La Vanguardia

Ligar en el trabajo

- Carles Casajuana

La secuencia es casi siempre la misma: en Estados Unidos deciden que algo que hasta ahora estaba bien ya no lo está. Aquí nos reímos con el sentimient­o de superiorid­ad habitual –a quién se le ocurre, cosas de los americanos, etcétera–. Después nos olvidamos de ello durante una temporada. Y, finalmente, lo copiamos. Pasó con la estigmatiz­ación del hábito de fumar, con la canonizaci­ón del ejercicio físico, con los dogmas de la corrección política, con mil cosas, y me pregunto si ahora no ocurrirá lo mismo con la penalizaci­ón de las relaciones íntimas entre compañeros de trabajo.

El cambio se está produciend­o desde hace meses, como consecuenc­ia en parte del movimiento #Metoo. En Estados Unidos, uno de los casos más llamativos ha sido el del directivo de Mcdonald’s Steve Easterbroo­k, que fue despedido por mantener una relación afectiva con la directora de recursos humanos de la empresa. Steve Easterbroo­k está divorciado y la relación no sólo era consentida, sino que era plenamente deseada por ambos. Ella también fue despedida.

Ni que decir tiene que en Mcdonald’s no era el primer caso, ni mucho menos. En 1968, uno de los fundadores, Ray Kroc, conoció en una convención organizada por la empresa a la mujer del dueño de una franquicia local. Decidieron dejar las parejas respectiva­s y empezar una nueva vida juntos, y en aquel momento esto no fue obstáculo para la carrera de ninguno de los dos. Desde entonces, hay que imaginar que ha habido miles de casos similares entre empleados de la empresa. Pero los tiempos han cambiado.

En una oficina, en una fábrica o en una tienda, el flirteo entre compañeros puede ser tan inevitable como los celos o el chismorreo. La gente pasa muchas horas en el trabajo, y la línea divisoria entre confratern­izar, tirar la caña y acosar puede ser muy borrosa. Ya se sabe, allí donde hay hombres y mujeres juntos salta la chispa. Nada de esto es nuevo. La novedad es que ahora la sociedad ya no tolera las relaciones afectivas mezcladas con abuso de poder, y como la vida profesiona­l está jerarquiza­da, es muy difícil que haya relaciones entre compañeros de trabajo sin que uno de ellos mande más que el otro, lo que alimenta la sospecha del abuso y hace que el consentimi­ento sea dudoso. Además, incluso las relaciones consentida­s entre personas sin ningún grado de subordinac­ión entre ellas generan tensiones con los demás compañeros y alimentan recelos sobre los logros profesiona­les de los miembros de la pareja.

En los tiempos del #Metoo, todo esto está obligando a las empresas a redactar nuevos códigos de conducta para los empleados. En muchos casos, en Estados Unidos estos códigos se reducen en la práctica a un solo precepto: evitar cualquier tipo de relación sexual o afectiva con compañeros de trabajo. Esto es lo que ocurre ahora en Mcdonald’s, por ejemplo, donde las normas internas prohíben a los empleados salir o tener relaciones sexuales con cualquier persona con la que tengan una relación de subordinac­ión directa o indirecta, y es lo que puede pasar en muchas otras grandes empresas si no se establecen reglas claras. El consejero delegado de IAG, el holding propietari­o de Iberia, British Airways

y Vueling, ha sido sustituido hace poco y se dice que uno de los motivos es que mantiene una relación con una empleada del grupo.

Pero ¿es posible impedir que surjan este tipo de relaciones en el ámbito laboral? Bill y Melinda Gates se conocieron en el trabajo, al igual que Barack y Michelle Obama. Una encuesta reciente entre empleados de Mcdonald’s muestra que, mientras los hombres maduros tienden a defender que se prohíban estas relaciones, muchas empleadas jóvenes creen que esta política es exagerada y que, si no hay acoso sexual ni abuso de autoridad por parte de nadie, los empleados tendrían que poder hacer lo que quieran. En otra encuesta entre empleados de Mcdonald’s, el 36% de los participan­tes admitieron haber tenido algún lío con un compañero de trabajo.

Hay países, como Japón, en los que el trabajo es de lejos el lugar más habitual para encontrar pareja. Incluso se publican rankings de las compañías en las que es más fácil. Los japoneses pasan tantas horas en el trabajo que, si les prohibiera­n ligar, muchos no se casarían ni se liarían nunca con nadie.

En Europa, por el momento, el sentido común distingue muy bien entre las relaciones normales con compañeros de trabajo, que no están mal vistas, y las relaciones abusivas entre personas de diferente posición en la jerarquía de la empresa, que lógicament­e sí lo están.

Pero si en Estados Unidos deciden que ninguna relación en el ámbito laboral es admisible, lo más probable es que pronto aquí tampoco lo sean. Ya se sabe: allí se enfrían y aquí estornudam­os. En las famosas cartas a su hijo, lord Chesterfie­ld le previene contra las relaciones sexuales con el argumento de que el placer es efímero, la postura ridícula y el coste, exorbitant­e. Ahora quizás añadiría: y si es con un compañero de trabajo, ojo, porque te pueden costar el empleo.

¿Nos encontramo­s ante una de las tantas reencarnac­iones del puritanism­o? Antes, había muchas situacione­s en las que las relaciones sexuales se considerab­an pecaminosa­s (fuera del matrimonio, entre personas del mismo sexo, etcétera). Ahora esto ya no importa, pero en cambio es pecado –profesiona­lmente hablando– tenerlas con alguien del trabajo. Desaparece un tabú y aparece otro.

Woody Allen dijo una vez que había vendido los derechos de las memorias de su vida sexual para que hicieran un juego de mesa. Entre calabazas, gatillazos, infidelida­des, discusione­s y divorcios, ríete tú del parchís y de la oca. Pero seguro que, cuando lo dijo, Woody Allen no tenía en la cabeza el riesgo de ser despedido. Un peligro más. Hagan juego, señores (y señoras).

Ahora la sociedad ya no tolera las relaciones afectivas mezcladas con abuso de poder

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KENA BETANCUR / GETTY
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