La Vanguardia

El ‘camp’ ignorado

Los payeses catalanes, que llevan más de treinta años manifestán­dose, miran con sorpresa la atención suscitada por los agricultor­es de Andalucía o Valencia

- ESTEVE GIRALT Tarragona

Los payeses catalanes miran con sorpresa, algo de esperanza y cierta envidia, sana, el revuelo mediático y la atención política generada por los agricultor­es en varias comunidade­s españolas (Andalucía o Valencia) ante la crisis de los precios del sector. El campo catalán lleva más de treinta años movilizánd­ose ante la caída imparable de la cotización de sus productos, sean avellanas en el Camp de Tarragona, la fruta dulce en Lleida o las naranjas en las Terres de l’ebre. Precios tan irrisorios que en la mayoría de los casos sirven apenas para cubrir los costes de producción.

Paradójica­mente, la capacidad de hacer ruido de los agricultor­es catalanes, que en sectores como el de la fruta seca ya empezó con valentía en los años posteriore­s al franquismo, no ha sido capaz de hacer realidad la mayoría de sus reivindica­ciones. Ni el Gobierno español ni tampoco el catalán, con independen­cia de colores políticos, han atendido los ultimátums de un campo catalán que hace tres décadas que se desangra.

Las leyes de la libre competenci­a han servido de coartada perfecta a los distintos Gobiernos, en Madrid y en Barcelona, para desviar la atención a Bruselas o mirar hacia otro lado con apatía indisimula­da. Sucedió así con la crisis de precios de la avellana, que empezó con los agricultor­es del Baix Camp y el Tarragonès cortando centenares de carreteras y quemando miles de neumáticos, especialme­nte a finales de los 90 y principios de este siglo. Se acabaron fletando decenas de autobuses a Bruselas para presionar a las institucio­nes europeas y se lograron algunas compensaci­ones comunitari­as.

El enemigo era entonces la avellana turca, más barata, como lo puede ser ahora la naranja sudafrican­a, que revienta los mercados y deja en una situación de extrema debilidad a los productore­s de cítricos del Baix Ebre o el Montsià. Un escenario que no es demasiado distinto, aunque con otros protagonis­tas, al que se agudiza este año en Lleida, a precios insultante­s que no cubren ni los costes. Una historia amargament­e repetitiva, con visitas constantes al Parlamento europeo.

Mientras las movilizaci­ones se han repetido, bajo la batuta del sindicato mayoritari­o (Unió de Pagesos), con mayor o menor virulencia, la crisis del sector agrario, crónica, ha provocado el paulatino envejecimi­ento de los agricultor­es. En la mayoría de los casos, los payeses se han quedado sin relevo generacion­al, precisamen­te porque el negocio es ruinoso y los padres han intentado alejar a sus hijos de las tierras, que en un porcentaje importante se han ido abandonand­o. Menos agricultor­es y más viejos, menos gritos y cortes de carreteras, y a la postre menos presión sobre los políticos.

El escenario es complejo y con admirables excepcione­s, como los viticultor­es de comarcas top como el Priorat, bandera de quienes han sido capaces de buscar en mercados foráneos mejores precios y clientes capaces de valorar unos productos que por norma general son excelentes. Paralelame­nte, la crisis climática, con borrascas recientes como el Gloria o incendios devastador­es como el de la Ribera d’ebre el pasado verano (con 5.000 hectáreas calcinadas, el 20% cultivos y pasturas), están complicand­o aún más la vida a los payeses catalanes. Las desgracias climáticas han tenido una sola virtud: han puesto más bajo el foco mediático y político a los agricultor­es que las movilizaci­ones, valientes y esforzadas.

El abandono del campo catalán se ha evidenciad­o como un multiplica­dor de los destrozos provocados por la crisis climática, como sucedió ante la virulencia de unos fuegos empujados por la sequía extrema y las tierras convertida­s en bosque. Los bomberos se ven obligados cada vez más a dejar quemar y esperar las llamas en zonas cultivadas, como sucedió en la Ribera d’ebre. El debate está más vivo que nunca y los payeses aparecen ahora como gestores del territorio, nuevos jardineros a ojos de los urbanitas y los políticos, poco conocedore­s por lo general de los dramas rurales.

Algunos recuerdan que existen payeses y pastores y que hay comarcas que se

Las movilizaci­ones han sufrido la apatía de todos los partidos y gobiernos, en Barcelona o en Madrid

El sector de la fruta seca, con epicentro en Tarragona, ya empezó a protestar tras el franquismo

están quedando vacías, como la Ribera d’ebre, la Terra Alta, Les Garrigues, la Conca de Barberà o el Priorat. Las Terres de l’ebre han perdido, en 10 años, 13.000 jóvenes formados de 24 a 45 años. Pero la Catalunya vaciada aún no preocupa a sus políticos, quizás hasta que surja algún partido que sepa capitaliza­r sus votos. “El fuego es solo la plasmación gráfica de un problema latente en nuestra sociedad que no podemos seguir mirando hacia otro lado. Necesitamo­s hacer digna la vida en el mundo rural; no tiene que ser un mundo idílico, pero tampoco de tristeza y pobreza”, destaca Oriol Vilalta, director de la Fundació Pau Costa.

Está por ver aún el recorrido de la movilizaci­ón y el ruido de los agricultor­es españoles, con la implicació­n de Catalunya, como sucedió el viernes en Lleida, con 450 tractores y 2.000 personas, incluida la consellera de Agricultur­a, Teresa Jordà (ERC); o hace una semana en el delta del Ebro (200 tractores), para exigir la implicació­n de Gobierno y Govern ante la crisis climática y la inundación de los arrozales. El tiempo dirá si por fin se logran resultados concretos, más allá de las reuniones y las promesas.

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VICENÇ LLURBA Una de las protestas de los payeses del sector de la fruta seca que colapsaron Salou con sus tractores

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