La Vanguardia

La gran dama del cómic

CLAIRE BRETÉCHER, (1940-2020) Dibujante y pintora

- ÓSCAR CABALLERO

Soció1oga del año”, la definió en 1976 Roland Barthès, patrón de las mitologías del siglo. Claire Bretécher, fallecida a sus 79 años, creadora de personajes míticos del cómic (Agrippine, les Frustrés, Cellulite) fue sobre todo una mujer de los setenta: feminista y femenina; de izquierdas pero crítica en época de consenso; irónica y grave, con una práctica del distanciam­iento que tampoco era habitual.

En pareja y sin hijos, Bretécher coincidió a la distancia con el argentino Quino en el arte de captar a esos seres con los que no convivían. Si Quino retrató a la niñez –una nueva voz del comic, Pénélope Bagieu, aseguró hace una semana que Mafalda fue “la Greta Thunberg de su época”– Bretécher clavó la adolescenc­ia.

“Abandoné Bellas Artes y me lancé a la historieta porque me aburría”, reconoció Bretécher. “Daba clases de dibujo y vendía ilustracio­nes al grupo Bayard. Dibujos de prensa, chistes, historieta­s. Me daba igual. Sólo me interesaba dibujar. Y vivir de lo que hacía”.

En 1963, Goscinny la invita a dibujar su Facteur Rhésus ,en L’osà moelle. Cogido el ritmo, Bretécher colabora simultánea­mente en Tintin, Spirou –donde crea Gnan Gnan– y Pilote –impone su Celullulit­e–, alarde que no estaba al alcance de todo el mundo. Y a comienzos de los 1970, con sus amigos Gotlib y Mandryka, crea

L’echo des Savanes.

Mujer entre hombres, guapísima por decir algo que hoy no debe ser dicho (“cuando Claire entraba en una habitación, era imposible no ser víctima de su carisma”, comentará el filósofo Mathieu Lindon), Bretécher tuvo siempre el mismo peso que sus colegas.

O algo más: todo el mundo reconocía su originalid­ad, su estilo, una mirada diferente. Y ese poder absoluto de quien sabe reírse de si mismo.

En la gran época de Le Nouvel Observateu­r su cita semanal

–Frustrés (frustrados)– fue un argumento de venta.

Bretécher no sólo transformó la historieta con sus personajes femeninos fuertes; además revolucion­ó la situación del autor –hoy todavía víctima de la paradoja de un género que vende mucho y le paga poco–, con el gesto sin antecedent­es de auto editarse.

Sucedió en 1975, con los Frustrés. Éxito semanal en Le Nouvel Observateu­r, un día Bretécher tuvo entre las manos las tiras suficiente­s para un álbum. Y lo editó.

Del gesto nació Agrippine –seis álbumes– y una serie de 26 dibujos animados que difundirá Canal+, otro guiño de la contracult­ura de aquellos años.

Paradojas de la época, Bretécher, mandona en el universo masculino de la historieta, fue rechazada sin miramiento­s cuando quiso colaborar con el semanario Elle, un emblema de la mujer rompedora de los 1970. “Fue horrible –reconoció en 1998, en Libération–: me hubiera encantado trabajar con aquella gente”.

Pintora eficaz, certera, con el único defecto de no tomarse en serio, Bretécher fue también una temible retratista, particular­mente objetiva en sus autorretra­tos sin concesione­s.

Su página semanal de Le Nouvel Observateu­r, en los 1970, decodifica­ba las ambigüedad­es y tópicos de la izquierda, esa misma que constituía el núcleo fuerte de lectores del semanario. Protagonis­ta ella misma, frente a su mesa de dibujo, el trabajo interrumpi­do para servirse una copa, ir al baño, la página será tal instrument­o crítico y autocrític­o que suscitará el entusiasmo de comentaris­tas del nivel de Umberto Eco y Pierre Bourdieu.

Si Bretécher dirá más tarde que “a cada nuevo álbum me prometía que era la última vez”, y terminará por vender sus derechos a Dargaud, lo cierto es que su decisión y su coraje abrieron caminos. Gracias a su ejemplo, en 1979 Albert Uderzo funda la editorial Albert René, para publicar Astérix.

Otra figura de la historieta de hoy, Catherine Meurisse –sobrevivie­nte por otra parte de la matanza de Charlie Hebdo– asegura que “no hay una visión precisa de la modernidad de su trabajo. En 1983, en su Le destin de Monique, aparecen temas actuales como los vientres de alquiler. Pero lo que más me entusiasma es que su trabajo, como sus personajes, eran feministas, sin que ella enarbolara una bandera. No hay que reducirla a su papel, real, de una de las raras mujeres autoras de historieta. Es sobre todo una autora mayor, del nivel de un Sempé, de un Cabú”.

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ALAIN BENAINOUS / GETTY

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