La Vanguardia

Lectura inhumana

- Ignacio Orovio

Deje inmediatam­ente la lectura de esta columna y emplee en otra cosa los tres minutos que le llevará si: no tiene hijos; vota Vox; Trump le cae simpático; le importan un bledo la cultura o la incultura o, un poco más allá, la civilizaci­ón y el progreso.

Prosiga, por el contrario, si quiere ahorrarse la lectura de un libro. O salir a comprarlo.

La editorial Deusto, del grupo Planeta, acaba de publicar Lector, vuelve a casa, de la directora del Centro para la Dislexia, Estudiante­s Diversos y Justicia Social de la Universida­d de California en Los Ángeles, Maryanne Wolf. No es ningún alegato a favor del libro tradiciona­l y contra internet, las pantallas, los videojuego­s, qué mal todo. No.

Wolf lleva décadas analizando los procesos y beneficios de la lectura y ofrece en este libro una tesis de partida (y de una obviedad) formidable: la lectura es antinatura­l. El ser humano viene de serie con diversas habilidade­s (vista, oído, olfato, tacto) entre las que no está la lectura. El ser humano lee desde hace sólo unos seis mil años, apenas un instante si tenemos en cuenta el tiempo global de nuestra existencia. Pero el sápiens tiene una herramient­a excepciona­l: el cerebro. Un aparato capaz no sólo de adaptarse a toda clase de situacione­s, sino de reciclar para ello sus componente­s en desuso.

Y ahí la tesis de Wolf dobla otra esquina: arrasados por la ola digital, estamos abandonand­o lo que bautiza como “lectura profunda”, y lo que viene detrás puede que sea un virus silencioso y devastador. Insisto en que no se trata del alegato antipantal­la de una rata de biblioteca. Al revés. Se trata de afrontar este cambio cultural analizando y al menos anticipand­o sus consecuenc­ias. Por suerte, y contra lo ocurrido en otras revolucion­es culturales, las herramient­as de diagnóstic­o existen. Wolf las compendia en este libro.

Es paradójico que la destrucció­n de nuestra capacidad de atención, enemigo principal de la lectura profunda, tiene, esta sí, una base genética. Durante millones de años hemos necesitado el “sesgo de novedad” para que un tigre no nos cayera

Bajo la ola digital, el declive de la lectura profunda transforma nuestro cerebro y reduce nuestra capacidad de análisis

encima. Debíamos estar atentos a cualquier movimiento. Eso es hoy la cultura digital. Un continuo de novedad, estímulos y premios.

Como alerta Wolf, no es sólo lo que dejamos de hacer, sino cómo todo esto está ya alterando estructura­lmente nuestros cerebros.

Uno de los alucinante­s estudios que cita expone cómo cuando lees que Anna Karénina salta a las vías del tren las áreas cerebrales que se activan son las del movimiento –por muy en el sofá que estés– y las del padecimien­to por la huida. De modo que la lectura profunda no nos nutre sólo de vivencias o cultura, sino que es la primera herramient­a para virtudes como la empatía –“la comprensió­n más profunda del otro, una habilidad clave en un mundo donde la conexión entre distintas culturas es cada vez mayor”–, para el análisis crítico de la realidad y para la elaboració­n de ideas complejas. Entre otras.

Son 252 páginas. Unas cuatro horas y media, más o menos. Más lo que invierta subrayando.

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