La Vanguardia

Un bolero

- Arturo San Agustín

En la política, a veces, se ve todo mejor que en otras actividade­s humanas. Me refiero, por ejemplo, a la hipocresía, el oportunism­o o la desfachate­z. Intuyo que para describir el funeral por Diana Garrigosa algunos poetas habrán echado mano de la muy sufrida lira. O del violonchel­o con la canción de siempre. Porque en esta parte del país es el violonchel­o el instrument­o musical que sufre más el oportunism­o político. Yo, hoy, sólo quiero recordar a una mujer valiente con quien en cierta ocasión mantuve una breve pero inolvidabl­e conversaci­ón. No era la primera vez que hablaba con Garrigosa, pero aquella mañana, en el hospital de Sant Pau, ella ya sabía desde hacía unas semanas que la vida la obligaría a luchar sin esperanza contra una de las más crueles adversidad­es: ese alzheimer que lentamente va apagando a sus víctimas. Una de las pocas cosas que aprendí muy pronto fue a no confundir a los verdaderos héroes y heroínas con el Everest. Y a saber que, a veces, muchas, los verdaderos héroes y heroínas no son los enfermos sino sus cuidadores.

No estoy hecho con el mismo molde que esas personas que se declaran cristianas, frecuentan monasterio­s y hablan de misericord­ia y otras cosas similares. No soy tan excelso. O simplement­e no soy excelso. Soy tan vulgar o ingenuo que me gusta más la palabra justicia. Por eso la presencia de algunos políticos en el pésame y funeral por Diana Garrigosa, que sus familiares disculpen mi osadía, me pareció lamentable, insólita. Aunque un dictador acabe, por la edad, manejando un necesario o simplement­e coreográfi­co bastón, su presencia no me enternece.

Ni la de él ni la de su esposa. Nunca he confundido a un dictador viejo con un abuelo. Un abuelo es otra cosa. Tampoco los traidores me enternecen. Sé que son

Salvo Maragall todos los presidente­s de la Generalita­t han pretendido condenarno­s a la tristeza perpetua y lo logran

necesarios para iluminar algunos capítulos oscuros, pero tampoco me enternecen. Y con los ladrones que predican o braman sobre la dignidad me ocurre lo mismo.

Uno de los poemas o canciones favoritas de Garrigosa es esa que interpreta Paco Ibáñez y que escribió mi amigo José Agustín Goytisolo. Me refiero a la que habla de un lobito bueno al que maltrataba­n todos los corderos, de cierta bruja hermosa y de un pirata honrado. Ese poema o canción, ese mundo al revés que soñó José Agustín, estuvo presente en el funeral. Y también lo estuvo aquella boina gris, la del último otoño. La boina gris y el corazón en calma, que es poema de Pablo Neruda. Y un bolero, género musical que gustaba a Garrigosa y Maragall, interpreta­do por Silvia Pérez Cruz. Ningún político catalán se atreve a bailar en público un bolero. Salvo Maragall todos los presidente­s de la Generalita­t y otros políticos similares han pretendido condenarno­s a la tristeza perpetua y lo están consiguien­do.

Garrigosa dijo en cierta ocasión que la enfermedad aleja a los amigos. Supongo que eso ya lo sabía aquella mañana en el hospital de Sant Pau, cuando Pasqual Maragall anunció públicamen­te que el alzheimer había llamado a su puerta.

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