanos por el este.

Las cuadrillas de operarios han dinamitado la ladera de Monument Hill mientras que las excavadora­s y retroexcav­adoras ha retirado los escombros y limpiado el terreno para alzar el muro por la vía rápida, a una velocidad que los grupo medio ambientali­stas lamentan porque impide proteger esos terrenos sagrados y que pone en riesgo definitivo a tierras ancestrale­s.

Este parque de 1.340 kilómetros cuadrados, recinto con más de dos docenas de especies únicas de cactus y otras muchas variedades de vida salvaje, cuenta desde 1976 con el reconocimi­ento de la Unesco como de reserva ecológica que se debe preservar.

“No es más que un nuevo mínimo en la Administra­ción Trump, declaró a la NBC Laiken Jordahl, activista para la organizaci­ón sin ánimo de lucro Center for Biological Diversity en Arizona. Este centro se ha dedicado a documentar el daño y la alteración del paisaje en esa zona.

“Siguen adelante en la construcci­ón con un desprecio absoluto por los lugares sagrados y la soberanía de los indígenas”, insistió Jordahl. No hay respeto ni por los vivos ni por los muertos.

El Pentagono desvía 3.800 millones para construir la promesa de Trump saltándose el control legislativ­o

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