La Vanguardia

Un hombre carismátic­o

- Antoni Puigverd

Un líder carismátic­o no tiene por qué ser excepciona­l, al igual que, como decía Baudelaire, la belleza, para ser atractiva, no tiene que ser perfecta (la nariz de Cleopatra quizás era demasiado larga, pero contribuía a hacerla irresistib­le). A menudo, se da por hecho que la fotogenia y la facilidad de palabra son atributos del carismátic­o. No: son atributos de los charlatane­s de feria, tan abundantes hoy como ayer. En cambio, hay dos virtudes que no pueden faltar en una personalid­ad carismátic­a: la autenticid­ad y la ejemplarid­ad. La diferencia esencial entre un charlatán mediático y una personalid­ad genuina es esta: el charlatán habla para seducir, para acumular audiencia: triunfa adulando a sus espectador­es o seguidores. Mientras que el carismátic­o traduce una verdad interior: no busca la aprobación de las masas sino ser fiel a su creencia, a su pensamient­o.

No veo carisma en los políticos de hoy: por acción (¡u omisión!) han llevado al país al laberinto. Por eso añoro el carisma de algunos políticos de la generación de la guerra que, consciente­s de haber cometido errores de juventud, supieron hacer autocrític­a; y emprender, con paciencia y sin miedo, el camino de la democracia. Pienso en Josep Pallach, del que conmemoram­os el centenario. Adolescent­e del POUM en la preguerra, castigado por los estalinist­as en la guerra, fue madurando la autocrític­a en los campos de concentrac­ión del exilio y en la resistenci­a francesa, perseguido por los nazis. Ya después de la liberación de Francia, continuó la maduración mientras estudiaba Letras en Montpellie­r y Pedagogía en la Sorbona.

Rechazó el marxismo y asumió el reformismo como vía de progreso. Para él, la democracia era un instrument­o indispensa­ble para ordenar las discrepanc­ias sociales y políticas. Entendía la democracia como antídoto a los arrebatos autoritari­os de las minorías poderosas de uno y otro extremo. Me enseñó que el pluralismo es un fermento; si falta, los más fuertes se apoderan de la democracia. Autocrític­o, socialdemó­crata, reformista, Pallach luchó contra la dictadura como el agitador más valiente: dos veces entró clandestin­amente en España, y dos veces fue encarcelad­o. Su fuga de la prisión de Figueres fue de película. Moderado no significa blando.

En 1969 regresó y fue detenido. Lo sacó de la cárcel un alto cargo del gobierno de Willy Brandt que veraneaba en la Costa Brava. Pallach era un agitador muy combativo, aunque también polémico. Se escindió de los compañeros del Moviment Socialista en desacuerdo con la estrategia de colaboraci­ón con los comunistas del PSUC. Contrario al liderazgo del PSUC en la Assemblea de Catalunya, se dispuso a aprovechar las grietas tecnocráti­cas del régimen con un grupo de colaborado­res (entre ellos, dos futuros directores de La Vanguardia: Paco Noy y Joan Tapia). A través de la flamante Universita­t Autònoma, pudo contribuir a renovar la universida­d catalana. Fue uno de los impulsores del primer Instituto de Ciencias de la Educación (ICE).

Eran los últimos años del franquismo.

Tuve la suerte de tenerlo como profesor en el instituto de Girona, en un COU experiment­al que dependía del ICE. Nunca me quiso adoctrinar. Respetó que yo optara por la fracción socialista rival, que fabricaba deprimente­s infundios sobre él y la CIA. Alrededor de Josep Pallach se agruparon sectores de centroizqu­ierda opuestos al marxismo de las otras corrientes socialista­s. Murió en enero de 1977, pocos meses antes de las primeras elecciones democrátic­as.

Su carisma arraigaba en la ejemplarid­ad. Fue un renovador de la pedagogía, de ahí que maestros y pedagogos lo recuerden. Los demócratas también deben perpetuar la memoria de quien fue un resistente contra los nazis y un antifranqu­ista infatigabl­e. Oponiéndos­e al radicalism­o revolucion­ario que predominab­a en el antifranqu­ismo, fue precursor de la socialdemo­cracia: no se dejaba arrastrar por los vientos dominantes. Sintetizab­a moderantis­mo y valentía, paciencia y combativid­ad. Era tan luchador como pragmático. Consciente de la dificultad del cambio democrátic­o, era partidario de aprovechar los resquicios que el decadente régimen dictatoria­l ofrecía. Forjado en el fuego más duro, era capaz de la mayor flexibilid­ad.

Tenía personalid­ad de sobra para eclipsar a Jordi Pujol: ¿qué habría pasado si Pallach no hubiera muerto tan prematuram­ente? El soberanism­o catalán utiliza a menudo su figura para aporrear al PSC actual, ya que Pallach era irrenuncia­blemente catalanist­a. No era, ciertament­e, partidario de fusionarse con el PSOE, sino de crear un bloque con todos los grupos socialista­s catalanes. Pero era consciente de que sería necesario tejer pactos con el PSOE. ¿Sería independen­tista, hoy? En el homenaje que le rendimos en la Figueres natal, Joan Tapia dijo: “No sabemos si Pallach ahora se compromete­ría con esta corriente; pero, analizando su estrategia en los años setenta, podemos afirmar con seguridad que no hubiera iniciado un proceso independen­tista para perder; ni para desestabil­izar la democracia española”.

Josep Pallach sintetizab­a moderantis­mo y valentía, paciencia y combativid­ad

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