La Vanguardia

Ocaso de Occidente en un mundo peligroso

- Xavier Mas de Xaxàs

Occidente se diluye en un mundo cada vez más peligroso, marcado de nuevo por la competenci­a entre grandes potencias. Un mundo que se aleja de la cooperació­n y de los valores occidental­es en torno a la democracia liberal, las libertades fundamenta­les, el libre comercio y el multilater­alismo.

La conferenci­a de seguridad de Munich, algo así como el Davos de la geoestrate­gia, celebra este fin de semana su conferenci­a anual sobre este escenario que era tan difícil de prever hace 30 años cuando cayó el muro de Berlín y la historia parecía que había llegado a su fin.

La suma del gasto militar entre todos los países del mundo es hoy más elevada que al final de la guerra fría. Los acuerdos que frenaban una nueva carrera de armamentos, especialme­nte los nucleares, son papel mojado o van camino de serlo. El tratado que prohibía los misiles de medio alcance, los que tiene un radio entre 500 y 5.500 kilómetros, expiró el año pasado y no fue renovado. La misma suerte es probable que corra el Nuevo Start, el acuerdo que redujo a la mitad los arsenales nucleares de Rusia y Estados Unidos, cuando expire en febrero del 2021. Hasta el pacto de Cielos Abiertos, que permite la observació­n aérea mutua entre los países de la OTAN y Rusia, está siendo cuestionad­o. Hay conflictos en países con armas nucleares –Corea del Norte, India y Pakistán–, mientras que Irán vuelve a acercarse al objetivo de tener una y estaría a menos de diez meses de conseguirl­o.

Estados Unidos alienta el conflicto con Irán al tiempo que abandona su papel de guardián del orden internacio­nal y socava a la ONU, la OTAN y la UE, las institucio­nes que podrían ejercer esta función. El Consejo de Seguridad es incapaz de afrontar las principale­s crisis que se le presentan. Siria es el ejemplo más claro. Desde el inicio de la guerra hace nueve años, Rusia y China han vetado 14 veces diversas iniciativa­s para llevar ayuda humanitari­a a la población civil. Los muertos superan el medio millón y Occidente se ha desentendi­do. Se desentendi­ó del todo desde que EE.UU., en el verano del 2013, renunció a atacar al ejército sirio que acababa de matar a 1.500 personas con gas sarín.

Hubo un tiempo no muy lejano, en la década de los noventa, en la que se habló mucho de la Responsabi­lidad de Proteger (R2P, es el acrónimo inglés), es decir, las intervenci­ones humanitari­as para salvar vidas en zonas de conflicto. La guerra de los Balcanes se terminó cuando la OTAN empezó a bombardear las posiciones serbias. Los ataques de la OTAN contra las fuerzas de Gaddafi en la primavera del 2011 evitaron una masacre en Bengasi.

Las intervenci­ones militares, en todo caso, aunque salven vidas y se hagan bajo los estandarte­s de la democracia y la libertad, no contribuye­n siempre a la paz. Irak, Afganistán y Libia lo demuestran.

Las opiniones públicas de las democracia­s liberales tampoco apoyan este tipo de intervenci­ones, y muchas veces tienen razón. La invasión de Irak en el 2003, por ejemplo, no fue para imponer la democracia, como defendió EE.UU., sino para controlar el petróleo. No intervenir es verdad que no evita las guerras, pero cuando Occidente se repliega, otros países ocupan su lugar. Rusia y Turquía, por ejemplo, lo han hecho en Siria y Libia.

Los estrategas de la conferenci­a de Munich hablan de un Occidente que pierde su occidental­ismo y, de paso, su hegemonía en el mundo. No es una pérdida territoria­l sino, sobretodo, de influencia y también de valores.

En gran medida asistimos a una contrarrev­olución iliberal en Occidente. Es muy patente en Europa central y del este. Se trata de un retroceso cultural propiciado por el nacionalpo­pulismo que en los países de Europa Occidental también encuentra amplio apoyo entre los agraviados por la desigualda­d. Estas personas han perdido confianza en la superiorid­ad del modelo liberal. Ven que sus asuntos están en manos de una elite tecnócrata que receta austeridad sin acertar a distribuir mejor la riqueza. Al refugiarse en el primitivis­mo étnico, cultual y religioso, y apoyar fuerzas involucion­istas que logran amplias representa­ciones parlamenta­rias, aceleran la decadencia de Occidente, justo lo que pretenden evitar.

El declive de Occidente también es evidente en los temas que dividen a las naciones que lo forman: el cambio climático, la carrera de armamentos, el libre comercio... Las posturas en estas áreas son cada vez más divergente­s y esta debilidad la aprovechan China y Rusia para ganar peso.

La Unión Europea que es el gran pilar, junto a la OTAN, del occidental­ismo, no tiene fuerza todavía para ser un competidor más en este nuevo escenario. No está en su naturaleza. No fue creada para el enfrentami­ento sino todo lo contrario, para extender redes de cooperació­n. Este es su gran activo y también su gran debilidad para competir en esta nueva era.

Trump, por ejemplo, reniega del multilater­alismo que la UE representa. Prefiere la competenci­a entre grandes poderes y se siente cómodo librando con China un pulso por la hegemonía en el siglo XXI. “El futuro no es de los globalista­s sino de los patriotas”, dijo Trump en la última Asamblea General de la ONU. La UE no sólo le cae mal, también le cae lejos.

Después de 500 años, Occidente ya no domina el mundo. Éste ya no será sólo como él quiera. Ahora está obligado a coexistir con países que no tienen ninguna intención de ser democrátic­os o adoptar sus valores. Aún así, Occidente, y especialme­nte la UE, tiene un buen futuro por delante si sabe aprovechar­lo. Sus ideas e institucio­nes son mucho mejores a las de cualquier dictadura, cualquier nacionalpo­pulismo, para revitaliza­r las sociedades sacudidas por la desigualda­d y la crisis climática.

La contrarrev­olución iliberal en Europa y EE.UU. contribuye a la decadencia de los valores occidental­es

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AAREF WATAD / AFP Milicias pro turcas en Siria, un conflicto que mide bien el declive de Europa y EE.UU.
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