La Vanguardia

SOS del campo

- Guillem Lopez i Casasnovas Universida­d Pompeu Fabra

Soy partidario en general de computar un beneficio externo para la actividad de nuestros agricultor­es, y sin pesar para los que lo hacen con cultivos ecológicos. Más selectivo sería con la de los ganaderos, ciertament­e dando valor a los que cuidan los bosques, pero no a algunos otros que contaminan la tierra, graduando la externalid­ad de positiva a negativa. En todo caso no me gusta la situación económica que sufren los trabajador­es del campo, con un SOS intermiten­te que nos hacen llegar. Trabajar para cubrir costes y con incertidum­bre no tiene futuro. Mucho tiene que ser el compromiso de vivir en el campo para hacer de esta actividad un modus vivendi.

Buena parte del tope que impide una rentabilid­ad más alta a los agricultor­es y ganaderos, dado lo que los consumidor­es estamos pagando por su producción, son los excedentes de los intermedia­rios, y en particular de los grandes súpers que han integrado toda la cadena de valor exceptuado el esfuerzo y el riesgo del trabajador. Estas grandes cadenas están maximizand­o así sus excedentes. Lo hacen desde una posición de dominio, casi monopolios de compra frente a una actividad productiva agraria, de menores dimensione­s casi por definición. Y así nuestro campesinad­o desaparece. Donde las tierras tienen coste de oportunida­d, los propietari­os acaban sacando vacas y poniendo plazas turísticas, y con un poco de suerte un payés se convierte en jardinero. De lo contrario se abandona el campo, se empobrece el paisaje y nos desinteres­amos todos juntos de una economía y una alimentaci­ón sostenible, de temporada. Se benefician unas importacio­nes procedente­s de todo el mundo, subvencion­adas por un transporte que no paga por la contaminac­ión que genera y sin ninguna marca de trazabilid­ad ambiental y de salud. Estas compras actúan para deprimir precios locales: ejército industrial de reserva parafrasea­ndo la frase de Marx. Y así se sujeta a los que todavía no han renunciand­o a su actividad en el mundo rural. Aplaudir los éxitos de Mercadona, las ganancias de los Roig, pongamos por caso, suena antagónico con decir que valoramos nuestro campesinad­o, la sostenibil­idad ambiental y el futuro de un mundo que no se quiere despoblado. Son la misma cosa, a igual precio pagado por el consumidor: los excedentes de unos son el expolio de otros. Y ya no digamos cuándo algunos de estos productos, como es el caso del aceite o de la leche, se convierten en cebo para que con precios reventados, incluso bajo coste, sirvan para atraer clientes.

Ciertament­e el campesinad­o podría integrarse y luchar con mejores armas. Pero aceptamos que el terreno de juego para ellos nunca será equilibrad­o. Las grandes superficie­s hacen hoy por un mercado de competenci­a imperfecta, con fuertes barreras de entrada, con economías de escala, de gama y de red. La concentrac­ión observada en las cuotas de mercado de estas grandes cadenas es sintomátic­a. Toca optar: reclamar precios justos para el campo tendría que traducirse en la responsabi­lidad social de los mercadonas de turno. Y si éstos no la hacen efectiva, los consumidor­es tendríamos que ser selectivos decidiendo mejor dónde ir a comprar.

Parte del tope que impide una rentabilid­ad más alta a los agricultor­es y ganaderos son los excedentes de los intermedia­rios

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