El declive de Occidente
La Conferencia de Seguridad celebrada este fin de semana en Munich ha reunido a 35 jefes de Estado y de Gobierno, 60 ministros de Asuntos Exteriores y 40 ministros de Defensa. Un buen foro de debate para que los líderes mundiales, amigos y enemigos, abordaran las crisis que vive el planeta y de las que muchos de ellos son protagonistas directa o indirectamente. Así, se ha pasado revista a conflictos que van desde Siria hasta Libia, desde Yemen hasta Venezuela, pasando por Ucrania, Irán y un largo etcétera.
Pero la conferencia, creada en 1963 con la idea de ofrecer a políticos y expertos un escenario independiente para discutir problemas de seguridad, se ha centrado este año en lo que sus organizadores han definido como “la ausencia de Occidente”, es decir, el hecho de que los valores democráticos del mundo occidental cada vez son cuestionados con más fuerza no sólo desde fuera sino internamente, y por tanto están perdiendo peso, por lo que Occidente es incapaz de llegar a un acuerdo para definir una estrategia común para abordar los conflictos, como se ha visto, por ejemplo, en Siria y Libia.
Tanto los gobiernos y movimientos de izquierdas como los de derechas niegan su responsabilidad a escala global mientras continúan emergiendo nacionalismos populistas que desestabilizan a las democracias liberales. La primacía del interés nacional –los Estados Unidos de Trump son el máximo exponente, pero también Rusia y China– socava la fuerza que Occidente tenía como comunidad internacional con valores comunes y en la que Europa, que había ejercido un papel clave, ahora corre el riesgo de ser irrelevante. Un claro ejemplo de ello es que, desde que empezó la guerra en Siria, la Unión Europea ha sido incapaz de proponer una iniciativa o un plan para tratar de solucionar el conflicto.
En Munich se ha hecho evidente el encontronazo entre Estados Unidos y la Unión Europea, y diversas voces han defendido que para que Europa aumente su influencia debe incrementar su cooperación en materia de defensa. Mientras el presidente francés, Emmanuel Macron, pedía una Europa más independiente de EE.UU. pese a la trascendencia de la OTAN, el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, rechazaba que hubiera una crisis de Occidente, pero daba una muestra más de unilateralismo criticando a sus aliados por utilizar los servicios de la tecnología 5G de la empresa china Huawei y afirmando que con ello están poniendo en riesgo a la Alianza Atlántica. La delegación estadounidense vino a Munich con un objetivo claro: presionar a Europa y declarar que China es el enemigo mundial. Las diferencias entre Europa y EE.UU. son evidentes ,y crecen las voces en el Viejo Continente que reclaman mayor presencia europea para la prevención y gestión de las crisis internacionales. Josep Borrell lo verbalizó al afirmar que Europa debe desarrollar “apetito por el poder”.
Nuevos actores están tomando protagonismo en la escena mundial ante la crisis de identidad de Occidente, y la proliferación de amenazas globales, desde la climática hasta la digital, se ve favorecida por la cada vez menor cohesión de una comunidad internacional en la que está ganando terreno la idea patrón de la Administración Trump: el primer y único objetivo debe ser el interés nacional.
La autocrítica hecha en la capital de Baviera es sin duda un ejercicio positivo, pero veremos si va más allá de las actas de la propia conferencia. El declive de Occidente, del multilateralismo, y la irrupción de potencias proteccionistas o autócratas abre un nuevo escenario mundial. La cooperación internacional está dejando paso al enfrentamiento entre las grandes potencias, y algunos de los asistentes a la conferencia de Munich han llegado a hablar de “tendencias destructivas en la política internacional”. Occidente ha dejado de marcar la agenda del mundo –o al menos, de ciertas partes del mundo–, y mientras Europa y Estados Unidos discuten sobre el grado de ese retraimiento occidental, otros actores están ocupando su lugar.
La cooperación internacional está dejando paso al choque entre las grandes potencias