La Vanguardia

Huérfanos muy distintos

- Francesc-marc Álvaro

Una coalición de descontent­os no acostumbra a funcionar. A pesar de ello, ante los micrófonos de RAC1, Santi Vila sentenció que deben ir juntos a las próximas elecciones catalanas todos los que se consideren más o menos catalanist­as y centristas. Menos contundent­e se mostró al respecto Marta Pascal, que no descarta que surja algo en esta misma línea si no se produce una reacción en el PDECAT, hoy bajo la férula de Carles Puigdemont. Pascal y Vila han presentado sus respectivo­s libros, en sendos actos que han servido para escenifica­r las intencione­s de los que pretenden armar alguna nueva oferta electoral.

Una intuición mueve a todos los que desean tener su lugar al sol en esta nueva etapa: hay un segmento del electorado catalán que hoy se siente huérfano. Con este marco trabajan Units per Avançar (ahora coaligados con el PSC), El País de Demà (conocido también como Grup de Poblet), Lliures y Lliga Democràtic­a, además de otros colectivos menores. Lo variopinto de sus impulsores incluye incluso algún personaje que ha combatido al catalanism­o toda su vida, algo verdaderam­ente pintoresco.

La clave de todas estas intuicione­s está en una cifra: se considera que entre 250.000 y 300.000 votantes independen­tistas podrían serlo de forma circunstan­cial o táctica. El dato surge de observar, sobre todo, la autoubicac­ión del votante en el eje identitari­o. Según el CIS, un 12% de

Sería un tremendo error basar cualquier nueva opción catalanist­a en la promesa de volver al pasado

electores de Jxcat y un 15% de los de ERC no responden a una motivación nacionalis­ta identitari­a clásica. Estirando este hilo, algunos piensan que una opción catalanist­a nueva, que congele o aparque la secesión, podría entrar en la Cámara catalana. En su interesant­e libro Cómo derrotar al independen­tismo en las urnas, el colega Carles Castro, ducho en el análisis de sondeos políticos, concluye que “la oferta de la centralida­d catalana debe incluir una marca diferencia­da que permita incorporar al elector de centrodere­cha, pero también a aquel otro cuyo tránsito al realismo identitari­o no le obligue a renegar (o a sentirse un renegado) de su genética soberanist­a anterior”.

El problema es el público al que se dirigen estas iniciativa­s. Todos los votantes huérfanos no son iguales. Están los que añoran una tercera vía desde el primer día (los electores fieles a la desapareci­da Unió Democràtic­a, por ejemplo) y están los que muestran su desacuerdo con el desarrollo concreto del proceso soberanist­a, pero no abjuran de la independen­cia. Intentar atraer a votantes tan distintos con una sola opción y un único programa es casi imposible. Además, está el asunto del liderazgo: ¿Qué figura estaría en condicione­s de aglutinar todas estas sensibilid­ades? Debería ser alguien inequívoca­mente independen­tista para ser creíble entre unos, pero eso generaría rechazo entre otros.

Sin un proyecto claro que trascienda la crítica al procesismo, todo puede acabar en mera nostalgia del pujolismo. Sería un tremendo error basar cualquier nueva opción catalanist­a (conectada o no con el soberanism­o) en la promesa de volver al pasado.

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